Sermones que Iluminan

Cuaresma 3 (A) – 2014

March 23, 2014


Con este tercer domingo de nuestro camino cuaresmal, continuamos meditando sobre esta serie de pasajes bíblicos que nos irán ayudando a hacernos cada día más conscientes de esa necesidad de convertirnos de corazón para poder vivir con Jesús la experiencia de la Resurrección.

Además, nos irán recordando esos mismos pasajes de la Palabra de Dios, la necesidad de renovar constantemente nuestros compromisos bautismales. De hecho, cada pasaje de la Palabra de Dios es una invitación para que hagamos la experiencia de manera muy consciente de la preparación inmediata al bautismo que realizaban los cristianos y cristianas de los primeros siglos. Cierto que nosotros ya somos bautizados, pero de una manera u otra, es necesario volver, con frecuencia, a la renovación de esos compromisos, a la renovación de esa alianza.

Uno de los elementos importantes en el bautismo es el agua. En la Biblia, el agua es símbolo de vida, y en efecto, se la menciona alrededor de trescientas cuarenta veces, en algunos casos en sentido metafórico y otros en sentido real; pero también puede llegar a significar muerte y destrucción; recordemos el pasaje del diluvio cuando “toda la tierra fue anegada y todo ser viviente pereció excepto Noé y su familia”.

Precisamente, la carencia de ese elemento vital es lo que hace murmurar a los israelitas una vez más contra Dios y contra Moisés, en su travesía por el desierto. Recordemos que al salir de Egipto, el pueblo estaba feliz porque habían experimentado el poder de Dios que los liberó del poder egipcio; pero al encontrarse en el desierto, abocado a sobrevivir por sus propios medios, sintieron el desánimo y las ganas de volver nuevamente a Egipto donde al menos tenían agua y carne para vivir.

Hemos escuchado hoy que el pueblo, desesperado por la sed, se rebela contra Moisés y reclama: “¿Por qué nos has sacado de Egipto?, ¿para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y al ganado?” Moisés no tiene otra alternativa sino dirigirse a Dios para que él resuelva esta nueva situación, y Dios responde con prontitud indicando a Moisés lo que debe hacer: golpear la roca con el bastón, con el mismo bastón con que había golpeado el Nilo. Y el pueblo obtiene agua de la roca.

En cierto sentido, nosotros tenemos mucho de parecido con este pueblo; no logramos percibir cómo Dios está siempre ahí, a nuestro lado, no lo percibimos como al Padre bueno y misericordioso que sólo quiere lo mejor para nosotros; somos como esa roca del desierto; sin embargo, el poder y la fuerza de Dios hace que de esa roca, árida, seca, brote agua, vida para todos.

Y este tiempo de cuaresma en el que somos constantemente invitados a la conversión, es precisamente el tiempo en el que Dios puede hacer que de cada uno de nuestros corazones petrificados por el egoísmo, por la falta de amor y de solidaridad con los demás, brote lo que realmente nos hacer seres vivos ante él: más amor, más signos de fraternidad, más sensibilidad hacia los hermanos que sufren, que están solos, marginados, desprotegidos.

Primer sentido del agua en el pasaje del Éxodo que escuchamos hoy: el pueblo está experimentando lo que significa ser libre, pero tiene que aprender a vivir esa libertad en plenitud. En Egipto, símbolo de la esclavitud, era impensable experimentar ese don; es en el desierto, donde el pueblo tiene que aprender cómo se construye y cómo se vive ese don precioso de la vida y de la libertad.

Y también con el elemento agua, como telón de fondo, acabamos de escuchar el siempre actual pasaje del diálogo de Jesús con una anónima mujer samaritana. Al pie del pozo de Jacob donde los habitantes de una aldea de Samaría se abastecen del precioso líquido, Jesús reposa un poco mientras sus discípulos van hasta el poblado a comprar alimentos.

Es muy significativo el hecho de que Jesús, como judío, decida entrar a territorio samaritano. Los judíos despreciaban a los samaritanos, no los consideraban parte del pueblo de la elección. Se dice, incluso, que llamar a alguien “samaritano”, era insultarlo. La diferencia entre ambas etnias se puede percibir en las palabras de la mujer: “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana”? (v 9).

Pero la intención de Jesús va más allá de la necesidad de beber un poco de agua aunque provenga de alguien con quien no hay buenas relaciones. La figura del agua es apenas el medio, la excusa, para llegar al corazón de la mujer y de aquel grupo humano necesitado también de conocer el anuncio de la Buena nueva del evangelio.

Mientras avanza el diálogo entre Jesús y la mujer, se percibe el grado de profundidad que va logrando Jesús: al principio, la mujer no percibe más que el sentido material del agua, pero Jesús la va llevando a comprender que detrás del significado del agua está la revelación del plan divino que incluye entre sus hijos e hijas a toda aquella región que no ha tenido acceso a su amor y su misericordia.

La referencia a los cinco maridos de la mujer, está en relación directa con los diferentes dioses a los cuales han adorado los samaritanos, dioses que no han sabido llenar la sed de Dios, es decir, no han dado respuesta a sus necesidades espirituales más íntimas. Por eso, Jesús se revela ante la mujer como aquel que definitivamente puede colmar esa sed. La mujer cree y acepta las palabras de Jesús y entiende que por encima de cualquier frontera, de cualquier concepto o calificación dada por el judaísmo oficial, está la acogida paternal de Dios.

En el momento en que la mujer va hasta la aldea y llama a la gente para contarles la experiencia que acaba de tener, se cumplen a cabalidad las palabras que apenas acababa de decirle Jesús: “Quien beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, porque el agua que le daré se convertirá dentro de él en manantial que brota dando vida eterna” (v.14).

Conocer a Jesús y dejarse conocer por él, podría ser el mensaje de este de hermoso pasaje donde caen por el piso los prejuicios étnicos, raciales, religiosos, políticos y de más. Hagamos de esta liturgia hoy, esa experiencia de conocer a Jesús, de sentirlo, de escucharlo como si fuera la primera vez que sentimos su cercanía. Nosotros tenemos un problema: desde niños hemos oído hablar de Jesús, crecimos en ambientes donde se habla mucho de Jesús, nos metieron a Jesús en la cabeza y eso nos ha hecho creer que le conocemos. No. Conocer a Jesús no es eso.

Precisamente, la liturgia de hoy nos trae este relato de Jesús con la samaritana para que mientras avanzamos en este camino cuaresmal, veamos y entendamos qué es conocer a Jesús, qué es experimentarlo vivo, cercano. Dejemos que él nos hable, permitamos que él nos sorprenda, nos asombre con sus palabras, que entre hasta lo profundo de nuestra conciencia y nos haga ver cuán lejos hemos estado de él. Con humildad de corazón sintamos sed digámosle hoy que él y sólo él puede apagar esa sed infinita de conocerle, de amarle y de servirle a él y sólo a él a través de nuestro prójimo.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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