Sermones que Iluminan

Adviento 4 (B) – 2014

December 22, 2014


Con este domingo de Adviento nos acercamos definitivamente a la Navidad; en sólo tres días estaremos celebrando ese maravillo misterio en el que una débil criatura “envuelta en pañales”, nos revela el amor más grande de parte de Dios.

Escuchamos hoy en la primera lectura el pasaje del Segundo libro de Samuel donde se pueden establecer dos cosas: por un lado, las intenciones de David de construir una casa para el Señor y, por otro lado, la iniciativa de Dios de darle más bien al rey una “casa”; es decir una descendencia que se perpetuaría en el trono de Israel.

La referencia a esta escena de David con el profeta Natán donde este último se encarga de transmitirle al rey la voluntad divina, sirve para refrendar el origen de Jesús: nos dice Lucas que José, el hombre que estaba desposado con María, era de la estirpe de David.

Cuando los israelitas fueron liberados de Egipto, Dios los conformó como un pueblo, con una alianza y con una tierra dónde realizar un proyecto de vida distinto al que habían vivido en Egipto: un proyecto de sociedad igualitaria en una tierra de libertad, apartada de Egipto. No obstante, después de escasos dos siglos durante los cuales Israel vivió la experiencia de la organización tribal, prefirieron igualarse a los demás pueblos vecinos y fue así como optaron por la monarquía. De hecho, el primer rey de Israel, ungido por Samuel, último de los jueces, fue Saúl; sin embargo, nos narra el primer libro de Samuel, que Saúl cayó en desgracia a los ojos de Yahvé quien le retiró su espíritu, y fue reemplazado por David.

David alcanzó, pese a sus múltiples pecados, una gran aceptación y fama en Israel y siempre será recordado como un rey bueno de cuya descendencia, algún día brotará el retoño que encarnará la figura del Mesías; por eso los evangelios son cuidadosos en demostrar que Jesús, que es el Mesías para los que lo aceptaron y creyeron en él, desciende de David por la línea de su padre José.

Y para ayudarnos a la preparación inmediata de la celebración del nacimiento del Niño Jesús, nos presenta la liturgia hoy, el pasaje de la Anunciación del ángel a María. Podríamos decir que este domingo es mariano, la figura central hoy no es ni David, ni Jesús todavía; la gran protagonista de hoy es María a quien veneramos con sincero afecto, primero por haber aceptado sin vacilación, ser la madre del Salvador, segundo por haber confiado en las palabras del mensajero de Dios; tercero, por ser la primera criatura redimida, María es la primicia de la redención; y cuarto, porque en ella estamos todos representados de alguna manera, pues a cada momento, Dios nos comunica su voluntad como a ella; tendríamos que ver si como ella, estamos prestos a decir “yo soy la sierva, o el siervo del Señor; hágase en mí según tu Palabra”.

Para Lucas como catequista, pero también como historiador según la tradición cristiana, es muy importante reconstruir ciertos momentos iniciales de la vida de Jesús, el gran protagonista de su obra, por eso dedica los tres primeros capítulos de su evangelio a lo que denominamos “la infancia de Jesús”. Por supuesto que cuando el evangelista compone este relato, han pasado ya varios años de la pasión muerte, y resurrección de Jesús; se trata entonces de un relato pos-pascual cargado ya de la fe y la fascinación por Jesús y, además, de una gran veneración y devoción hacia su madre, María. Y esto es bueno saberlo para que podamos valorar cómo el evangelista, no deja de lado los detalles de los orígenes humanos de su protagonista.

Digamos entonces que el relato de la Anunciación es literatura, una composición basada en el esquema del género literario “anuncio de nacimiento”, muy frecuente en la Biblia y también en el mundo pagano. Pero cuidado, con esto no queremos quitarle al relato de la Anunciación todo el contenido teológico y evangelizador que tuvo desde el momento en que Lucas los construye y lo pone al servicio de la catequesis para la comunidad que él evangelizaba; la intencionalidad de mostrar el relato como una pieza literaria, un género literario, es que no nos quedemos en las palabras del relato, sino que ahondemos, que miremos más allá de las meras frases e imágenes extraordinarias y tratemos de descubrir la intencionalidad teológica del evangelista cuando cuenta así el anuncio del nacimiento de Jesús.

Lo primero que traza Lucas en su relato son las coordenadas que le dan carácter histórico a lo que nos va a narrar: en cuanto al tiempo: ocurrió en el sexto mes; en cuanto al lugar: se trata de Nazaret, una pequeña población de la región de Galilea y en cuanto a los personajes: María y, por supuesto se menciona a José con quien ella estaba desposada; el trasfondo de todo es la expectativa mesiánica; es decir, la esperanza religiosa de que un día Dios visitaría a su pueblo enviando un Liberador.

Lo novedoso de Lucas es que en su relato esas expectativas mesiánicas involucran directamente la competencia humana; es decir, el evangelista pone de manifiesto que en los planes divinos la acción humana es muy importante; pero además, es necesario que caigamos en cuenta de otra cosa: desde el principio mismo del evangelio, Lucas nos está mostrando que esa acción humana, esa competencia humana con la que cuenta Dios para realizar sus planes, no se basa en primer lugar en los que tienen fama o importancia en la sociedad; es a partir de los pequeños, humildes y sencillos donde Dios pone los ojos para involucrarlos en la ejecución de sus planes.

María, es en efecto, el más claro ejemplo de lo más sencillo e ignorado de la sociedad de su tiempo; la sociedad patriarcal en que nace y crece María relega a la mujer a un segundo o tercer plano; las mujeres no cuentan; tienen valor en cuanto están amparadas por un hombre. Primer elemento entonces que Lucas quiere subrayar en su relato: Dios no se fija en las apariencias humanas, se fija en quienes no cuentan para la sociedad porque quizás en ellos hay mayor apertura a su Palabra, mayor disponibilidad para comprometerse en la realización de sus planes.

El segundo elemento importante que nos muestra Lucas es la disponibilidad y la fe confiada de María para aceptar la Palabra de Dios. El único “pero” que pone María a la propuesta divina es “¿cómo será esto si no convivo todavía con mi varón?” (Lucas 1:34).

María no necesita mayores explicaciones, no tiene nada claro, pero sí está firmemente aferrada a su fe en un Dios que no la dejará sola y por eso, aunque las palabras del ángel no son la más clara de las explicaciones, ¿cómo es así que iba a quedar encinta por el Espíritu Santo? ¿Alguno de nosotros entendería eso? ¡Pues María tampoco! Sin embargo, tiene la valentía de expresar “yo soy servidora del Señor, que se haga en mí todo cuanto has dicho” (v. 38).

Demos gloria al Padre porque su manera de ser y de actuar es tan diferente a la nuestra; roguemos para que nos regale en esta Navidad un corazón como el de María, dispuesto, sencillo y humilde, con la capacidad de escuchar su voz y con la prontitud necesaria para decir “Sí” a su llamado. Que al ver a María en el pesebre con su hijo recién nacido en sus brazos, recordemos que en ella estamos representados todos, hombres y mujeres de todos los tiempos con los cuales Dios quiere seguir llevando adelante su plan de salvación y de quienes espera siempre ese Sí confiado como el de ella.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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