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Estudio Bíblico: Propio 28 (C) – 2025
November 16, 2025
LCR: Isaías 65:17-25; Cántico 9; 2 Tesalonicenses 3:6-13; Lucas 21:5-19

Isaías 65:17-25
La visión de Isaías es de gran alcance: Dios declara la creación de «un cielo nuevo y una tierra nueva», una transformación tan radical que «Lo pasado quedará olvidado, nadie se volverá a acordar de ello.». El profeta no describe una huida del mundo, sino más bien su renovación. Jerusalén, tan a menudo marcada por la conquista y el dolor, se reimagina como un lugar de deleite, seguridad y paz. Aquí, la alegría sustituye al llanto, la estabilidad sustituye a la explotación y la longevidad sustituye a la muerte prematura.
Este pasaje redefine la prosperidad no como riqueza o dominio militar, sino como seguridad y bienestar, arraigados en la justicia. Las personas vivirán en las casas que construyan y comerán de los viñedos que planten, una inversión intencionada de la explotación descrita anteriormente en Isaías, donde los invasores y las élites consumían los frutos del trabajo ajeno. La promesa no es solo personal, sino comunitaria; Dios está rehaciendo todo el tejido social para reflejar la justicia divina.
La imagen de los enemigos naturales coexistiendo —el lobo y el cordero alimentándose juntos, el león comiendo paja como el buey— señala una armonía que se extiende incluso a la propia creación. La violencia incrustada en los sistemas humanos se deshace en los propios patrones de la naturaleza. La renovación de Dios toca todas las capas de la existencia, desde la supervivencia diaria hasta el orden cósmico.
Para los cristianos, esta visión resuena con la esperanza escatológica del Apocalipsis, donde Dios habita con el pueblo y la muerte ya no existe. Sin embargo, la promesa de Isaías no se limita al fin de los tiempos; es una palabra de aliento para quienes viven en la desesperación. Dios sigue creando, sigue trayendo vida donde ha habido pérdida, sigue reordenando la realidad hacia la alegría.
- Isaías imagina un mundo en el que los vulnerables prosperan e incluso los enemigos naturales viven en paz. ¿Cómo desafía esta visión nuestras suposiciones actuales sobre la justicia y la paz?
- ¿De qué manera pueden los cristianos vivir esta visión ahora, encarnando destellos de la «nueva creación» en nuestras comunidades?
Cántico 9
El Cántico 9 es un himno de confianza y acción de gracias que brota de la liberación de Dios. Comienza con la audaz afirmación: «¡Mi salvación es Dios! En Dios pondré mi confianza y no temeré». No se trata de una seguridad abstracta, sino de una confianza ganada con esfuerzo, nacida de la fidelidad de Dios en tiempos de angustia. Replantea el miedo como confianza, no por la fuerza humana, sino por la constancia divina.
La imagen de «[sacar] agua… de los manantiales de salvación» es impactante; en una tierra donde el agua es preciosa, esta metáfora transmite la abundancia y el refresco de Dios. La salvación no es un rescate puntual, sino una fuente continuamente disponible para la renovación. Así como el agua sustenta la vida, la presencia salvadora de Dios sustenta a los fieles.
El cántico pasa de la afirmación personal a la proclamación comunitaria: las obras de Dios deben darse a conocer entre las naciones. La alabanza se convierte en testimonio y la alegría se convierte en misión. Cantar y gritar de alegría no son devociones privadas, sino testimonio público de que el Santo está activo y cerca.
Situado en el leccionario junto a la visión de Isaías sobre la nueva creación y las palabras de Jesús sobre la perseverancia, el Cántico 9 subraya que la salvación es tanto presente como futura. Es un recordatorio de que la alegría no es un optimismo ingenuo, sino una postura de confianza en que Dios está obrando, incluso cuando las circunstancias siguen siendo difíciles.
- ¿Qué sugiere la imagen de la salvación como manantiales de agua sobre el papel de Dios en nuestro sustento diario?
- ¿Cómo pueden la alabanza pública y el testimonio de las obras de Dios moldear el testimonio de una congregación hoy en día?
2 Tesalonicenses 3:6-13
Pablo aborda una preocupación práctica y teológica en Tesalónica: algunos miembros de la comunidad, convencidos del inminente regreso de Cristo, han dejado de trabajar y, en cambio, dependen de otros para su sustento. Pablo contrarresta este comportamiento con enseñanzas y ejemplos. Recuerda que él y sus compañeros trabajaban «día y noche» para no ser una carga para nadie, dando ejemplo de autosuficiencia y respeto mutuo.
La severa frase «el que no quiera trabajar, que tampoco coma» debe entenderse en su contexto. Pablo no está rechazando a los pobres, a los enfermos o a aquellos que realmente no pueden mantenerse por sí mismos. Más bien, advierte contra aquellos que se aprovechan de la generosidad de la comunidad eligiendo la ociosidad. Para Pablo, la comunidad cristiana se sustenta en la responsabilidad mutua: los fuertes apoyan a los débiles, pero cada persona contribuye según sus posibilidades.
Esta enseñanza entra en tensión con nuestro contexto moderno, en el que el «trabajo» suele estar vinculado a la productividad económica y al valor. La preocupación de Pablo no es la eficiencia capitalista, sino el mantenimiento de una comunidad que encarne la justicia, la dignidad y el cuidado. El llamamiento a evitar la ociosidad tiene tanto que ver con proteger a los vulnerables de la explotación como con inculcar disciplina.
La advertencia final, «no se cansen de hacer el bien», amplía el mandato más allá del trabajo. Es un estímulo para persistir en la vida de fe, en el servicio y en la justicia, incluso cuando es agotador o cuando otros se aprovechan. La vida cristiana consiste en la responsabilidad compartida, la rendición de cuentas y la perseverancia en el bien común.
- ¿Cómo pueden las comunidades de fe equilibrar la misericordia hacia los necesitados con la responsabilidad hacia aquellos que no están dispuestos a contribuir?
- ¿Cómo se manifestaría el no cansarse de hacer el bien en la vida de una congregación o en tu propio discipulado?
Lucas 21:5-19
Los discípulos admiran la grandeza del Templo de Jerusalén, pero Jesús los inquieta al predecir su destrucción. Sus palabras debieron de ser impactantes: el Templo no era solo un edificio, sino el centro de la identidad, el culto y el orgullo nacional. Al predecir su ruina, Jesús replantea dónde residen verdaderamente la presencia y la autoridad de Dios.
Continúa describiendo guerras, desastres naturales y persecuciones. Estos no son signos de la ausencia de Dios, sino el telón de fondo contra el cual se pone a prueba y se revela la fe. Ser discípulo significará la traición de la familia, el arresto por parte de las autoridades y la hostilidad pública. Sin embargo, Jesús insiste en que estas pruebas son oportunidades para dar testimonio. El Espíritu dará a sus seguidores palabras y sabiduría, asegurando que su testimonio no sea en vano.
La promesa de que «no se perderá ni un cabello de su cabeza» no es una negación del sufrimiento, sino una garantía del cuidado supremo de Dios. Incluso en medio de la violencia y la pérdida, los propósitos de Dios perduran. La llamada no es a predecir calendarios ni a entrar en pánico por las crisis, sino a perseverar con fe, confiando en que el reino de Dios es más grande que la agitación del mundo.
Para los lectores modernos, este pasaje resuena en tiempos de agitación y conflicto. Jesús no promete seguridad frente a las dificultades, sino que equipa a sus seguidores con presencia, sabiduría y valentía. La resistencia se convierte en la marca del discipulado, no una espera pasiva, sino una perseverancia activa y fiel.
- ¿Cómo transforma Jesús el miedo de los discípulos a la destrucción en un llamado al testimonio?
- ¿Cómo se manifestaría la perseverancia en la fe en nuestro contexto actual de agitación social, política o personal?
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