Sermones que Iluminan

Día de Pascua – 2020

April 12, 2020


“Si el Cordero es Cristo y Cristo es la Pascua,
las carnes de las palabras divinas
sólo pueden ser las divinas Escrituras”
(Orígenes)

Éste es el domingo que ilumina y conlleva a celebrar todos los domingos. El domingo que da sentido a todos los días del año; a todos los años; a toda la historia. El domingo donde se disipó la tiniebla, cuando el pecado fue vencido, la esperanza fue reengendrada, se pasó de ser simples creaturas de Dios a hijos de Dios por la acción pascual del Hijo en nosotros. Es el domingo de victoria que nos seduce y compromete a asumir una vida pascual antes de que ocurra en nosotros de manera definitiva. Es el domingo de la reconciliación entre el cielo y la tierra, es el domingo en que la humanidad se hace una en el eterno Uno que ha enviado a su Hijo a redimir al mundo por medio de la acción del Espíritu. Domingo… Domingo… Domingo… “Día del Señor”.

Es el domingo de los testigos, de quienes, como dice la carta a los colosenses, han resucitado con Cristo y buscan las cosas de arriba, aspirando las cosas del cielo. Pero también, de quienes no se han quedado mirando solo para el cielo, sino que como testigos saben que las cosas del cielo se concretizan en el acá de la tierra, de la historia, de los contextos, de las sociedades, de las personas.

Es el domingo cuando el cobarde, ignorante e imprudente Pedro pre-pascual, se hace testigo y erudito predicador en la casa de Cornelio, reconociendo que Jesús fue lleno “del poder y del Espíritu Santo… anduvo haciendo bien y sanando a todos los que sufrían…”, declara que “resucitó al tercer día”, y que se apareció “a quienes Dios había escogido de antemano como testigos”. Y esos testigos no son sólo los de hace dos mil años; son los testigos que han pasado a lo largo de la historia de la Iglesia, son los testigos que hay en nuestras comunidades, somos ustedes y yo. ¡Hoy es el domingo de los testigos!

Ser testigo del resucitado es una toma de conciencia que se realiza en la vida del creyente que ha asumido de manera seria y responsable sus compromisos bautismales. Es algo que se va descubriendo poco a poco, es un proceso, es una apertura permanente, es una seducción, es dejarse seducir, es entrar en el misterio de Dios y dejar que ese misterio de Dios haga morada en nosotros, hasta el punto de declarar con Pablo: “ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí.” Eso, es ser testigo.

En este domingo, el evangelio nos presenta a un testigo “femenino”, a María Magdalena, quien nos ayuda a descubrir cómo es el proceso de toma de conciencia de la fe en el resucitado.

Primero: María, el primer día de la semana, es decir el domingo, descubre que la tumba está vacía. Sin embargo, aún no sabe qué ha sucedido. María madruga, signo evidente de que su corazón latía fuertemente por Jesús. ¡El amor no da espera! de madrugada el horizonte se aclara y bajo la luz todas las cosas van dando poco a poco su forma.  Así sucede con la fe en el Resucitado: habrá signos que anuncian algo grande, pero sólo en el encuentro personal y comunitario con el Resucitado todo será claro.

María “corre”, insinuando su amor por el Señor. Lo seguirá demostrando en su llanto junto a la tumba vacía. Así, María se presenta ante Pedro y el Discípulo Amado, como símbolo y modelo del auténtico discípulo del Señor Jesús, que debe ser siempre movido por un amor vivo por el Hijo de Dios. María confiesa a Jesús como “Señor”, para ella es el “Señor”, el Kýrios, el Dios de la gloria y, por tanto, inmortal. Ella está animada por una fe vivísima en el Señor Jesús y personifica así a todos los discípulos de Cristo, que reconocen en el Crucificado al Hijo de Dios y viven para Él.

En este correr, el Discípulo Amado corre más rápido que Pedro. ¿Qué tan rápido estás corriendo tú para ir a ver al resucitado? Él llega primero a la tumba, pero no entra, respeta el rol de Pedro. Se limita a inclinarse y ver las vendas tiradas en la tierra. Él ve un poco más que María, quien sólo vio la piedra quitada del sepulcro. El testigo poco a poco va venciendo la “miopía”, la incapacidad para ver al resucitado cercano a él. Al principio Pedro ve lo mismo que vio el Discípulo Amado, pero luego ve un poco más, “además vio que la tela que había servido para envolver la cabeza de Jesús no estaba junto a las vendas, sino enrollada y puesta aparte.” ¡Más claridad! ¡Menos miopía! Ése es el proceso de descubrimiento del resucitado en la vida. ¿Qué tanto grado de miopía tenemos? ¿Qué gafas espirituales necesitamos?

El Discípulo Amado ahora entra en la tumba, ve todo lo que vio Pedro y da el nuevo paso que éste no dio: cree en la resurrección de Jesús. Increíblemente, este discípulo que va a representar, en la teología joánica, a la comunidad creyente de todos los tiempos, ha vencido la “miopía”. Nosotros somos los “discípulos amados” de hoy; esos que este domingo, en la celebración de la palabra y la Eucaristía, estamos atestiguando que en la noche pascual se ha vencido nuestra miopía. ¡Somos los testigos contemporáneos! los testigos en la casa, en el trabajo, en el barrio, en la comunidad.

La constatación de simples detalles despierta la fe del Discípulo Amado en la resurrección de Jesús. Para él, el orden que reinaba dentro de la tumba fue suficiente. No necesitó más para creer, como sí lo necesitó Tomás. A aquél se le aplica el dicho de Jesús: “dichosos los que no han visto y han creído”. Pero ¡atención! El Discípulo Amado “vio” y “creyó”; la asociación entre el “ver” y el “creer” serán fundamentales en la vida de todos los creyentes de todos los tiempos. Debemos verle en la cotidianidad, en el otro, en los otros y con los otros. Esto es lo que lleva a creer, a vencer la miopía espiritual, a hacernos “testigos”.

En la mañana del Domingo la única preocupación de los tres discípulos de Jesús: María, Pedro y el Discípulo Amado, es buscar al Señor, a Jesús quien murió en la Cruz por amor, pero le encuentran resucitado de entre los muertos para la salvación de toda la humanidad. El amor los mueve a buscar al Resucitado. Ese amor nos debe mover a buscarle también.

Éste es el domingo de la búsqueda amorosa del Señor que se convierte luego en impulso misionero; se trata de una experiencia contagiosa que los envuelve a todos, uno tras otro. A nosotros también. El acto de fe brota de quien se siente amado y ama pues, como dice San Agustín: “Puede conocer perfectamente solamente aquél que se siente perfectamente amado”. 

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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