Sermones que Iluminan

Cuaresma 4 (C) – 27 de marzo de 2022

March 27, 2022

LCR: Josué 5:9–12; Salmo 32; 2 Corintios 5:16–21; San Lucas 15:1–3, 11b–32

¡Qué grata coincidencia la que vivimos el día de hoy, hermanos y hermanas! Celebramos el cuarto Domingo de Cuaresma, también conocido como Domingo de Laetare, y leemos el hermoso y también conocido texto del “padre misericordioso” o del “hijo pródigo”. Y digo que es una linda coincidencia porque esta parábola, junto con los otros textos que la Palabra de Dios nos propone hoy, resumen la esencia de la celebración de este Domingo rosado, un Domingo de alegría y esperanza en medio de la penitencia de este tiempo cuaresmal.

El texto del evangelio nos narra la historia de un hijo que reclama la parte de la herencia que le corresponde de su padre y, como creyendo que ella era eterna, la despilfarra llevando una vida licenciosa. Luego, viendo que su fortuna se acabó y sintiendo tal necesidad que lo lleva hasta a comerse la comida de los cerdos, decide volver a la casa de su padre quien lo recibe con los brazos abiertos, una fiesta, ropa y un anillo nuevo.

El tiempo de Cuaresma es el tiempo que ofrece Dios, a través de su Iglesia, para entrar en lo más profundo de nuestros corazones con miras a revisar nuestra vida cotidiana. Es un tiempo para evaluar si estamos al lado del Padre, quien nos ama, o si, por el contrario, nos hemos alejado de él; es también el tiempo propicio para analizar qué hemos hecho con los dones recibidos por parte de Dios, sopesar si los estamos empleando para nuestro beneficio personal y social, o simplemente los estamos despilfarrando y malgastando. En esencia, este tiempo cuaresmal es un tiempo penitencial; un tiempo para analizar cómo está nuestra vida y nuestra relación con Dios. 

Sin embargo, este tiempo cuaresmal no busca sumirnos en la mayor de las penas; no es para darnos látigo y hacernos pensar cuán malos somos. La Cuaresma es tiempo de preparación, de penitencia, pero también de esperanza, incluso de alegría, porque si bien es cierto que los seres humanos pecamos y nos alejamos de Dios, también los es que estamos llamados a corregir nuestra vida y volver a la casa de nuestro Padre quien nos ama y espera con los brazos abiertos. Éste es precisamente el sentido de este Domingo rosado de Laetare; es un Domingo de penitencia esperanzada que nos permite reconocer, como durante toda la cuaresma ,que hemos fallado, pero también que tenemos un Padre en el Cielo que nos ama y que siempre está con los brazos abiertos, dispuesto a acogernos.

El amor que siente por nosotros nuestro Padre Celestial es tan grande que le ha movido a que su propio Hijo se ofrezca como pago por nuestros pecados para volvernos a la amistad con Él. Es como si cada uno de nosotros fuera el hijo del texto del evangelio que reclama su parte de la herencia y la desperdiciara y, en lugar de estar comiendo la comida de los cerdos para siempre -como mereceríamos por nuestra ceguedad-, el Padre nos llevara de nuevo a la amistad con Él. Pues así lo hizo, al hacerse humano en la persona de Jesús, por su muerte y resurrección, para sacarnos de ese sufrimiento restituyéndonos la dignidad de hijos e hijas de Dios que ya no comen la comida de los cerdos, sino que portan un vestido nuevo y llevan anillo en el dedo. Dios lo hizo porque te ama, me ama, nos ama a cada uno.

Hemos pecado, eso es seguro. Cada uno de nosotros ha pecado delante de Dios. Hagamos juntos un ejercicio: pensemos en aquel pecado que nos avergüenza, que nos duele reconocer, que quisiéramos que nadie supiera; tal vez somos envidiosos o chismosos, o nos hemos dejado llevar por la ira, o somos tan ambiciosos que sólo buscamos nuestro beneficio acomodando todo para que así sea, tal vez cargamos con un conflicto no resuelto desde hace mucho tiempo, o hemos lastimado a otras personas con nuestras palabras y actos, o tal vez nos hemos lastimado a nosotros mismos porque no nos hemos amado como deberíamos. Pues bien, Dios conoce ese pecado. No escondamos lo que somos. Dios sabe quién somos y lo que hemos cometido. Pero el Padre, además de conocernos, nos ama y está dispuesto a dejar todo atrás, quiere acogernos en sus brazos, vestirnos como merecemos por ser sus hijas e hijos muy amados; quiere darnos la oportunidad de sanar las heridas que nos ocasionamos al alejarnos de Él.

La cuaresma es un espacio de penitencia, pero también lo es de amor, reconciliación y sanación. Es de lo que habla la epístola cuando el Apóstol Pablo dice: “el que está unido a Cristo es una nueva persona”. Éste es el tiempo perfecto para que nuestra persona vieja se una a Él y muera para ser nuevos, hijos e hijas de Dios resucitados a una vida nueva en Cristo. Hoy es ese día, el de unirnos a Cristo y decirle sí, el de dejarnos reconciliar por Él con el Padre y volver a la amistad con Dios, el Padre con corazón de Madre que nos espera con los brazos abiertos.

Hoy tenemos la oportunidad para decirle sí a Dios, para volver a él y ser mejores seres humanos; es la ocasión para dejar de malgastar los dones y talentos que nos ha concedido, y dejarnos abrazar por Él que nos conoce y ama tal y como somos. No dejemos al Padre con los brazos abiertos, no desperdiciemos esta oportunidad de volver a Él y ser final y verdaderamente felices. ¡Animémonos, aceptemos la reconciliación y amor que nos ofrece!

Hoy es el momento de dejar de lado la alegría momentánea que genera el malgastar los dones que Dios nos ha dado e ir tras la felicidad eterna que da el estar con Él.  En otras palabras, hoy es el día de aceptar la invitación que Pablo nos hace a todos: “en el nombre de Cristo les rogamos que acepten el reconciliarse con Dios”.

Reconciliémonos con Dios. Dejémonos amar por Él. Dejémonos abrazar por el que es Padre y Madre y sólo quiere lo mejor para cada uno.

El Rvdo. Nelson Serrano Poveda, es Presbítero en la Diócesis Episcopal de San Joaquín y Misionero Hispano de la misma Diócesis. Psicólogo de la Universidad Nacional de Colombia, y Master of Arts in Religion de Trinity School for Ministries.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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