Sermones que Iluminan

Navidad 1 – 2013

December 29, 2013


Muchos teólogos contemporáneos afirman que la muerte de Jesús es consecuencia de su radicalidad en el mensaje. Esto es cierto. Sin embargo, se podría afirmar que a Jesús desde siempre lo han querido “eliminar” por ser alguien peligroso para los intereses de algunos de su época. Realmente, ese querer “eliminar” a Jesús se ha dado en todas las épocas de la humanidad desde hace más de 2000 años, pues su mensaje incomoda las estructuras de pecado que generan deshumanización.

El evangelio de hoy nos invita a reflexionar seriamente sobre la realidad de la persecución que el mismo Jesús experimentó desde los primeros días de su vida, la que se agudizó cada vez más durante su vida pública hasta consumarse con su aprensión, juicio injusto y muerte. Detengámonos hoy en la primera persecución que sufrió Jesús, la cual es relatada únicamente por el evangelista Mateo y conocida en el ambiente popular como “la huida a Egipto y muerte de los inocentes”. Acerquémonos de manera más detallada a la Palabra.

1. La amenaza de la vida: “Herodes va a buscar al niño para matarle” (Mateo 2,13).

Se preguntaría cualquier lector de este evangelio por qué Herodes desea matar a Jesús. ¿Qué peligro implica un pobre niño de origen galileo que ha nacido por casualidad en Belén de Judá debido a que sus padres iban a empadronarse para el censo que hacía el imperio romano con el fin de recaudar más impuestos?

Desde el punto de vista histórico, Herodes el grande es un “desquiciado” amante del poder, al que ha llegado de manera corrupta: por influencias en Roma y por casarse con Mariamme I, una heredera de la dinastía asmonea, nieta de Aristóbulo II y de Hircano II, de quien consiguió entrar a esta dinastía; una vez alcanzó su objetivo la asesinó. Su ambición por el poder lo lleva a estrangular a Alejandro y Aristóbulo, que eran sus hijos, hacia el año 7 A.C. La finalidad de la muerte de su esposa y de sus hijos era no tener a nadie que pudiera usurpar su poder, su reinado.

Nos encontramos ante la presencia de dos reyes: el primero de ellos, Herodes, un rey a modo humano, cargado de intereses. El segundo, Jesús, un rey al modo de Dios, que se hace hombre sin perder su divinidad, que asume en todo la condición humana menos en el pecado. Estamos frente a un rey terreno y a un rey divino.

El rey terreno tiene puestos sus intereses en el egoísmo de su propio corazón, que se traduce en sus propias búsquedas a pesar de ser injusto en sus decisiones y actuaciones. El rey celestial tiene puesto su interés en hacer la voluntad del Padre, lo cual se traducirá durante toda su vida en ser obediente en todo, hasta su muerte en la cruz.

En medio de esta dialéctica se encuentran José y María. El primero, es el hombre a quien Dios le revela su voluntad en medio del sueño, como lo hacía en la antigüedad con algunos de los profetas, por ejemplo, Samuel. La segunda, es la campesina galilea obediente a la acción de Dios y posibilitadora de la misma desde su corazón hasta su vientre. José, como cabeza de hogar, obedece a Dios y protege a su familia huyendo a Egipto, esto implica, asumir la realidad de un nuevo contexto y todo lo que ello implica a nivel de todas las dimensiones humanas.

Por asegurar su propio bienestar, Herodes se vale de la vida inocente de los pequeños de Belén que no tienen como defenderse. Como tanta gente que escala el poder, él sólo piensa en su interés personal, no importa que otros tengan que sufrir. Es la primera vez que en el evangelio se presenta que Dios entra en la historia a salvar la vida del hijo, para ello llama de nuevo a José y le enseña cómo hacerlo; lo notamos en la serie de verbos en imperativo: “levántate”, “toma contigo”, “huye a Egipto” y “estate allí”. El cómo salvar la vida del inocente se aprende en la escucha de la Palabra de Dios.

Si leemos todo el evangelio con detenimiento hasta el último de sus capítulos, vemos que Dios Padre siempre salva la vida de su hijo, inclusive en la cruz, el Padre no lo abandona sino que demuestra su fidelidad resucitándolo. ¡Jamás el Padre abandonará al Hijo; de la misma manera, jamás el Hijo abandonará al Padre! Hay una recíproca fidelidad entre los dos.

En el pasaje de esta reflexión, es evidente cómo José se encarga de proteger al niño de los peligros externos, mientras que María es encargada de los cuidados maternos. María y José tienen tareas distintas, pero en el centro de sus vidas está el servicio a Jesús. La voluntad homicida de Herodes es anulada por la protección de Dios, que se vale de los brazos fuertes y amorosos de los padres que le ha dado en la tierra.

Infelizmente, muchos hombres y mujeres, cuando se ven amenazados en su estabilidad, poder, buen nombre, etc. toman decisiones sin medir las consecuencias. Este es el caso de Herodes, que no sólo es asesino de su esposa y de sus dos hijos sino que, ahora por su obstinación y apego al poder terrestre, manda a asesinar a “todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo”.

Ahora bien, ¿qué hacer para no apegarnos tanto a nuestras seguridades y no cometer injusticias? ¿Cómo no apegarnos al poder y ver en los otros una amenaza? Como se dijo en el comienzo, los poderes del mundo, desde el primer momento de existencia de Jesús, quisieron eliminarlo. Estos poderes se traducen en el pecado que se presenta de múltiples maneras. Hoy día, ese mismo poder del mal que fue vencido en la cruz, hace dos mil años, desea eliminar a Jesús del corazón de los hombres, porque sabe que cuando Jesús cohabita en la existencia humana, el corazón de ese creyente se convierte en un corazón según el querer de Dios.

Hoy día, “los nuevos Herodes” aparecen en nuestra historia como reyes deshumanizantes: conocidos por nosotros con el rostro del narcotráfico, tráfico de seres humanos, prostitución, anarquismo, esclavitud, explotación; rostros diferentes pero que tienen un mismo fin: asesinar a Jesús del corazón de los creyentes, diciendo que “ese Cristo es un Dios muerto”.

Por ello debemos tener la actitud de José y María para preservar a Jesús y su enseñanza y así construir la civilización del amor, la cual es capaz de transformar el mundo “herodiano” en reino de Dios, porque los poderes de este mundo no tienen poder sobre aquel que venció la muerte.

Preguntémonos, como comunidad creyente, qué estamos haciendo para que el Rey del universo, Jesús de Nazaret, viva y reine en todos los contextos humanos. ¿Qué estamos haciendo nosotros – que semanalmente celebramos la eucaristía – para vencer las manifestaciones “herodianas” que se pueden dar en nuestras vidas?

Dejemos entonces que el verdadero Rey tome posesión de nuestra vida, para que habitando en nuestros corazones, podamos dejar que él reine en el trono de nuestra existencia.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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