Sermones que Iluminan

Cuaresma 3 (A) – 2011

March 27, 2011


Con esta celebración entramos hoy en el corazón de la Cuaresma. Es decir en la mitad de este maravilloso tiempo de conversión y cambio.

Los domingos tercero, cuarto y quinto de este ciclo constituyen una unidad llamada “Cuaresma catecumenal”. En ella se leen, en efecto, las páginas del evangelio según san Juan en las que se basaban tradicionalmente las últimas catequesis que se hacían a los que iban a recibir en la Vigilia Pascual el sacramento del Bautismo.

A pesar de todos los esfuerzos hechos para armonizar las tres lecturas que la liturgia presenta todos los domingos, no siempre es tarea que resulte fácil ni logre muchos éxitos. No así el día de hoy en que, con un pequeño esfuerzo, podemos encontrar un hilo conductor ¿Qué podemos hacer con este pueblo? Nos preguntamos con la primera lectura. Trabajar y cansarse por él, según la tercera lectura, para que se sepa y se sienta amado por Dios de acuerdo a la segunda lectura.

Este es el Dios que, poco a poco, a lo largo de la historia, se ha ido revelando a la humanidad. Es el Dios que Jesús, al fin, nos ha revelado en todo su esplendor y al que nosotros, cristianos, tenemos que convertirnos. Conscientes de que para ello, tendremos que destruir muchos ídolos. Pero aquí no valen medias tintas, o estamos con Cristo o no lo estamos.

Esto es precisamente lo que nos relata el evangelio de Juan en el encuentro de Jesús con la samaritana. Para ubicarnos un poco geográficamente, cuando se visita a Israel una de las paradas importantes es el pozo de Jacob y, lógicamente, el recuerdo de la samaritana. Sin embargo, no hay que confundirse y pensar en una escena de campo entre Jesús y la samaritana, sentados al borde de un pozo de refrescante agua para apagar la sed y paliar el cansancio. En realidad, el evangelio nos presenta la escena de un enfrentamiento, delicado y elegante pero claro y duro, entre dos formas de entender las relaciones del ser humano con Dios, es decir, dos formas de entender la religión.

A lo largo de la historia, el ser humano ha ido buscando a Dios y traduciendo sus logros en las diferentes religiones. Pero las religiones no son valores absolutos sino medios, caminos, posibilidades para que la humanidad pueda tener esa buscada cercanía con la divinidad. Y la historia de la samaritana pone de relieve uno de los problemas más típicos en todo este asunto: el ser humano se empeña en buscar a Dios por caminos diferentes de aquellos en los que Dios se acerca a la humanidad.

Pero profundicemos en el evangelio de hoy. Jesús estaba recorriendo la región de Judea. Allí los fariseos se enteraron de que estaba atrayendo más seguidores que Juan el Bautista. El Señor, al saberlo, abandona Judea para volver a Galilea. Para eso tenía que pasar por el país de Samaria. Allí es donde se encuentra con la samaritana. Todo comienza de la manera más sencilla. Jesús, cansado del camino, se sienta junto a un pozo, mientras sus discípulos “van al pueblo a comprar comida”. Le pide entonces a la mujer que le dé un poco de agua del pozo. Petición insólita por parte de un judío a una samaritana. Eso ya daba mucho que pensar, porque los judíos odiaban a los samaritanos. A partir de ese momento el diálogo se volvió tan interesante en el nivel doctrinal y espiritual, que Jesús parece olvidar la sed y la mujer el motivo que la condujo hasta allí. El resultado de este encuentro va a producir una transformación de vida y pensamiento en esta mujer.

Por otra parte, era muy mal visto entablar conversación con una mujer en un lugar público. Jesús, superando los prejuicios de raza y los convencionalismos sociales, conversó con la samaritana. En la persona de esta mujer, recibía también a la gente común de Palestina. Es cierto que no era judía, sino samaritana, es decir, de una provincia diferente, con una religión que rivalizaba con la de los judíos. Pero tanto samaritanos como judíos creían en las promesas de Dios y esperaban un salvador.

La primera inquietud de la mujer es calmar su sed. Los antepasados del pueblo judío andaban errantes con sus rebaños de una fuente a otra. Los más famosos, y cabe mencionar a Jacob, habían cavado pozos en torno a los cuales el desierto empezaba a vivir. Esto nos hace pensar, muchas veces, en nuestra realidad humana. Buscamos por todas partes algo para calmar la sed, y corremos el riesgo de no encontrar más que aguas dormidas o construir estanques agrietados (ver Génesis 26). Jesús, en cambio trae el agua viva que es el don de Dios a sus hijos y que significa el Espíritu Santo.

La segunda inquietud de la mujer es dónde está la verdad. Jesús le dice: “Tú has tenido cinco hombres y el que tienes ahora no es tu marido” (Juan 4:18). La mujer reconoce que Jesús es un profeta. Pero Jesús en esto expresa el destino común de la gente del pueblo que ha vivido sirviendo a muchos dueños y, finalmente, no tienen a quien puedan reconocer por su señor.

Y para continuar, ¿cuál es la verdadera religión? Los samaritanos conocían sólo por la Biblia el Pentateuco, es decir, los cinco primeros libros de la Ley, atribuidos a Moisés, y un sexto libro el de Josué. En esta expresión están representados los seis maridos de la mujer. Esto lleva a la mujer a tomar conciencia, rompe con su orientación religiosa y se convierte al sistema religioso de Jesús. En cambio para Jesús ambos sistemas, el judío y el samaritano, son inoperantes porque ninguno de los dos está cumpliendo con el espíritu de Dios. Sólo Jesús da a conocer plenamente quién es Dios. Por eso señala en el capítulo cuatro de Juan: “Ha llegado la hora, en que los quieren dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así” (Juan 4:23). Esto indica que el deseo del Padre es que todos vengan a su Hijo y lo reconozcan como el enviado.

Después de esta interesante experiencia con la samaritana, Jesús se dirige a sus discípulos y los invita a contemplar los campos dorados para la siega, simbolizando de esta forma las gentes del pueblo saliendo a su encuentro. También el cansancio de Jesús junto al pozo no es cansancio del camino, sino el cansancio por el esfuerzo de ayudarnos a salir de un sistema religioso que nos estanca y nos impide dar un verdadero cambio espiritual.

Queridos hermanos y hermanas, la samaritana hoy es una perfecta fotografía del cristiano que busca a Dios pero se empeña en marcar él los caminos, en lugar de aceptar lo que Dios le ofrece. La conversión no es un asunto de maquillaje sino de cirugía profunda del corazón; probablemente por eso nos cuesta tanto y nos resistimos, y nos inventamos la conversión ligera, es decir, algo liviano para tranquilizar nuestra conciencia.

El compromiso es convertirnos como la samaritana al Dios de Jesús y encontrar la única agua que apaga la sed más profundamente humana.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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