Sermones que Iluminan

Epifanía 3 (B) – 2015

January 26, 2015


Hoy es el tercer domingo después de Epifanía y el leccionario dominical vuelve a la lectura del Evangelio según san Marcos en el punto donde lo dejamos antes de la Navidad. En la selección que leímos hoy nuestro Señor Jesucristo da inicio a su ministerio público en Galilea. El evangelista nos informa que Cristo empezó con la proclamación de las Buenas Nuevas del reino de Dios y que, de manera parecida a la de Juan Bautista, llamó a toda la gente al arrepentimiento y a la fe, diciendo: “Ha llegado el tiempo, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias”. Así el Señor llamó a todos a la conversión.

Podríamos describir el mensaje del Señor Jesús como escatológico y apocalíptico a la vez. Es escatológico porque con Cristo la humanidad comienza una nueva etapa, la de la redención. Por eso el calendario cuenta los años a partir del nacimiento de Cristo. Es apocalíptico porque por medio de Cristo Dios se ha revelado a mundo. El mensaje de Cristo nos enseña que Dios es amor, que prefiere el perdón a la condena y darnos la gracia en vez del castigo que merecen nuestros pecados.

Las Buenas Noticias de Cristo, lo que llamamos “el Evangelio” es un mensaje poderoso. Es tan poderoso que tiene la capacidad de cambiar radicalmente las vidas de todos los que lo oyen y lo ponen en práctica. Precisamente esto es lo que escuchamos en las lecturas de hoy, pues tenemos tres ejemplos sobre cómo la conversión puede cambiar nuestras vidas.

El primer ejemplo viene del Antiguo Testamento. Es el testimonio del profeta Jonás y del pueblo de Nínive. Dios llamó a Jonás a predicar el arrepentimiento a la población de Nínive, un pueblo situado en lo que hoy por hoy es Irak y que había oprimido a los hijos de Israel. Los que conocen la historia de Jonás se acordarán de que el profeta rechazó el plan de Dios, trató de huir y fue tragado por un pez enorme. El rencor de Jonás hacia los ninivitas le impedía aceptar su vocación de ser mensajero de la palabra de Dios. No obstante, Dios no permitió que Jonás se escapara. El profeta llegó a Nínive y anunció que todos debían arrepentirse y convertirse al Señor, aunque no creía que le harían caso. El gran choque llegó para Jonás cuando todos los ninivitas desde el mismo rey recibieron el mensaje, creyeron al Señor y proclamaron un período de ayuno y súplica a Dios. A pesar de que Jonás predicó de mala gana, la proclamación de la palabra de Dios no fue en vano. El pueblo de Nínive la escuchó y se reconcilió con el Señor. La predicación sirvió para cambiar la vida de todos los habitantes de la gran ciudad y los enemigos del Señor se convirtieron en adoradores que recibieron la misericordia y el perdón de Dios.

El segundo ejemplo lo vemos en el evangelio proclamado hoy. Escuchamos cómo Cristo llamó a Andrés, Pedro, Santiago y Juan para ser sus primeros discípulos. Ellos eran exitosos empresarios cuando conocieron al Señor, pues en aquel entonces ser pescador era ser empresario. Parece que fue una empresa familiar algo grande que quizás contaba con más de un barco. Estos hombres escucharon las Buenas Noticias del reino de Dios que predicaba Jesucristo, y les cambió a todo. Abandonaron sus redes y sus tareas diarias. Dejaron a sus padres y a sus casas. Decidieron seguir a Cristo y él les convirtió en pescadores de hombres, mujeres y niños para el reino de los Cielos. Su encuentro con Jesucristo les provocó un cambio de vida radical. Dedicaron el resto de sus días a la misión que Dios les encomendó, la de predicar el evangelio.

El tercer ejemplo de conversión es la vida de san Pablo. Cada año el 25 de enero la Iglesia conmemora la conversión del Apóstol. (Cuando esta fecha cae en domingo, como este año, se traslada al día siguiente). San Pablo fue un hombre que experimentó un cambio muy profundo. Había estado involucrado en la persecución de los cristianos, incluso había presenciado la muerte de san Esteban, el primer mártir, cuando el Señor se le apareció en el camino a Damasco. Empezó su viaje con la intención de arrestar a los cristianos, pero llegó a su destino predicando ya la fe en el Mesías. Al igual que a los habitantes de Nínive, a Pablo Dios le convirtió de enemigo y perseguidor a creyente, y como los primeros discípulos, él fue nombrado apóstol de Jesucristo.

En la primera carta a los de Corinto san Pablo nos enseña que la conversión puede y debe hacer también un cambio profundo en nuestras vidas. ¿Qué dice?: “Los casados deben vivir como si no lo estuvieran; los que están de luto, como si estuvieran de fiesta; y los que están de fiesta, como si no lo estuvieran”. Es verdad que este texto nos podría parecer algo extraño, pero no nos confundamos. No dice que deberíamos abandonar a nuestros esposos o esposas; tampoco quiere el Apóstol obligarnos a fingir que estamos alegres cuando tristes, ni tristes cuando alegres. Se trata de algo distinto.

El mensaje de san Pablo es que si en verdad hemos recibido el evangelio de Jesucristo, eso debería influir en cada aspecto de nuestra vida, nos debe llevar a la conversión. Tenemos que pasar de la vieja vida a la nueva, de la oscuridad a la luz. La presencia de Cristo en nuestroscorazones debe dejar una huella en nuestro ser que afecta a todo lo que hagamos. Debería afectar la manera en que tratamos a nuestros cónyuges, cómo criamos a nuestros hijos, nuestras relaciones laborales y sociales. Es decir, que conocer a Cristo y convertirnos a él debería cambiar toda nuestra vida.

En la nueva vida con Cristo, queremos hacer todo para la gloria de Dios. También queremos buscar el bienestar de los que nos rodean. El amor de Dios nos pide que amemos y perdonemos a todos de la manera que hemos sido amados y perdonados. Entonces, al interiorizar el mensaje de Jesucristo, vamos superando los impedimentos para lograr la vida nueva que Dios quiere para nosotros: los vicios, las desconfianzas y los rencores. A través del proceso divino de la conversión y la santificación, Dios nos va moldeando – así como el alfarero moldea una vasija – para que día a día nos parezcamos más a su Hijo Jesucristo y seamos portadores del evangelio llevando a todos paz y reconciliación.

Por tanto, la conversión cambia la vida del creyente. La cambia para bien, no para mal. No quiere decir que no habrá problemas u obstáculos para los que deciden seguir a Cristo, pero, sí, que los cambios serán positivos porque el evangelio trae luz y la gracia de Dios. El Señor no abandona a los que confían en él. Por eso, podemos decir con el salmista que “Dios es nuestro refugio y nuestro amparo fiel”.

Éste es el poder de la conversión: Jesucristo nos cambia profundamente y nos permite mejorar nuestras vidas y las vidas de los demás con la misma gracia de Dios que ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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