Sermones que Iluminan

Navidad 1 – 2012

December 30, 2012


Llegamos de nuevo a la Navidad ¿Qué podremos decir de la Navidad que ya no se haya dicho? Hablar de Navidad es, sin duda, una ardua tarea.

Para nosotros, como cristianos, es el comienzo de una vida nueva, que se anuncia con la palabra paz, para que se haga realidad dándole glorias y alabanzas a Dios por todo lo creado. La Navidad sigue siendo una llamada a la conversión, pero también a la esperanza y a la alegría.

Todo el mensaje de la palabra correspondiente a este primer domingo de Navidad, está orientada por el acontecimiento de la palabra hecha carne. Todos sabemos, que, con frecuencia, los detalles son muy significativos para descubrir el mensaje central de un acontecimiento. Esto parece que sucede con el nacimiento de Jesús.

Todo se desenvuelve leyendo a san Lucas 2:1-20, como algo normal dentro de lo especial del acontecimiento. El emperador Augusto que publica un decreto para hacer el censo. José que tiene que desplazarse con la familia de Nazaret en Galilea a Belén de donde era oriundo. Y María que le llega la hora de dar a luz.

Un suceso como tantos en la historia. Y un niño que entra así en la historia y en el tiempo. Pero aquí empiezan los detalles significativos. Esta familia no encuentra sitio en la posada tiene que buscar para cobijarse una cueva o establo y allí, en un pesebre, nace este niño.

Sabemos que estas cosas se dan en la vida, pero a todos nos sorprende y a muchos les duelen y conmueven. No deberían suceder esas cosas, nos decimos. Nos parece como algo incómodo esta forma de nacer y de venir al mundo. Sin embargo, el hecho de que un niño tenga que nacer en el pesebre de un establo es algo socialmente significativo.

La sorpresa crece cuando, siguiendo la narración de san Lucas, un ángel del Señor se aparece a unos pastores, gente humilde para darles un mensaje, la buena noticia, la gran alegría de que al pueblo, a todo el pueblo, le ha nacido un salvador.

Lo importante, sin duda, es el acontecimiento y el mensaje que encierra, pero los detalles y las cosas menudas ayudan a comprenderlo y a ponerlo en función de la vida. La fiesta de Navidad ha conseguido esto y no es bueno que lo perdamos por los azotes de la increencia y el consumismo.

Los primeros que expresan y difunden el mensaje son los ángeles, Lucas lo hace evangelio y, luego, la comunidad cristiana lo extenderá por el mundo entero y lo hará reflexión teológica.

Dios, que ha hablado de muchas y diversas formas a través de los tiempos, lo hace ahora por su hijo que se hace hombre, acercándose de esta forma espectacular a la humanidad.

De existir un Dios bueno tenía que hacer, parece, este gesto de cercanía al ser humano. Este es el punto culminante de la historia, la plenitud de los tiempos, el gran acontecimiento. La palabra se hace hombre, se hace carne, y nos habla de un niño, de humildad y de paz. Es el príncipe de la paz.

La sorpresa es grande para nosotros que acostumbramos a relacionar a Dios con el poder y el esplendor. Un Dios pobre parece hasta irreverente, pero las cosas de Dios son así. Y poco a poco hemos ido comprendiendo que un Dios pobre y sufriente puede ser un Dios salvador para todos los hombres y mujeres pobres y sufrientes y que en otros caminos, al parecer más gloriosos, no hay salvación.

Así lo expresa el evangelio de Juan en 1: 1-18 que hemos leído hoy, dominado completamente por la palabra de la que comienza diciéndose que ya existía en el principio es la prioridad de la palabra con respeto al mundo creado.

Más aún, se habla de ella como de una persona en comunión personal con Dios, que participa del mismo ser divino y colabora en forma activa en la creación. Los primeros tres versículos nos dan una descripción de la palabra exclusivamente divina.

Así el versículo cuatro relaciona la palabra divina con la humanidad integrando los términos luz y vida. La vida está presentada como una realidad en la palabra, de la que surge la luz. La luz que hay en la palabra saca a la humanidad de la oscuridad y la tiniebla.

Por eso el Hijo de Dios vino a nuestro mundo, no solamente para salvarnos, sino también para desposeerse de su gloria y llegar a ser como nada hasta que su padre lo glorifique (Filipenses 2:5-11). Pero también toda la creación, que se hizo por él es regida por una ley de vida, de muerte y resurrección.

En los versículos seis y ocho el evangelista destaca el surgimiento de un hombre refiriéndose a Juan el Bautista, que vino como testigo y portavoz del nuevo camino que iniciaba Jesús. Juan el Bautista se convierte en un puente que da paso al nuevo nacimiento en la fe.

Todo el resto del evangelio de hoy es una exposición del rechazo a la palabra hecha carne que representa Jesús. Así lo expresa el evangelista: “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron; pero a cuantos lo recibieron y creyeron en él les concedió el llegar a ser hijos de Dios” (Juan 1:11-12).

Aceptar la palabra divina nos capacita como creyentes para ser hijos de Dios. Así lo expresa claramente el versículo trece: “Estos son los que nacen no por generación natural o porque el hombre lo desee, sino que tienen por padre a Dios” (Juan 1:13). Ser hijo de Dios es don, gracia y no merecimiento o derecho basado en la cuna o en el propio esfuerzo.

Con la afirmación en el versículo catorce: “Y la palabra se hizo carne”, comienza una historia concreta, y por consiguiente, la existencia de un nombre concreto que se llama Jesús. Jesús es la realidad divina atribuida a la palabra mostrado en los primeros tres versículos en el evangelio de hoy.

Esta es la Navidad. Dios se encarna entrando en nuestra historia, llena de miserias y de injusticias. Encarnándose, Jesús nos exige la liberación del ser humano en su totalidad.

Lo que es y significa el niño que hoy nace queda reflejado en lo que es y significa la palabra. La palabra, en efecto, se identifica con este niño. Así lo expresa el evangelio: “Y aquel que es la palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros; y vimos su gloria, la que le corresponde como Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).

Aquí se nos hace una invitación a descubrir la identidad de la palabra, la cual, a su vez, cobra rostro y referente concreto en este niño. Sin él la palabra no pasaría de ser un célebre personaje judío, nacido hace más de dos mil años. Descubrir en este niño el misterio divino; dar al misterio divino la fragilidad de este niño: esto es celebrar el día de Navidad.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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