Sermones que Iluminan

Adviento 1 (B) – 2011

November 28, 2011


Hoy es el primer domingo del la estación del año litúrgico conocida con el nombre de adviento. Es el primero de cuatro domingos reservados por la Iglesia para conmemorar el tiempo en que los israelitas esperaban un mesías libertador. Nosotros que ya hemos recibido a ese Mesías en Jesús, la Iglesia nos invita también a mirar hacia el futuro, hacia su segunda venida. 

La estación de adviento se supone que empezó en algunos lugares de Italia donde las liturgias contenían cierto comentario de gozo y alegría sobre la proximidad de la navidad.

Algo después, se empezó a enfatizar en el adviento la segunda venida de Cristo. Durante este tiempo, la Iglesia oraba anticipando la vuelta de Cristo después de su ascensión. Esos días se consideran como el regreso glorioso de Jesús cuando venga en su majestad a juzgar a los vivos y a los muertos.

La esperanza del cristiano es que resucitaremos en el último día a una vida inmortal por mediación de Cristo Jesús que vive y reina para siempre con el Padre y el Espíritu Santo. Generalmente, así es como se presenta en el Libro de Oración Común el primer domingo de adviento.

Ahora veamos cómo se cumplen esas ideas en las lecturas asignadas para este domingo. En la primera vemos cómo el profeta Isaías ya clamaba por la presencia del Dios todopoderoso y reconocía que se hacía presente incluso las montañas temblarían. Su presencia quemaría las zarzas, las plantas y hasta haría hervir el agua. Ese es el fuego divino que arde en el corazón de todos los grandes santos, y ese es el fuego que despierta inquietudes en nuestras almas. Más aún, ante la presencia viva del Mesías los poderosos temblarían, así le sucedió a Herodes.

La lectura de Isaías sugiere algo más. Parece que Dios no se hacía presente debido a los muchos pecados del pueblo. Dice: “Todos nosotros somos como un hombre impuro” y “todas nuestras obras son como un trapo sucio” (5). Al final, el profeta tiene que reconocer que estamos en las manos misericordiosas de Dios, que Dios es nuestro padre y que sin Él no podemos nada, de ahí brota ese grito desgarrador: “¡No te enojes demasiado!”

Algo parecido leemos en el salmo donde se nos recuerda que Dios es el Pastor de Israel, a Él, pues, se les suplica. “¡Haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos!” (7).

Esas dos lecturas nos recuerdan el adviento pasado, aquel que vivieron durante cientos de años los israelitas. Un adviento consumado ya en Cristo Jesús.

Las lecturas a los corintios y la del evangelio tienen una perspectiva que mira más al futuro, a nuestro futuro, a nuestro adviento. Nos gustaría que Dios transformara todo y empezáramos a vivir en la vida plena y definitiva del más allá, pero Dios tiene otros designios y va despacio, ¿cómo podremos, pues, vivir en este entretiempo?

San Pablo consuela a los de Corinto haciéndoles ver que el “mensaje acerca de Cristo ha llegado a ser una realidad en ellos”. Si cumplimos el mensaje de Cristo no tenemos nada que temer. “Nadie podrá reprocharnos nada cuando nuestro Señor Jesucristo regrese” (9).

Ahora llegamos al evangelio. Este capítulo 13 de san Marcos es conocido como el “discurso escatológico”, un discurso que, a veces, asusta al lector. Un discurso del que han abusado algunos predicadores para espantar al pueblo de Dios. Por el contario, la intención del escritor era la de alentar a las primeras comunidades cristianas a permanecer fieles al Señor porque regresaría pronto. No hay que fijarse en la destrucción sino en la Nueva Jerusalén que aparecerá al final de nuestros días. Pero, Jesús no regresó. En el mismo evangelio se nos dice que: “El día y la hora, nadie lo sabe…solamente lo sabe el Padre (32).

¿Qué hacer entonces? Al final de la lectura, san Marcos ha colocado esa brevísima parábola de los servidores fieles. Con ella quería invitar a las comunidades cristianas a velar como actitud básica y fundamental de todo cristiano. Hay que velar, hay que estar atentos porque el “dueño de la casa puede regresar” cuando menos lo esperamos; puede venir por la medianoche, al amanecer; puede venir ya estemos durmiendo o jugando. Por eso, tenemos que ¡mantenernos despiertos!

La Iglesia estableció la estación de adviento para que los creyentes tuvieran muy presente la idea que Jesús iba a volver. Pero, en realidad, Jesús no está ausente de nosotros. ¿Cómo está Jesús hoy presente en la Iglesia? En muchísimos de talles, lo podemos sentir en los latidos de nuestro corazón, lo podemos ver en toda obra buena que se realiza por amor a otro hermano. Todos esos detalles representan las diferentes maneras en que Cristo viene a visitarnos día a día mediante su gracia.

El tiempo de adviento debe ser para nosotros una oportunidad para crecer. Crecer en amor y comprensión. El misterio de la vida y de Dios nunca lo podremos dilucidar del todo, pero sí que podremos crecer en el amor divino. Lo han logrado muchísimas personas a quienes llamamos santos. Ahí están para demostrarnos que es posible, lo mismo que ellos siguieron a Cristo, también lo podremos lograr nosotros.

Mientras tanto, nos preparamos para la celebración de la Navidad, y nos colocamos en aquel tiempo pasado en la espera de un mesías, nosotros, -que ya sabemos que ha llegado-, debemos hacer todo lo posible para que realmente viva en nuestros corazones. ¿Ha nacido Jesús en tu corazón? ¿Cuándo? ¿Te acuerdas? ¿Está Jesús vivo dentro de nosotros hoy? ¡Es maravilloso si lo está!

Pero, si no lo experimentamos, si no lo sentimos profundamente en nuestro interior: ¿Qué podemos hacer para que se manifieste dentro de nosotros? Pidamos a Jesús que se manifieste en nuestras almas. ¡Vivamos un santo tiempo de Adviento en preparación para la celebración del nacimiento de Jesús, y en preparación para nuestro último día!

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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