Sermones que Iluminan

Vigilia Pascual (A) – 2023

April 08, 2023

LCR: Romanos 6:3–11; Salmo 114; San Mateo 28:1–10

Hermanos y hermanas. Hoy, después de 40 días, podemos decir: ¡ALELUYA! Hoy, después de tres días, volvemos a sonar las campanas con gozo. ¡Hoy celebramos la Pascua!  Pero ¿Qué es la Pascua? ¿Para qué nos preparamos durante la Cuaresma? Pues bien, la Pascua, para nosotros los cristianos, es una celebración. Así lo reconocemos cada Domingo en la Eucaristía, al momento de la fracción del pan, cuando repetimos estas palabras: “¡Aleluya! Cristo nuestra Pascua se ha sacrificado por nosotros. Celebremos la fiesta ¡Aleluya!”.

En esa celebración conmemoramos con gozo el núcleo fundamental de nuestra fe: la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Y esto también lo reconocemos en la misa cada Domingo cuando respondemos a las palabras de institución de la Eucaristía con esta u otra aclamación similar: “Cristo ha muerto, Cristo ha resucitado, Cristo volverá”.

Hermanos y hermanas pensemos en cuatro palabras en la noche de hoy. La primera es “Celebración”. Los cristianos celebramos que Jesús Murió, Resucitó y ascendió a los cielos. Lo hacemos cada Domingo y, de forma particular, el día de hoy en esta Vigilia, mañana el día de Pascua y también durante los 50 días de este tiempo pascual. Nuestras misas son la fiesta que hacemos para celebrar el amor de Dios que nos ama tanto que envió a su Hijo Jesús a morir en una cruz por nuestros pecados, que lo resucitó de entre los muertos venciendo el poder que la muerte y el pecado tenían sobre todo el género humano, y que con su ascensión nos abre las puertas a una vida eterna de santidad. Hagamos que nuestras Eucaristías sean una fiesta, una celebración del amor de Dios por nosotros y de nuestra reconciliación con él. Que cuando vengamos a la Eucaristía no lo hagamos con caras largas, rostros entristecidos, sino con la alegría de quien va a una fiesta a encontrarse con Dios que es amor.

La segunda palabra es “pasión”. Pensemos en la pasión antes del mero acontecimiento de la muerte, porque ésta es antecedida por el sufrimiento. En esta Semana Santa hemos recordado el sufrimiento de Jesús, y en esta Vigilia hemos recorrido la historia y el sufrimiento del Pueblo de Israel, del cual somos herederos en la fe. Vimos a Adán y Eva ser expulsados del paraíso a razón de su desobediencia; recordamos a un pueblo esclavizado en Egipto, oímos sobre ese pueblo enviado al destierro, y sobre una ciudad y un templo en ruinas. Pero estas situaciones fueron motivo de esperanza para el pueblo, de volver a la amistad con Dios, a la casa del Padre; la esperanza de la libertad luego de la esclavitud, de volver a la ciudad de la cual habían sido expulsados para reconstruirla y al templo y, finalmente, la esperanza de un mesías. Pensemos ahora también en nuestro propio sufrimiento. Lo que sucede en nuestros países, ciudades, hogares; también en nuestro dolor personal, sea físico, emocional o espiritual. También es un momento de esperanza porque Dios promete en medio del dolor de su pueblo la liberación, paz, reconstrucción, bienestar y redención. 

La tercera palabra es “muerte”. A lo largo de esta semana hemos oído dos veces el relato de la Pasión y Muerte del Señor. Mateo y Juan nos han mostrado con lujo de detalles, y desde sus perspectivas y particularidades teológicas, cómo Jesús entregó su vida en el madero de la cruz. Pensemos en la cruz, aquélla que hacemos al empezar nuestras oraciones. Para muchos la cruz es una señal de tortura, martirio e incluso una deshonra, pero para nosotros es señal del amor de Dios, de un Padre que nos ama tanto que permitió que su Hijo se entregara en la cruz por nosotros, pero también de un Dios que entiende nuestro dolor y se hace solidario con la humanidad, porque Jesús, como hombre verdadero, sufrió y padeció la muerte.

Jesús sigue muriendo el día de hoy. No pensemos solamente en nuestros hermanos difuntos o las personas en estado terminal de alguna enfermedad, sino en aquellos a quienes nuestra sociedad rechaza y discrimina; aquellos que, por alguna razón, ni siquiera están aquí, con nosotros, compartiendo la Palabra de Dios: migrantes indocumentados, ancianos, población LGBTQ+, indigentes, presos. Jesús está muriendo en ellos al no ser completamente incluidos en nuestra sociedad, víctimas de la violencia, el cambio climático, el racismo. ¿Qué debemos hacer para que ellos tengan un lugar en esta mesa? ¿Para que Jesús no siga muriendo en nuestra sociedad?

La cuarta palabra es “resurrección”. Jesús resucita. Así lo escuchamos en el relato cuando las mujeres encuentran la tumba vacía. Ni las mujeres ni los discípulos son capaces de reconocer a su maestro porque su forma corporal era distinta. Celebrando la Pascua (Pasión, Muerte y Resurrección del Señor) pidamos a Dios que nos ayude a tener una verdadera experiencia pascual, que nos conceda morir a aquello que nos aleja de él, para resucitar convertidos; pidamos que nos ayude a morir a la discriminación y el rechazo a los demás para resucitar al amor, la caridad, el respeto y la comprensión a todo ser humano. Pidamos también que nos dé la gracia que nuestro cuerpo cansado, nuestra mente fatigada por los problemas de la vida cotidiana y nuestro espíritu que se desalienta con la falta de Dios en el mundo, resucite para encontrar salud, paz y fe.

Que estos 50 días de Pascua sean una oportunidad continua de morir a aquello que nos aleja de Dios, de nosotros mismos y los hermanos, para resucitar a una vida en la que seamos uno con Dios, con nosotros y con aquellos que nos rodean. Que hoy, al renovar nuestras promesas bautismales, renovemos nuestra fe en la Santa Trinidad y nuestro compromiso de luchar por la justicia, la paz y la dignidad de todo ser humano. Amén.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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