Sermones que Iluminan

Epifanía 3 (A) – 2011

January 23, 2011


“Cuando Jesús oyó que habían metido a Juan en la cárcel, se dirigió a Galilea” (Mateo 4:12).

Si lográramos abstraernos, por solo un momento, del conocimiento que tenemos del evangelio de san Mateo y del desenlace que tuvo la vida de Jesús, fácilmente podríamos crearnos un escenario imaginario de película de acción y suspense al leer el primer versículo del evangelio de hoy. Imagínense ustedes, en la secuencia del evangelio según san Mateo, Jesús llega a Galilea después de un combate campal en el desierto con el diablo, del cual, dicho sea de paso, salió victorioso, y de recibir la noticia que a Juan el Bautista, el que lo bautizó en el Jordán, lo habían metido en la cárcel.

En el lenguaje coloquial moderno cualquiera diría “esto se está poniendo bueno”, y se acomodaría más en su asiento para seguir disfrutando de la función. Obviamente, seamos claros desde el principio, los evangelios no son películas, son la vida de Jesús en palabras y obras. Los evangelios, para nosotros los cristianos, trascienden las pantallas y los escenarios de teatros, pero no condenan nuestra capacidad imaginativa.

Lo que pone el asunto más interesante es que, siguiendo el relato de Mateo, Jesús llega a las orillas del mar de Galilea y comienza a reclutar a un grupo de seguidores. Hombres fuertes y hábiles, acostumbrados al trabajo físico, pescadores de profesión, posiblemente desaprendidos de los formalismos religiosos existentes; tal vez, por qué no, inconformes y disgustados con el status quo, e interesados en algún cambio político, económico, social y religioso. Todo parecería indicar que a las autoridades romanas y judías de aquel tiempo se les aproximaba otra rebelión popular, un vendaval incontenible. ¡Y qué rebelión! Nada más y nada menos que la del reino de Dios encabezada por el Hijo del Altísimo.

Jesús llegó al relevo de Juan y toma la antorcha justo donde la dejó el Bautista, con el mismo postulado de entrada y un plan de acción que anuncia la inminencia de algo grande que se avecina: “Vuélvanse a Dios, porque el reino de Dios está cerca” (Mateo 4: 17).

La palabra “relevar” tiene muchos sinónimos, aliviar, descargar, liberar, socorrer, sustituir, son solo algunos de ellos. Se utiliza mucho en el deporte, en las competencias deportivas de relevos, por ejemplo. Las expectativas sobre el relevista suelen ser muy altas, se espera que siga el curso de las cosas y que lleve la competencia al siguiente nivel. El relevista no es un atleta de bajo perfil, tiene que ser de enganche rápido, comprometido con la causa de su equipo, plenamente consciente de la confianza puesta en él, buen observador, de gran capacidad analítica y de un agudo sentido para evaluar situaciones y decidir rápido. En otras palabras, el relevista no es atleta cualquiera, es “el relevista”.

En las carreras de relevos solo un atleta corre a la vez y al recibir la antorcha todo el resultado de la competencia pende de su destreza, y el conjunto descansa en él a partir de ese momento. Es así como se nos presentan las cosas con Juan el Bautista y Jesús de Nazaret. Si juzgamos por la forma como Jesús inicia su carrera, podríamos fácilmente deducir que llegó a ella bien preparado, listo para el tirón final y empujar hasta las últimas consecuencias; con un plan de acción bien definido cuya primera estrategia fue la selección de un punto de arranque, Galilea, y un equipo de apoyo, sus discípulos, a quienes preparó para continuar la carrera por él. Ese fue su principal propósito al llamar a cada uno de los apóstoles, entrenarlos para enseñarles el arte del buen relevo en equipo, y equiparlos con lo que necesitaban saber sobre el reino de los cielos y el modo de hacerlo visible aquí en la tierra.

Obviamente nosotros sabemos el resto de la historia, no hay necesidad de repetirla en este momento. También sabemos que el relevo no es un tema ajeno a la historia bíblica, Josué relevó a Moisés, Eliseo a Elías, solo por mencionar un par de ejemplos del Antiguo Testamento.

Nuestra historia cristiana se ha desarrollado en base al relevo efectivo de muchos y muchas, conocidos y no conocidos, que al tomar la antorcha la llevaron tan lejos como pudieron, a esos les llamamos santos. A esos santos y santas los tenemos esparcidos a lo largo y ancho de estos veinte siglos de historia, algunas veces corriendo solos y otras acompañados. Cada uno de ellos fue llamado por Cristo en momentos de necesidad en los que el evangelio ha necesitado contar con su don particular: momentos de injusticias sociales, persecuciones ideológicas y religiosas, violaciones a los derechos humanos, desastres naturales, epidemias, etc.

Este tercer domingo después de Epifanía nos encuentra todavía rodeados del dolor de la tragedia en Tucson, Arizona (año 2011), de la conmemoración del aniversario del asesinato de Martín Luther King y del recuerdo del primer año del desastre en Haití. Aunque son acontecimientos separados, ocurridos en distintos lugares, circunstancias y tiempos, nos obligan a preguntarnos qué podemos hacer para mejorar las causas que condujeron a la muerte del Dr. King y de las seis personas asesinadas en Arizona, o qué pudimos haber hecho para evitar que el terremoto en Haití cobrara menos vidas y que las condiciones de los sobrevivientes fuesen menos desoladoras.

Estos acontecimientos nos recuerdan que la realización del reino de Dios todavía está pendiente de detalles y que esos detalles están a la espera de los atletas del relevo llamados al estilo de Dios, en tiempos difíciles, cuando los caminos se empinan. Esos atletas somos nosotros, los cristianos y cristianas de este tiempo, y no podemos sentarnos indiferentes a orillas del lago a ver el tiempo pasar. El evangelio de hoy nos invita a tomar nuestras antorchas y a apurar el paso por nuestro equipo, la humanidad entera, por la que Jesús apostó todo. Podemos correr con otros, Dios no nos pide correr solos, lo importante es que lo hagamos. En Jesús tenemos un buen ejemplo de relevo efectivo. Nosotros podemos iniciar nuestra carrera en cualquier momento, si es que no lo hemos hecho ya. Podemos comenzar exactamente donde él, Jesús, comenzó la suya, con el anuncio de la cercanía del reino de los cielos y la necesidad que tenemos los seres humanos de volvernos a Dios.

Terminemos recordando las palabras del apóstol Pablo a Timoteo “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Timoteo 4:6-8).

Que también nosotros podamos decir lo mismo.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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