Sermones que Iluminan

Día de Pascua (C) – 2013

March 31, 2013


¡Aleluya! ¡El Señor ha Resucitado!

El evangelio que acabamos de escuchar nos cuenta que después de la crucifixión y del entierro de Jesús, María Magdalena fue a la tumba muy temprano de mañana. Cuando vio que habían movido la piedra de la entrada, fue y le avisó a Simón Pedro, diciéndole: “¡Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto!” (Juan 20: 2b).

Simón Pedro y su compañero fueron a la tumba a investigar y se dieron cuenta de que el cuerpo del Señor no estaba allí. Tras comprobar lo sucedido, creyeron y regresaron a su casa.

María Magdalena se quedó, llorando, inclinándose y viendo dentro la entrada de la tumba, considerando y buscando: “¿A dónde se habrán llevado al Señor?” Luego, después de hablar con los dos ángeles, vio a Jesús; pero, al principio, no lo reconoció hasta que él le dijo: “María”. Ella se volvió y reconoció a su maestro: “Rabuni!”

Durante más de dos mil años, así ha sucedido a miles de personas que han buscado a Jesús por todos los medios. Han buscado al Jesús, cuya vida, muerte y resurrección revolucionó al mundo.

Así le sucedió a una pareja que fue de Estados Unidos a España a visitar a su hijo, Miguel, que estaba estudiando español en Sevilla. Aprovecharon la oportunidad para descubrir y apreciar el ambiente espiritual celebrado mediante las procesiones religiosas durante la Semana Santa. Con esa intención, la pareja llegó a la ciudad del Guadalquivir varios días antes de las celebraciones religiosas con tiempo para ubicarse y orientarse en la ciudad.

Sevilla, esa ciudad con su gran universidad y bellos sitios de interés enamora a estudiantes y visitantes de todo el mundo. Sevilla, en donde Cristóbal Colon se embarcó para descubrir las Américas. Sevilla, la ciudad famosa por su folclore variopinto de guitarras y castañuelas, de cantantes y bailarines, y del famoso flamenco hoy estudiado e imitado en muchos lugares del mundo.

Pero en esta ocasión, el mundo se acercaba movido no por un afán turístico, sino por una motivación religiosa. Infinidad de personas empezaban a llegar a la histórica ciudad y poco a poco la multitud empezó a crecer y las calles se fueron abarrotando. Habían llegado buscando algo. Algo más profundo que lo mero histórico y folclórico de la ciudad.

Por su parte, también las iglesias estaban terminando las últimas preparaciones para los “pasos religiosos” o desfiles que forman parte integrante de la tradición durante la Semana Santa.

Los padres de Miguel habían llegado con tiempo para asistir a varias de esas procesiones que empiezan ya el Domingo de Ramos y se extienden durante siete días, es decir, desfilan unas cincuenta y dos procesiones representando diversos instantes de la vida de Jesús.

Lo que se nota en Sevilla es memorable. La ciudad se transforma durante esos días. El ambiente religioso es profundo y vibrante con el movimiento de la gente por uno y otro lado. Se ven solistas lanzando “saetas”, es decir, poemas u oraciones cantadas dirigidas a Cristo o a la Virgen. Se ven desfiles que consisten en bandas de clarín y tambor. Se ven grupos que recuerdan a los antiguos herejes en túnica blanca y capirote.

Los “pasos” –verdaderas obras de arte- muestran a: Jesús entrando en Jerusalén montado en un burro; a Jesús instruyendo en el templo; a Jesús y sus discípulos en la última cena; a Jesús orando y arrestado en el jardín; a Jesús ante Pilato; a Jesús cargando la cruz; a Jesús tendido en la tumba; a María, madre de dolores; y, finalmente, a Jesús en la gloriosa resurrección el día de Pascua. Y, cada “paso” es acompañado, a pie, por clérigos, laicos, oficiales, políticos municipales, guardia local, civil, o nacional.

Todas estas celebraciones tienen el gran objetivo de prepararnos para el glorioso día de la Pascua de Resurrección. Nos podemos recordar de esa gran mezcla de gente durante esos momentos. Podríamos comentar o reflexionar sobre esa “religiosidad cultural o popular”, pero en el fondo se trata siempre de gente que anda a la búsqueda de lo “santo” o de lo “sagrado” en esas manifestaciones religiosas. En definitiva, anda en búsqueda del Dios que da sentido a nuestras vidas.

El dilema para nosotros es que andamos buscando lo “sagrado” dentro de la muchedumbre, frenética y desordenada, que llena las calles mientras que “la procesión de la vida” ocurre también en nuestro interior y de igual manera andamos buscando ese Espíritu divino que todo lo gobierna.

El poder de las representaciones religiosas es que nos recuerdan la variedad de escenas en la vida de Jesús y sus discípulos. La viveza y expresividad de los pasos nos invitan y estimulan a participar del misterio. ¡Quisiéramos estar allí con Jesús, María y los discípulos! Es como si estuviéramos todos juntos en Jerusalén deseando encontrar, ver y tocar a Jesús. ¡Todos amando al Nazareno!

Pero realmente, ya nos encontremos en Sevilla, en nuestra ciudad o en cualquier país de América latina, la realidad es que lo “sagrado” nos acompaña constantemente de una manera o de otra.

¡El Hijo de Dios siempre ha estado con nosotros adondequiera que nos encontremos! Con su resurrección se nos hace presente en todo momento. Lo importante es reconciliarnos con Dios, con el Dios bueno, misericordioso y compasivo que nos espera con los brazos abiertos, y cuyo ejemplo más válido y evidente nos lo ha dado Jesucristo.

Lo que más importa es el modo de vida que uno vive después de que vemos y aceptamos a Jesús resucitado. ¡Ese es nuestro desafío! Esa es nuestra responsabilidad cristiana.

No podemos vivir en Cristo resucitado si primero no morimos a nosotros mismos, así como Jesús murió aceptando la voluntad de Dios Padre. Vivir a Dios y en Jesucristo es entender que vivimos y resucitamos con Jesús en el Espíritu de la resurrección.

Lo importante es reconocer que lo “sagrado” forma parte de cada persona. También entre las muchedumbres y que no lo sentimos solamente en nosotros mismos. Cuando abrimos los ojos de la fe veremos que lo “sagrado” está presente en todo y en todos y que esa presencia nos viene del Cristo resucitado, bajo el poder del Espíritu. Ese Espíritu que mora en nosotros por virtud de nuestro bautismo.

Vivir en Jesucristo resucitado es glorificar a Dios en todas las cosas y dar gracias por nuestra vida y el don de este día que da sentido a toda nuestra vida. Porque la vida no termina con la muerte, la vida continúa en el más allá dando gracias a la resurrección que Jesús nos ofrece con su Pascua. Ha pasado por esta tierra, ha pasado por esta vida y nos ha dado ejemplo hasta el último momento.

¡En Verdad el Señor ha Resucitado! ¡Aleluya!

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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