Sermones que Iluminan

Adviento 4 (A) – 2016

December 18, 2016


Cuando invitamos a nuestros familiares o a nuestros amigos a que vengan a visitarnos a nuestros hogares, abundan los preparativos. Nuestro deseo es que se les ofrezca una estadía inolvidable. La casa va a estar limpia. De la cocina los olores de nuestras mejores recetas van a abrir el apetito del más exigente. Las habitaciones para nuestros huéspedes serán las más amplias y mejores de la casa. El ambiente se sentirá de fiesta, una fiesta en la que todos vamos a compartir y a celebrar con alegría.

Durante este tiempo de Adviento nos hemos estado preparando para recibir al Niño Jesús. Y de la misma manera que nos preparamos para recibir huéspedes en nuestros hogares, las semanas anteriores las hemos dedicado a preparar nuestra alma para poder darle albergue a nuestro salvador que llega a morar en nuestros corazones. En estas últimas semanas hemos podido darle una limpiadita a situaciones en nuestra vida que nos impiden disfrutar de la llegada y presencia de Jesús, el hijo amado de Dios. Y sobre todo nos hemos preparado para recibirlo y ofrecernos como regalo de amor y la promesa de una relación más profunda a su lado.

La temporada de Adviento seguida por la llegada de la Navidad prodiga momentos muy especiales para muchos, porque hay elementos externos que nos recuerdan que no es un tiempo ordinario o común. Por todas partes se ven las luces de colores anunciando la Navidad, los árboles se decoran, las tiendas incitan a que compremos todo tipo de regalos, abundan las reuniones familiares, y por si fuera poco, hasta para las escuelas es tiempo de vacaciones. Estos elementos no van en contra de nuestra fe, podemos decir que incluso tienen su valor, cristianamente hablando.

Somos hijos de la luz y todas las lucecitas en los árboles o en los pesebres de nuestras casas, nos recuerdan la presencia de Dios en todo lo que hagamos en nuestra vida. También nos invita a la tarea de ser luz para las personas que nos rodean dentro y fuera de nuestros hogares. Los regalos que nos ofrecemos unos a otros y que les ofrecemos a los que no conocemos, pero que viven con necesidad, nos recuerdan nuestra tarea de dar algo de nosotros mismos al que no lo tiene. Ese gesto de compartir de corazón, es ser un regalo, ser una bendición para las personas que nos rodean. Es ser un regalo de amor como el Niño Jesús que nos llega de nuevo, es regalo de amor para nosotros y para el mundo.

El Evangelio del día de hoy nos sitúa en los últimos nueve meses previos al nacimiento de Jesús. Lo que escuchamos no es una historia color de rosa alejada de situaciones difíciles. Es una historia real como la vida de cualquiera de nosotros. José y María están en aprietos; es un momento donde lo único que les da la fortaleza que necesitan para sobrevivir, es su fe. Y muchos de nosotros hemos pasado por circunstancias parecidas y lo único que nos ha sostenido es nuestra fe y nuestra plena confianza en Dios.

Por una parte, pensemos en la situación de María: su embarazo pone en tela de juicio su reputación e incluso su vida. Para los judíos una mujer que quedaba embarazada fuera del matrimonio era considerada una mujer sin principios. Para José es el dolor que le causó saber que María estaba embarazada y que eso podría ser el producto de un engaño, de una infidelidad.

Es posible que algunos de nosotros nos hayamos encontrado en situaciones similares. No obstante, lo cierto es que cada uno de nosotros tenemos nuestros propios retos que también ponen a prueba nuestra fe. Los ejemplos abundan y van desde los problemas económicos, los conflictos con nuestra pareja y con nuestros hijos, nuestro estatus legal en este país o incluso problemas de salud física, mental y espiritual.

En cada una de estas situaciones de reto, dolor, pérdida y sufrimiento tenemos la oportunidad de reconocer, como parte de nuestra vida, al Niño Jesús, a Emanuel, su nombre significa “Dios con nosotros”. Al poner nuestra fe en “Dios con nosotros” seremos transformados.

No sería una idea descabellada pensar y preguntarnos, ¿En qué hemos cambiado durante el tiempo de Adviento de este año? ¿Sentimos que nos hemos acercado más a Dios y que confiamos más en Él? Nuestra respuesta nos indicará la medida en que nos hemos acercado a Dios, confiado y colaborado en la transformación de nuestra vida a la luz de nuestra fe.

Cada vez que enfrentemos las muchas situaciones y retos en nuestra vida, recordemos el mensaje del profeta Isaías quien nos anuncia el nacimiento de Aquél que estará permanentemente inserto en la vida de su pueblo. También recordemos las palabras de san Pablo quien nos asegura, que Dios no nos deja solos en el camino de la vida, “Dios nos ama, y nos ha llamado a ser de Jesucristo y a formar parte del pueblo santo”.

Desde el día de nuestro bautismo fuimos adoptados hijos e hijas de un mismo Padre. Ese Padre es quien siempre nos acompaña, nos guía, nos levanta y nos da la fuerza de seguir en el camino de nuestra vida.

Para este cuarto domingo de Adviento, sigamos reflexionando a la luz de Aquél que no solo viene a visitarnos a nuestros hogares, sino que desea nacer de nuevo en nuestros corazones, quedarse y ser parte esencial de nuestra vida.

Preguntémonos, ¿qué partes de mi persona y de mi ambiente debo limpiar y purificar para prepararme para la llegada de Emanuel? De igual manera debo reflexionar en cuanto a las personas que me rodean y los ambientes en los que me muevo. Tengamos en cuenta que la Navidad está a la vuelta de la esquina. La Navidad nos invita y nos reta a convertirnos en regalo vivo para los demás. Entonces la pregunta es ¿Cuáles son esas maneras en las que yo puedo aportar al bien común? ¿Cómo puedo ser voz, ojos, manos, de aquellas personas que necesitan el apoyo de mi voz, mis ojos, y mis manos?

Seamos conscientes de que para muchas personas estos son tiempos de mucha presión económica y peso emocional. Para algunos será la primera Navidad sin sus seres queridos, otros tienen familia que vive en lugares a donde no pueden viajar. Muchos han perdido su trabajo. Al no poder ganarse un salario, sufren por no poder responder a la necesidad de alimentar y mucho menos de ofrecerles pequeños regalitos de navidad a los niños.

María y José no se cuestionaron por qué fueron elegidos o si eran las personas más adecuadas para traer al mundo al amor de Dios encarnado en su hijo Jesús. Ellos no se enfocaron en sus limitaciones ni en sus carencias, sino que escucharon, confiaron y bien importante, ¡actuaron! Nosotros hemos venido preparándonos durante estas semanas de Adviento. Nuestro reto ha sido escuchar la voz de Dios, confiar en Él y ¡actuar!

Que en esta celebración recibamos la gracia para reconocernos como hijos amados y acompañados por Dios. De esta manera podremos recibir luz de esperanza en nuestra vida y compartirla como regalo en nuestra familia y la vida de nuestra comunidad.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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