Sermones que Iluminan

Natividad de San Juan Bautista (C) – 2010

June 24, 2010

Leccionario Dominical, Año C
Preparado por el Rvdo. Isaías A. Rodríguez

Isaías 40:1-11; Salmo 85 ó 85:7-13; Hechos 13:14b-26; Lucas 1:57-80

Celebramos hoy la fiesta de uno de los personajes más interesantes de todo el Nuevo Testamento. Estamos hablando de san Juan Bautista. La función que ejerció fue providencial. Antes de nacer fue escogido para preparar el camino del Mesías. Por eso, el nacimiento de san Juan Bautista está envuelto en lo prodigioso, porque no fue obstáculo para su nacimiento la ancianidad y esterilidad de Isabel, su madre. De él más tarde diría Jesús que “entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista”.

Pero, ¿quién fue Juan el Bautista? En primer lugar de su existencia histórica no podemos dudar. El evangelio de san Lucas, en el capítulo tercero, nos lo enmarca históricamente, y nos dice que Juan comenzó a predicar y a bautizar “el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, tetrarca de Galilea Herodes…”. Y el historiador judío Flavio Josefo le menciona en su libro Antigüedades judías.

Veamos los rasgos más destacados de su vida y personalidad. Nace, según unos en Judea, según otros en Hebrón. Sus padres fueron Zacarías e Isabel, ésta prima de la Virgen María. En el capítulo primero del evangelio de san Lucas se nos narra su nacimiento: “Cuando a Isabel se le cumplió el tiempo del parto, dio a luz un hijo. Los vecinos y parientes, al enterarse de que el Señor la había tratado con tanta misericordia, se alegraron con ella. Al octavo día fueron a circuncidarlo y querían llamarlo como su padre, Zacarías. Pero la madre intervino: ´No, se tiene que llamar Juan´”. Y se espantaron todos los que vivían en su vecindad, y en toda la montaña de Judea se divulgaban todas estas cosas, y todos los que las oían las guardaron en su corazón, diciendo: “¿Qué va a ser este niño?”.  Su padre Zacarías, lleno del Espíritu Santo, profetizó y dijo: “Bendito el Señor, Dios de Israel, porque se ha ocupado de rescatar a su pueblo…”.

El niño Juan crece en vida oculta y escondida en la casa de los padres hasta que cumple treinta años; los evangelistas no dicen nada de esos años, como tampoco dicen casi nada de Jesús durante el mismo periodo de tiempo.

Al cumplir los treinta años los dos salen a la vida pública, sin duda impulsados por una fuerza de lo Alto, por el Espíritu de Dios. Juan, según su destino, sale un poco antes que Jesús para prepararle el camino. Y es aquí donde se revela toda la poderosa personalidad del Precursor. Esa personalidad que se ha fraguado en el silencio y en la meditación de todos esos años de vida privada. Vestía un manto hecho de pelo de camello, con un cinturón de cuero en la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Apareció en las márgenes del río Jordán  predicando con voz de trueno; las turbas le seguían; los fariseos le increpaban…Pero, él hablaba con libertad de espíritu a pobres y a poderosos. Algunos veían en él al Mesías. El renombre de su virtud y veneración del pueblo hacia él se extendía por doquier; muchos judíos acudían para ser bautizados, enfervorizados por sus palabras. Mas el Bautista no se dejaba sobornar ni por los halagos ni por la fama, y lo anunciaba claramente diciendo que él no era el Mesías, sino “la voz del que grita en el desierto: enderecen el camino del Señor”. “Está para venir otro más poderoso que yo, al cual yo no soy digno de desatar la correa de su calzado”.

El mensaje del Bautista era directo: “Muestren frutos de sincero arrepentimiento”. “El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; otro tanto el que tenga comida”. “No exijan más de lo que está ordenado”. “No maltraten ni denuncien a nadie”.  

Mientras predica y bautiza distingue su bautizo del de Jesús: “Yo bautizo con agua” y el que vendrá, “ha de bautizar con Espíritu Santo”. Así, cuando Jesús se acerca al Jordán para ser por él bautizado, Juan no se atreve a hacerlo. “Soy yo quien necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?” Pero, Jesús insiste y Juan le bautiza.

Juan se atrevió a censurar la vida escandalosa de Herodes Antipas y éste lo encarceló. Estando en la cárcel le llega la noticia de que Jesús ha empezado su ministerio público. Pero, no está seguro de que sea el auténtico mesías, por eso le envía dos de sus discípulos para que le preguntaran a Jesús: “¿Eres tú el que había de venir o tenemos que esperar a otro?”

Jesús les respondió: “Id y contad a Juan las cosas que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio…”  Juan quedó satisfecho. Había cumplido su misión y su fin estaba cercano.

Sucedió que con motivo de la celebración del nacimiento de Herodes, Salomé, hija de Herodías, esposa ilegítima del rey, bailó ante Herodes. Entusiasmado éste, prometió darle cuanto pidiera, aunque fuese la mitad de su reino. Instigada por su madre, Salomé pidió la cabeza del Bautista. Herodes, no osando faltar a su palabra empeñada ante todos, ordenó fuese traída la cabeza de Juan, la cual en una bandeja fue presentada a Herodías por su hija. Sus discípulos recogieron el cuerpo del Bautista y le dieron sepultura…

Juan el Bautista anunció a Cristo no sólo con palabras, como los otros profetas, sino especialmente con una vida análoga a la del Salvador. Su nacimiento es vaticinado y notificado por el ángel Gabriel, y causa en las montañas de Judea una conmoción y regocijo semejantes a los que debían de tener lugar poco después en las cercanías de Belén, al nacer Jesús.

La fiesta de hoy es la del nacimiento del Bautista. En esto se distingue de otros santos de quienes se festeja solamente el día de la muerte. Es ciertamente una fiesta alegre y popular la del Bautista. En ella parece cumplirse el mensaje con el que el ángel anunció a Zacarías su venida al mundo: “Te llenará de gozo y alegría y muchos se alegrarán de su nacimiento”.

Efectivamente, su fiesta es una de las más populares y se celebra con alegría en infinidad de ciudades por todo el mundo. Las alegres fogatas que en la noche de la vigilia de san Juan coronan las montañas y alumbran nuestras calles y plazas, no parecen sino un reflejo, que pasa a través de los siglos, del popular alborozo con que fue saludado por los vecinos de Judea el nacimiento de uno de los santos más populares de la Iglesia.

Juan el Bautista fue enviado por Dios a cumplir una misión específica y noble: la de ser precursor del Mesías. No falló en lo más mínimo. Fue fiel a su cometido hasta el último detalle, y pasó por esta vida como una estrella fugaz iluminando las vidas de los humanos. 


— El Rvdo. Isaías A. Rodríguez es misionero hispano en la Diócesis de Atlanta, donde ha ejercido el ministerio durante veinticinco años. Oriundo de España, ha vivido en Estados Unidos desde 1974.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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