Sermones que Iluminan

Día de Pascua (B) – 4 de abril de 2021

April 04, 2021

LCR: Hechos 10:34–43; Salmo 118:1–2, 14–24 LOC; 1 Corintios 15:1–11; San Juan 20:1–18

Hoy se celebra la fiesta más importante del cristianismo: la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, la Pascua, el paso de la muerte a la vida. No es simplemente una celebración, es “la fiesta de las fiestas”. La resurrección es la nueva creación. Cristo ha vencido al pecado y a la muerte, haciéndonos partícipes de esa nueva realidad.

Pongámonos en la situación de María Magdalena en su primera y cercana experiencia de encuentro con nuestro Señor resucitado, tal como nos lo narra bellamente el Evangelio de San Juan. En primer lugar, que sea una mujer testigo de la resurrección ya es un paradigma nuevo y restaurador de la dignidad humana. Recordemos que la mujer, en aquella tradición y época, era tratada como un objeto: de niña, propiedad de su padre; casada, propiedad de su esposo; y viuda, bajo la tutoría de uno de sus hijos varones o la guía de los sacerdotes. Su vida era ser administrada por un varón. Incluso, el testimonio de una sola mujer no era válido o creíble. Sin embargo, hoy vemos como Jesús escogió mostrarse primero a quien se consideraba inferior en aquella sociedad.

Siguiendo el relato evangélico, María va al sepulcro -donde habían puesto el cuerpo de Jesús- el primer día de la semana, es decir, el domingo, muy temprano, antes de aclarar totalmente. Llevaba en su corazón el dolor de la muerte de Jesús; su angustia se amplió al ver que el cuerpo no estaba en el lugar donde se suponía debía encontrarlo. Cada uno de nosotros puede imaginar y ponerse en su lugar, porque también hemos experimentado en mayor o menor medida el sufrimiento de la pérdida, y sabemos que es sumamente punzante cuando se ama. Y es que el amor se resiste a la muerte, se opone a la negación y no se deja convencer de un destino de desaparición. El amor lleva sembrada la eternidad y la idea de una vida sin fin. En definitiva, cuando amamos no entendemos la muerte, nos duele, nos desgarra y nos hace sufrir inmensamente; nos hace sentir un vacío infinito, algo que nada parece llenarlo. Así debió sentirse María.

Desde ese estado de dolor, María habló a todos a quienes encontró sobre la ausencia del cuerpo: en primer lugar, a Simón Pedro y al otro discípulo, luego a los ángeles y finalmente, al supuesto jardinero, quien terminó siendo Jesús. No le reconoce, ni pasa por su mente la posibilidad de su resurrección, su dolor y su llanto no le dejan reconocer al Maestro; está ciega por todo el sufrimiento que corre en su interior. Desde el lugar del dolor y la desesperación, cuando la razón se nubla y sólo hablan las heridas de nuestro corazón, no se puede reflexionar ni entender lo que sucede más allá.

Pero ocurre algo sorprendente y hermoso. Jesús se dirige a ella como si no la conociera; le pregunta: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”. Ella nuevamente le muestra su intranquilidad y dolor, e incluso le cuestiona si ha tomado el cuerpo. Ante esta situación, Jesús se compadece, se enternece con ella, ya no la trata como a desconocida; con sólo llamarla por su nombre: “María”, la calma, se le revela. Ella reconoce la voz que pronunció su nombre tantas veces, porque María era una fiel discípula de Jesús quien, sin duda, era para ella toda su vida, todo lo que tenía, quien le hacía soñar y le había levantado cuando era rechazada, endemoniada y menospreciada; gracias a él había renacido, había experimentado el sentido de redención y el placer de vivir. Jesús le dignifica, no es una más; le conoce, le llama por su nombre: “María”. No necesitó decir nada más para que ella inmediatamente volviera en sí y le reconociera como su Maestro, su Señor y su Dios. A partir de ahí, descargó su dolor, levantó su mirada, volvió la alegría y la esperanza. Podemos imaginar cómo su rostro habrá dibujado la mayor felicidad del mundo.

Luego, María contó todo lo que había experimentado: su interacción con Jesús, su gozo y alegría. Fue a testimoniar la resurrección, la victoria sobre la muerte con todo lo que ésta representa (llanto, dolor, injusticia, pecado, oscuridad y aniquilación). Todo alcanza ahora la luz. Aparece el resplandor de una vida más allá de la muerte con un decisivo y absoluto triunfo sobre todos los poderes del mal. Es un nuevo renacer, es la Pascua.

Hermanas y hermanos, aquí está la clave de nuestra fe: vivir la experiencia del encuentro con Jesús resucitado y llevar esta alegría y este gozo a todos los que nos rodean. La historia de María Magdalena en el Evangelio no es un episodio estancado en el tiempo, es la narración de una experiencia viva a la que se nos invita en medio de nuestra historia, del llanto y del dolor, incluso ahora en medio de esta tragedia amarga de la pandemia, la cual ha dejado en nosotros tristeza, temor, angustia y padecimiento por las pérdidas de quienes amamos y conocemos; sin embargo, tenemos la certeza de que Jesús está con nosotros, su amor nunca nos abandona y en Él encontramos sanación a nuestras heridas y esperanza de una vida plena, recreada en la resurrección desde ya, desde ahora, hasta alcanzar el culmen cuando tengamos nuestro encuentro personal y definitivo con Él. No olvidemos que la realidad de la resurrección es nuestro último destino.

Finalmente, en actitud de oración, desde lo profundo de nuestra mente y nuestro corazón, digamos: Señor Jesús, calma nuestro llanto, apacigua nuestras preocupaciones y llena nuestros vacíos, así estaremos convencidos, sin duda alguna, de como tú pronuncias nuestro nombre cuando nos ves buscándote, tal vez afanados sin entender tus designios; nos llamas para dejarte encontrar y reconocer, para decirnos que caminas a nuestro lado en todas nuestras luchas y esfuerzos, para afirmarnos que en ninguna dificultad, por más difícil y extrema que sea, podrá vencernos la desesperanza, ya que en tu amor, no hay derrota; tu resurrección es nuestra resurrección, tu Padre es nuestro Padre y tu Dios es nuestro Dios. Amén.

El Rvdo. Israel Alexander Portilla Gómez es sacerdote en la Misión San Juan Evangelista, Diócesis de Colombia, donde ha ejercido el ministerio desde diciembre de 2016.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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