Sermones que Iluminan

Epifanía 3 (A) – 2014

January 26, 2014


El reino de los cielos está ahora cerca. Los acontecimientos actuales son Palabra de Dios que nos anuncian la cercanía de un reino de amor, de paz, de justicia, de santidad y gracia. Dios está presente en nuestra historia. En el tiempo de Jesús los judíos no se atrevían a pronunciar el nombre de Dios, sino que acostumbraban a designarlo con la expresión “los Cielos”. El reino de los cielos es el reino de Dios. Dios viene para reinar entre nosotros, lo que significa que desde ahora recibimos la salvación definitiva.

El verbo que usamos para expresar la transformación personal es “convertirse” y este verbo traduce una palabra griega que en hebreo significa pura y llanamente “volver”, “darse vuelta”, es decir, “volverse a Dios”. Esto, sin embargo, puede entenderse de muchas maneras. En boca de Juan el Bautista significaba “apártense de sus vicios”. Pero Jesús mostrará que esa renovación de toda la vida procede de un cambio interior y esto es precisamente la obra del Espíritu Santo en nosotros. Las palabras y las obras deben ir juntas como en Jesús.

San Pablo luchó arduamente con los cristianos de Corinto para que entendieran esta dinámica que Cristo nos enseñó sobre la forma de unir palabra y acción. En la epístola de hoy que escuchamos hace un momento Pablo se enfrenta con el eterno problema de nuestras comunidades cristianas: la división de los creyentes. Este es el primer pecado de la iglesia. Varios apóstoles habían pasado por Corinto. Algunos en la comunidad se habían aprovechado de esto para afirmar su propia identidad proclamándose como los más importantes y los imprescindibles de la comunidad, en realidad se creían mejores que los demás y de más prestigios que los demás en la comunidad de Corinto y esto es lo que empieza a provocar la división entre ellos.

Pablo les pide que terminen con las divisiones, que encuentren un mismo modo de pensar y tener los mismos criterios como una familia unida. El Apóstol se dirige a una comunidad de personas que se conocen entre sí aunque había entre ellos amos y esclavos como era costumbre en esa época, pero compartían todos una misma cultura, la griega, y, sobre todo, que vivían como en familia.

Las cosas son diferentes cuando la Iglesia reúne a numerosas personas de ambientes distintos y de costumbres diversas. La unidad no será posible ignorando las desigualdades, pues será necesario que todos reconozcan los obstáculos reales que los separan en el diario vivir. Pablo les recuerda que Cristo lo envió a él no para bautizar, sino para predicar el evangelio entre los gentiles.

En momentos en que la Iglesia se repliega sobre sí misma se olvidan que la principal misión es evangelizar, no disputarse los mejores puestos y funciones en la comunidad. El líder, el ministro, el catequista, son servidores de la comunidad, no están para servirse de la comunidad. Con frecuencia perdemos mucho tiempo en concentrarnos en las funciones más importantes de la Iglesia con el fin de gloriarnos o brillar por encima de los demás. Eso no es correcto. Las funciones de liderazgo son para servir a todos sin excepción. Nunca buscar beneficios personales ni prebendas en la Iglesia porque eso trae división y rivalidades.

Aunque los cristianos de Corinto no eran grandes intelectuales gustaban de los buenos y hermosos discursos como ciudadanos griegos que eran. En esa época, en todo el Imperio Romano muchas personas andaban en busca de doctrinas esotéricas y un cierto número en la Iglesia veía en la fe un medio para lograr un saber superior.

No debemos olvidar que la sabiduría cristiana está contenida en la cruz como paso previo hacia la resurrección, símbolo del triunfo sobre la decadencia. Las divisiones, las rivalidades, los chismes son el camino de la cruz y debemos crucificar cada una de esas actitudes negativas para darle paso al aprendizaje del camino hacia la resurrección que es la superación de todos esos escollos para poder vivir una vida en armonía y tener los mismos principios y criterios que Cristo nos entregó en su vida, que es el Evangelio viviente. En Cristo podemos superar todos esos problemas y alcanzar la comunión en el amor de Dios.

Pidamos al Todopoderoso nos colme de fortaleza para vivir nuestro cristianismo en plenitud en el amor de Cristo. Amén.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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