Sermones que Iluminan

Navidad (II) – 2014

December 26, 2014


¡Feliz Navidad! Que la alegría y la paz del nacimiento de Cristo permanezca con ustedes ahora y siempre.

Oremos,

Te bendecimos, Abba, Padre, pues tu visita a tu pueblo en cuerpo como uno de nosotros en todo, menos en el pecado. Ahora, tú, en tu gran humildad, permites que la fragilidad humana manifieste el rostro de la divinidad. Reúne a tu regazo a todos los pueblos del mundo, para que en tu abrazo podemos encontrar bendición, paz, y la plenitud de nuestra herencia eterna como tus hijas e hijos. Amén.

Durante los últimos 25 días nos estuvimos preparando para vivir este momento, el nacimiento de Jesús, la presencia encarnada de Dios en la historia de la humanidad. Ahora, Dios mismo, en la persona de Jesús, se vuelve en un peregrino de la tierra con nosotros. Durante 25 días nos estuvimos preparando y espero que nuestra preparación para recibir a Jesús en nuestra vida haya sido primordialmente de carácter espiritual. Digo esto porque, en las últimas décadas, el día de la Navidad dentro de la cultura popular es cada vez menos sobre el nacimiento de Cristo y más sobre santa Claus, o Papá Noel; ya ni siquiera san Nicolás. No quiero sonar como trompeta desentonada que arruina la entrega e intercambio de regalos durante la Navidad. Nada de eso. Tan sólo deseo apuntalar el hecho de que la generosidad de la Navidad quiere ser un espejo de la generosidad de Dios para con nosotros.

Sin embargo, en nuestra sociedad, el día de Navidad está siendo manipulado por las fuerzas comerciales y la están vaciando de sentido. La procura de la ganancia económica nos empuja a todos en dirección de comprar, y con esto valorar la calidad de las relaciones humanas basándose en la calidad del regalo que se recibe. Si se fijan en los comerciales televisivos, la alegría está en el recibir más que en el dar. Por esta razón, como cristianos no debemos caer en la trampa del comercialismo, y debemos prestar especial atención a la preparación espiritual para recibir a Cristo en nuestros corazones.

Las tres lecturas y el salmo que escuchamos el día de hoy son muy lindas. La de Isaías nos relata el momento gozoso de la restauración de Israel y de Jerusalén después de haber sufrido la esclavitud bajo el imperio Asirio. Este es un momento lleno de esperanza, alegría y expectativa de un mundo feliz. Para nosotros los cristianos, Isaías está haciendo referencia a la presencia del Mesías, Jesús, Dios con nosotros quien nos conduce al destino final donde todo es plenitud y gracia. Precisamente de esto nos habla la carta de san Pablo a Tito. Parafraseando lo que dice, Pablo nos indica que Dios nos renueva mediante la persona de Jesús. Nos dice, “[Dios] … por pura misericordia nos salvó lavándonos y regenerándonos, y dándonos nueva vida por el Espíritu Santo. Pues por medio de Jesucristo nuestro Salvador nos dio en abundancia el Espíritu Santo, para que, después de hacernos justos por su bondad”.

Ahora, el evangelio nos relata el nacimiento humilde de Jesús. Sin embargo, para capturar la profundidad de este misterio de la encarnación, creo que sería muy importante dar un paso hacia atrás y reflexionar sobre el embarazo de María. La imagen metafórica del embarazo – la historia de la cercanía más que íntima entre madre y bebé- ha sido para mí particularmente poderosa durante este tiempo de Adviento. Esta se ha convertido en una manera para mejor entender lo cerca que Dios quiere estar con nosotros y lo cerca que Dios quiere que nosotros estemos de él. De hecho, el evangelio de Mateo (1:23), haciendo referencia al profeta Isaías (7:14), nos indica que el nombre del niño habrá de ser Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”. Con esto quiero resaltar el profundo significado de la Navidad y el acto valientísimo de María al aceptar ser la madre de Jesús.

Ahora, si trasladamos el hecho de la encarnación y el embarazo de María hasta nuestros días, tendremos que usar del momento de la Eucaristía como el mejor ejemplo de la comunión intima de Dios con nosotros y nosotros con Dios. En la Eucaristía, Jesús nos invita a comer su cuerpo y beber su sangre, imagen que puede ser un tanto perturbante, hasta pudiera sonar un tanto canibalística si la tomamos de manera literal. Pero esta imagen se vuelve mucho más sensible cuando entendemos que el deseo de Jesús es mantenerse tan cerca de nosotros así como sucede en el caso de la imagen de un bebé en seno de su madre. Después de todo, una madre comparte todo lo que es con su bebé; sus cuerpos y su sangre están completamente entrelazados. En este caso la unión de madre y bebé es fundamental para el desarrollo de una nueva vida. Creo que esta es la experiencia de comunión más profunda e íntima en el paradigma humano. Madre y bebé son uno durante el embarazo, como nosotros somos uno con Jesucristo en el momento de la comunión.

Llevemos esta reflexión un poco más lejos. En el evangelio de Juan, el mandato de “comer” a Jesús está por todos lados: “Yo soy el pan de vida, aquel que come de mí no tendrá más hambre” (Juan 6:35). El deseo de Jesús de compartir una presencia más directa y física está firmemente sugerido cuando dice, “coman mi carne y beban mi sangre…” (Juan 6:53). Estas palabras suenan muy fuertes, ¿no es así? Ciertamente en el evangelio, la noción compartida con Nicodemo de que uno debe “nacer de nuevo” (Juan 3:3), no es solamente una sugerencia; se trata de un requisito esencial para adentrarnos en el conocimiento profundo de Dios mediante Jesucristo. Como cristianos celebramos este deseo y le respondemos durante la misa, cuando realizamos la Gran Oración Eucarística.

Cuando ponderamos el hecho del embarazo de María con Jesús, el Cristo niño desarrollándose en la dimensión humana, entonces pienso que Dios, habiendo escogido ser revelado de esta forma, nos está indicando lo cerca que él quiere estar de nosotros. He aquí la razón y la importancia por la cual él mismo quiso nacer en cuerpo y sangre. Así es, el nacer parece ser muy importante; y también nos habla de cómo Dios mismo ha creado todas las cosas.

Después de todo, Dios mismo pudo haber escogido el aparecer de forma instantánea  – como lo hacen los superhéroes en las historietas- en lugar de hacerlo desarrollándose en el vientre de una mujer. En el vientre de María Jesús se mantiene al mismo tiempo humano y divino. ¿Cómo sería el imaginar a Jesús desarrollarse en el seno de Dios? El mismo Jesús nos habla de esta cercanía con Dios Padre. Ahora, ¿cómo sería el imaginarnos a nosotros mismos en el seno de Jesús? Pues Jesús habla también de mantener esa misma cercanía con nosotros. Ciertamente nosotros mismos deseamos con ansiedad este tipo de cercanía con Dios. ¿Cómo sería el imaginar que la divinidad, Dios mismo, esté completamente y totalmente entrelazada en tu vida?

Este tiempo de la encarnación es el cumplimiento del deseo de intimidad entre lo humano y lo divino. Así es como sucede en Jesús, en el seno de María y en nosotros, conforme recibimos a Cristo en nosotros mismos tanto física como espiritualmente. Mi deseo es que respondamos con esa gran acción de gracias –como en la Eucaristía-, compartiendo completamente de su presencia en nuestras vidas, habiendo sido nacidos en este mundo y nutridos de él, signo viviente de lo que el amor íntimo puede hacer por el mundo.

¡Que la presencia de Cristo siempre permanezca con ustedes!

¡Feliz Navidad! ¡Amén! ¡Aleluya!

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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