Sermones que Iluminan

Adviento 1 (A) – 2022

November 27, 2022

LCR: Isaías 2:1–5; Salmo 122; Romanos 13:11–14; Mateo 24:36–44

Hoy iniciamos en la Iglesia el año litúrgico. En su ciclo trienal, el año A, el que hoy comenzamos, está acompañado por el Evangelio de Mateo, el B por el de Marcos y el C por el de Lucas, con cuya lectura del pasado domingo dimos por terminado el ciclo. ¿Y no hay un ciclo especial para el evangelio de Juan? La respuesta es no. El Evangelio de San Juan está reservado para fechas especiales        y tiempos concretos, como Semana Santa, por ejemplo. Acabamos de cerrar un ciclo y hoy iniciamos otro. Todo esto ocurre en el tiempo, al que todos estamos sujetos. El tiempo es de Dios y nosotros vivimos en Él, por tanto, debemos estar preparados y despiertos.

En la lectura del libro de Isaías se nos dice que en los últimos tiempos el Señor hará justicia. ¿Cuáles son esos últimos tiempos? Puede ser, para cualquiera de nosotros, ahora mismo o mañana, de manera individual o grupal, no sabemos, pero hay algo cierto: la Palabra de Dios prevalecerá a todo tiempo y circunstancia. El poder del mal terminará y todos viviremos en paz: “Ningún pueblo volverá a tomar las armas contra otro ni a recibir instrucción para la guerra”. ¡Cuán confortantes son estas palabras! Después de ver todo este tiempo de guerra y muerte de inocentes en el mundo, principalmente con la guerra entre Rusia y Ucrania, quisiéramos que estos últimos tiempos llegarán inmediatamente, para consolar tanto dolor y sufrimiento.

En la segunda lectura, de San Pablo a los Romanos, se nos exhorta tener en cuenta el tiempo que vivimos, porque ya es la hora de despertarnos del sueño: “La noche está muy avanzada, y se acerca el día”. Esto nos da entender el límite de la noche; no es eterna, es temporal. La luz del día se acerca cada vez más; es hora de estar despiertos para levantarnos y disfrutar de la claridad para ver el camino. Cada uno de nosotros puede estar en una hora diferente entre la noche y el día, en diferentes senderos andamos. Si interiorizamos, lograremos suscitar algunas unas preguntas en nuestro ser: ¿En qué hora estoy? ¿Cuándo debo despertar? ¿Cuándo vendrá el Señor a mi encuentro? ¿Cuándo será todo perfecto? ¿Cuándo se acaba el mundo?

En el evangelio de San Mateo, Jesús dice a sus discípulos: “En cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni aun los ángeles del cielo, ni el Hijo. Solamente lo sabe el Padre”. Esta respuesta es tajante. Todo el poder, el conocimiento, la predicción y sabiduría del ser humano queda perpleja ante la incertidumbre de la muerte. Pero la alerta está dada por nuestro Señor Jesús: no tenemos que estar esperando una hora o día determinado para vivir nuestras decisiones más importantes; la hora de estar preparados es ya, ahora, en cada segundo que va corriendo. La oportunidad de despertar y vivir en el camino del Señor no necesita de procrastinaciones: “… estén preparados; porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperen”.

Por tanto, si estamos preparados, el Señor puede venir en cualquier momento. Podríamos recibirlo sin ninguna demora cuando toque a nuestra puerta. Recordemos cuando en algunas ocasiones tenemos la visita de algún amigo; lo citamos a una hora, pero a veces rogamos que llegue un poco más tarde, y si nos avisa que se va a demorar es un consuelo porque no hemos terminado de preparar la comida o de limpiar la casa; como cuando a último momento se está preparando todo para recibir bien a nuestros huéspedes. ¿Estamos preparados para ese día en que el Señor llegue a tocar la puerta de nuestro corazón? O siempre pensamos que no es todavía el tiempo, que podemos seguir esperando porque el final está muy lejos.

Probablemente, algunos hemos visto en los relojes antiguos de las Iglesias o de otros lugares públicos, un texto en latín escrito que dice: “Vulnerant omnes, ultima necat”, lo que traduce “Todas hieren, la última mata”, refiriéndose al transcurso de las horas. El tiempo perdido muchas veces nos duele, pero no podemos hacer nada para retroceder. Además, podemos asegurar, como una verdad absoluta, que nuestro paso por la tierra es temporal. Lo que no sabemos con exactitud es cuándo seremos llamados al encuentro del Señor.

No demos más largas al asunto, lo que nos corresponde hacer aquí y ahora, es decidirnos con todo nuestro corazón a vivir en el amor de Dios, a caminar en los caminos del Señor, a esperar en Él. Y con convicción segura, ésa es la decisión y experiencia más hermosa que podemos tomar en nuestras vidas. Debemos estar conscientes de su presencia amorosa, seguir sus enseñanzas y su ejemplo, vivir los valores el Evangelio en la práctica diaria.

Finalmente, cultivemos una importante práctica cristiana para estar preparados: la reconciliación. Miremos si en nuestro pasado inmediato o lejano, hay alguna persona a quién no hemos perdonado, con quien no hemos hablado o no hemos olvidado; sea ésta la oportunidad de invitarla a tomar un café, de hacerle una llamada o una visita. Incluso, esa persona con quien se necesita reconciliación puede ser uno mismo; tal vez sea el momento de perdonarnos por algo en lo que nos equivocamos y no hemos aceptado.

Éste puede ser este el momento de tomar un tiempo para pensar sobre nuestras vidas y decisiones, para continuar viviendo en el tiempo de Dios. De este modo, esta sencilla práctica, nos ayudará a estar preparados para el encuentro con el Señor en este Adviento, especialmente en su venida humanada en Navidad.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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