Sermones que Iluminan

Cuaresma 2 (A) – 2014

March 16, 2014


Nos presentamos ante el Señor en este segundo domingo de cuaresma con una actitud de sincero desapego; desapego de todo aquello que nos impide emprender el camino que nos conduce a la vida nueva.

Dos ideas fuertes resuenan hoy en el mensaje que nos trae la Palabra de Dios: camino y re-nacer. En el pasaje del Génesis, Abrahán es invitado por Dios a salir de su tierra, a dejar su parentela, para iniciar con él una experiencia nueva de vida. Y Abrahán, sin pensarlo dos veces, emprende un camino, en una actitud de desapego, sigue el llamado del Señor, lejos de su tierra, de su familia. Abrahán es ejemplo de desapego, pero también de fe y confianza plena en quien va descubriendo como el Único en quien puede confiar.

En la cotidianidad de nuestra vida, sigue invitándonos ese Dios de Abrahán para que iniciemos un camino con una finalidad nueva. ¿Cuántos de los que estamos hoy congregados aquí no tenemos que desplazarnos continuamente de un sitio a otro, de una ciudad a otra, incluso de un país a otro? Pues bien, en esa imagen de quien va y viene, Dios se hace presente para invitarnos a darle un sentido nuevo: ese caminar, ese ir y venir continuos en búsqueda de nuestro sustento, démosle el sentido de ir hacia una mejor calidad de vida, hacia un cambio en esa manera de relacionarnos con los que están a nuestro lado, con Dios, con nosotros mismos.

El momento y la oportunidad son únicos; estamos en el tiempo de la cuaresma, época de cambio, de renovación de nuestro interior. Dios nos invita hoy para que abandonemos todo, para que nos dejemos guiar por él y para que le sintamos a él de una manera nueva y distinta. Cuando nos despojemos de todo aquello que hace difícil nuestro andar, seguramente sentiremos con más claridad que efectivamente Él está a nuestro lado, haciendo de nuestro camino una experiencia plena y humanizante.

Y si bien, la lectura del Génesis nos presenta la imagen del camino, la del evangelio nos presenta la idea de re-nacer; es decir, volver a nacer, algo que ni siquiera un maestro de Israel pudo entender, pero que es, en definitiva, la otra invitación que nos hace hoy la Palabra de Dios.

El evangelista Juan presenta a Jesús como “camino, verdad y vida”, como ese proyecto de nueva humanidad que tiene que construirse a partir de un cambio radical en la conciencia de cada ser humano. Desde siglos atrás la religión de Israel fomentaba y esperaba las esperanzas de cambio, de liberación, esperanzas en que un día Dios vendría o enviaría un mensajero suyo para decirle al pueblo, “la espera ha terminado, la liberación ha llegado”.

Pero, como bien sabemos, con el paso de las años, las expectativas mesiánicas empezaron a multiplicarse y a variar: muchos esperaban a un mesías rey, que gobernase según el criterio y el corazón de Dios; otros empezaron a intuir y a esperar a un mesías político, que arrebatase el poder a los dominadores de turno, primero fue a los babilonios, luego a los persas, luego a los griegos, y para la época más cercana a Jesús, fueron los romanos; otros esperaban a un mesías con características de “profeta escatológico”, alguien que viniendo directamente de parte de Dios, se encargara de explicar la Escritura, punto por punto, para conocer en definitiva la voluntad de Dios; otros esperaban a un mesías religioso, que se encargara de purificar radicalmente el templo y el culto.

Como podemos ver, eran muchas y muy variadas las expectativas de Israel con respecto al mesías que debía llegar. Una sola cosa sí era invariable: el mesías irrumpiría en Jerusalén, la capital religiosa y administrativa de Judá.

Ahora bien, todas esas expectativas tenían un elemento común: cualquiera fuera la tarea que el mesías venía a realizar, la haría él solo; a nadie se le ocurría pensar que ese mesías involucraría al pueblo en su obra mesiánica o su misión liberadora; todo lo realizaría él de un solo golpe. En este orden de ideas, pensemos en la encrucijada en que se mete Jesús; recordemos cómo precisamente los evangelios sinópticos nos narran las “tentaciones” como esas alternativas o tentativas de Jesús tratando de hallar la mejor manera de realizar su misión como enviado de Dios.

San Juan no nos narra ese episodio de las tentaciones de Jesús, pero a lo largo del evangelio nos va haciendo caer en la cuenta cuál es el camino que ha elegido Jesús para realizar su obra y el rechazo radical y creciente que obtiene de parte del oficialismo judío tanto por su enseñanza, y los signos que realiza, como por su procedencia: Galilea.

De acuerdo con la perspectiva de Juan, para volver los hombres a Dios, Jesús ha elegido el camino de renovar al hombre volviendo a lo elemental, a lo simple. En ese sentido debemos entender el primer signo realizado por Jesús en el cuarto evangelio, la conversión del agua en vino en las bodas de Caná (Juan 2:1-11). Y con esa mentalidad renovadora, Jesús se dirige a Jerusalén y provoca un incidente en el templo (Juan 2:13-16) con lo cual busca devolver a esta institución su sentido original, esto es, espacio de encuentro de la comunidad con su Dios y de Dios con su comunidad.

En el marco de estas dos primeras acciones de Jesús ubica san Juan la visita de Nicodemo a Jesús. Se trata de un hombre que quizás busca el auténtico sentido de su vida, de su fe, quiere tener una experiencia viva de Dios, pero no lo ha logrado ni en el templo como institución ni en su grupo político-religioso, el fariseísmo. Por eso, viene hasta Jesús y lo hace declarando una cosa muy importante: “Maestro, sabemos que vienes de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede hacer las señales que tú haces si Dios no está con él” (Juan 3:2). También nosotros hoy, veintiún siglos después de estos acontecimientos, sabemos que Jesús ha venido de parte de Dios, estamos convencidos de que nadie habría podido realizar una obra como la suya si Dios no hubiera estado con él; sin embargo, muchos de nosotros no hemos logrado vivir esa experiencia de Dios a través de la obra de Jesús, ¿qué es lo que nos falta realmente para lograrlo?

La respuesta de Jesús sigue siendo la misma: “Te aseguro que, si uno no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Ahí está la clave de una auténtica vida cristiana: re-nacer, nacer de nuevo; esto implica abandonar por completo ese estilo de vida que quizás nos ha mantenido alejados de Dios, abandonar esa manera espiritualista de entender a Jesús, dejar de pensar que estamos con Dios simplemente porque lo invocamos o porque venimos al templo o porque ofrendamos… Desde la propuesta Jesús, nacer de nuevo es iniciar ese camino con él, tener claro qué es lo absoluto y qué es lo transitorio. Nicodemo, y en general, el judaísmo, pensaba que lo absoluto era el templo, era la institución y que el medio más adecuado para atraer la atención de Dios eran las prácticas legalistas del fariseísmo, por eso no puede entender qué es lo que Jesús le quiere decir; es que cuando llegamos al extremo de absolutizar todo aquello que en realidad es un medio y no un fin, por supuesto que se nos cierra el entendimiento; ese era el problema de Nicodemo y era el problema de quienes rechazaron a Jesús y es el mismo problema que tenemos también nosotros para lograr una auténtica vivencia del amor de Dios y para una adecuada práctica del mensaje de Jesús.

No nos compliquemos más, abramos nuestro corazón, nuestro entendimiento y nuestro espíritu al Señor para que él nos ilumine, para que nos permita descubrir qué es realmente lo que tenemos que abandonar, qué es lo que tenemos que vaciar de nosotros para que él entre en nosotros y habite en nosotros. Roguemos que nos de la gracia de nacer de verdad a una nueva experiencia de vida en él, que seamos capaces de renunciar a todo aquello que hemos absolutizado y que no nos deja verlo a él como el único Absoluto que da verdadero sentido a nuestra vida.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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