Sermones que Iluminan

Epifanía 6 (B) – 2012

February 13, 2012


Celebramos el sexto domingo después de Epifanía. La primera lectura y el evangelio de este domingo nos relatan la sanación milagrosa de dos personas aquejadas por la lepra.

La primera lectura nos presenta la curación de Naamán, jefe del ejército del rey de Siria. Naamán visita la tierra de Israel buscando ser sanado de lepra y es enviado a ver al profeta Eliseo. El profeta no recibe personalmente al jefe del ejército sirio sino que envía a uno de sus criados para informarle que debe bañarse siete veces en el río Jordán si desea ser sanado. Naamán obedece con cierta resistencia al mandato del profeta Eliseo. Se baña siete veces en el río Jordán y queda limpio de la lepra.

El evangelio nos narra el encuentro de Jesús con un leproso. El encuentro muestra un corto diálogo entre Jesús y el leproso, este se arrodilla ante el Señor y le dice: “Si quieres puedes limpiarme. Jesús le responde: Quiero, queda limpio”. El leproso queda limpio de inmediato.

Dos enfermos de lepra sanados en circunstancias muy distintas. El primero busca al profeta Eliseo, pero este se niega a recibirlo, envía un criado para tratar con el enfermo .Esto lastima el corazón del leproso Naamán. Así dijo Naamán con mucha tristeza: “Yo pensé que iba a salir a recibirme, y que de pie iba a invocar al Señor su Dios, y que luego iba a mover su mano sobre la parte enferma, y que así me quitaría la lepra”.

El leproso del evangelio se postra ante Jesús y le ruega que lo limpie de la lepra. El Señor Jesús tiene compasión del enfermo y le sana de su dolencia. La diferencia entre los dos relatos se distingue por una sola palabra: compasión. “Jesús tuvo compasión de él lo tocó con la mano y dijo: –Quiero, ¡Queda limpio!”.

El leproso antes de ser sanado físicamente recibe de parte de Jesús un gesto de amor, un gesto de compasión. Este acto compasivo de nuestro Señor Jesucristo se convierte en uno de los rasgos más distintivos de nuestra fe cristiana. El Cristianismo es la religión del amor y la compasión.

El diálogo entre el leproso y Jesús pudo haber sido muy diferente. El Señor Jesús como buen conocedor de las leyes de la religión judía, pudo haber dicho al leproso: “No quiero limpiarte, porque tu enfermedad es consecuencia del castigo de Dios contra ti y contra tus padres, que también pecaron”. De haber respondido Jesús de esa manera, seguramente no seriamos cristianos hoy en día. Creeríamos en un Dios autoritario e impasible ante el dolor de los seres humanos. Nuestra vida religiosa estaría regida únicamente por leyes carentes de compasión por los demás.

El “quiero” de Jesús, así como el “sí” de la bienaventurada Virgen María ante la invitación de Dios para ser la madre del Salvador del mundo, hicieron posible el surgimiento de una práctica de fe basada en el amor y la compasión por los que sufren.

Cuando nuestros actos religiosos y nuestras obras carecen del amor y compasión estamos negando dos importantes valores de nuestra fe en Cristo.

El amor y la compasión por los demás es la fuerza que mueve los corazones de los que sirven a los más vulnerables de este mundo; por compasión muchos han dejado la comodidad de las sociedades en que viven y buscan al necesitado en lejanos países donde reina la pobreza y el abandono. Ejemplo de nuestro tiempo es Teresa de Calcuta. Cuidó de los pobres de la India con amor y compasión.

El “quiero” de Jesús según el evangelio de este domingo, nos puede ayudar a comprender que nuestro Señor y Maestro busca el acercamiento al otro, aun cuando las leyes de la religión oficial no permiten la reinserción del marginado en la vida de la comunidad de fe. Recordemos que los leprosos en los tiempos pasados eran expulsados de la vida social, se les obligaba a vivir en colonias aisladas del resto de los habitantes de las ciudades.

¿Quiénes son los leprosos de hoy?

En algunos casos respondemos como el profeta Eliseo, queremos la curación del enfermo pero no lo aceptamos, no salimos a su encuentro. Tal actitud es típica de aquellos que dicen amar a la persona que es diferente por su raza, por su religión o por su preferencia sexual, pero no la llevan al seno de la Iglesia, al contrario la juzgan de antemano y la condenan.

En el pasaje del evangelio de hoy encontramos que el leproso una vez sanado proclama a todos quien es Jesús. No tiene temor ni vergüenza a confesar que fue sanado milagrosamente.

En el tiempo presente los cristianos debemos también dar testimonio de las obras maravillosas que Dios ha hecho en nuestras vidas. Sanaciones físicas y emocionales que Dios ha realizado en nuestras vidas deben compartirse con otros. La gloria y la honra al Señor Jesús que nos restaura para continuar nuestra misión en la tierra deben ser dadas a conocer mediante el testimonio de los creyentes.

En la segunda lectura tomada de la primera carta a los corintios, el apóstol Pablo nos exhorta a esforzarnos por un objetivo, dice: “Pues bien, corran ustedes de tal modo que reciban el premio”. La salvación es ese objetivo, es el premio del que habla el apóstol. Esa salvación se procura desde aquí en la tierra, avanzando como el deportista que aspira llegar a la meta.

Sin embargo, la carrera hacia la salvación no es un acto individualista, es también un acto comunitario, la ruta hacia la salvación está llena de la presencia de otras personas en nuestras vidas. Dice el apóstol Pablo: “Nosotros luchamos por recibir un premio que no se marchita”.

Para Pablo el sentido de caminar en unión con los otros está marcado en la frase “nosotros luchamos” a diferencia del “yo me salvo y los demás qué me importan” de muchos que se identifican como cristianos.

Aunque el apóstol Pablo compara la carrera hacia la salvación con las carreras propias de la competencia deportiva, la búsqueda de la salvación no debe ser la acción de un individuo sino la acción de la Iglesia como la familia de Dios.

En el Bosquejo de la Fe o Catecismo que aparece en el Libro de Oración Común, aparece la pregunta siguiente: ¿Cuál es la misión de la Iglesia? La respuesta a esa pregunta es que la “misión de la Iglesia es restaurar at todos los pueblos a la unión con Dios y unos con otros en Cristo”. La meta de la Iglesia es reunir a los pueblos y traerlos a la comunión con Dios, reconciliar a todos con su creador.

En este año la misión es la misma: La Iglesia deber atraer a todos a Cristo. Los miembros de la Iglesia estamos llamados a vivir ese compromiso que tiene su base en las promesas bautismales, en una de las cuales se nos pide buscar y servir a Cristo amando a las personas como a nosotros mismos.

Que Dios Padre, Dios Hijo y Espíritu Santo nos permitan ser fieles al mandato de acercar a otros al Señor, para que le conozcan, le amen y le sirvan todos los días de su vida.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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