Sermones que Iluminan

Nochebuena – 2009

December 24, 2009

Leccionario Dominical, Año C
Preparado por el Obispo Theodore A. Daniels, D.D.

2 Samuel 7:1-6; Salmo 89:19-29; Lucas 1:67-79

Zacarías, el padre de Juan el Bautista, lleno del Espíritu Santo y hablando en nombre de Dios, dijo: “¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha venido a salvar a su pueblo! Nos ha enviado un poderoso Salvador, un descendiente de David, su siervo. Esto es lo que había prometido en el pasado por medio de sus santos profetas: que nos salvará de nuestros enemigos y de todos los que nos odian, que tendría compasión de nuestros antepasados y que no se olvidaría de su santo pacto” (Lc 2:68-72).

¡Qué palabras de aliento resuenan en nuestros oídos! Una promesa tan contundente dada y un cumplimiento exculpatorio y fidedigno como lo proclama Zacarías, hablando en nombre de Dios. Dios nos ha enviado un poderoso Salvador como lo había prometido por medio de sus santos profetas.

Comenzando con Abrahán, Dios hizo un pacto con él y sus descendientes. Y ahora por el linaje de Abrahán a David, su siervo, viene lo anunciado por muchos profetas de que la hora ha llegado en que se cumplirá la promesa de un Salvador. La venida del Salvador renueva y solidariza la promesa de que Dios siempre estará presente entre su pueblo dondequiera que esté y en donde se congregue; ese pueblo humilde y arrepentido.

La promesa que Dios hizo a nuestros antepasados, se ve también en su cumplimiento para nuestro bien. Dios promete estar presente con nosotros en nuestro diario andar y en las circunstancias de nuestras vidas, aunque no siempre tenemos ojos que vean los diseños de Dios ni oídos que oigan las admoniciones del Espíritu Santo.

En la lectura del libro segundo de Samuel, interpretamos la conversación entre el profeta Nataniel y David como una advertencia de que Dios no será circunscrito a un templo hecho a manos, sino donde mora el Espíritu Santo. Con esa interpretación va también una somera advertencia para nosotros de que el mero hecho de pertenecer a una iglesia o denominación que tiene las estructuras correctas en torno a la teología y a la liturgia no quiere decir que ni tú ni yo, como individuos, hemos hecho de nuestra parte lo suficiente para vivir como debe vivir un cristiano consciente de la presencia de Dios en nuestras vidas. ¿Qué queremos decir con eso? Según el profeta Nataniel, Dios no puede quedarse contenido en nada hecho por hombre, sino que Dios reinará en las vidas de cada uno de nosotros cuando, día y día, tú y yo nos acerquemos a Dios y humildemente nos arrepintamos de nuestros pecados. En ese momento de sincero arrepentimiento Dios nos perdona nuestros pecados. En eso consiste la conversión diaria del individuo y que trae consigo el amor de Dios y la esperanza que nos impulsan a vivir nuestras vidas en plenitud. Fuera de eso, simplemente con decir que soy miembro de la Iglesia Episcopal no es lo mismo que decir que soy cristiano consciente de la obra salvífica de Dios en Jesucristo. Al decir que soy miembro de la Iglesia Episcopal se debe entender que soy un cristiano arrepentido de mis pecados y que he sido perdonado por Dios en Cristo; convertido por el Espíritu Santo, y por ende acepto y confieso a Jesucristo como mi Salvador y Señor.

Con esa realidad de mi vida y esa confesión estoy haciendo mi hogar cristiano en el seno de la familia de la Iglesia Episcopal donde continúo mi crecimiento y capacitación para vivir diariamente para Cristo y para la expansión del reino de Dios en mi vida y entre los hombres. Y eso lo hago en la forma en que vivo, oro, doy de mi dinero, participo en la santa Eucaristía y en la misión de la Iglesia tanto local como mundial. Esto lo hago en cumplimiento de mi voto bautismal, renovado en la confirmación y todo para la gloria y el honor de Dios.

Confiando pues en la promesa eterna de Dios, y teniendo nuestra fe en Jesucristo como nuestro Salvador y Señor, sabemos que podemos tener una vida nueva; comenzar de nuevo si hemos caído en el pecado; ser renovados y guiados por el Espíritu Santo para realizar obras que alaben y glorifiquen a Dios, y hasta tener milagros en nuestras vidas.

En esta noche, noche que es buena para allegarnos nuevamente a Dios con humildad, arrepentimiento y la confesión de nuestros pecados está la promesa de Dios. Oíd lo que Dios nos dice: Estoy presente para escucharles y listo para perdonarles. Vamos a aprovechar este momento para abrir nuestros corazones al Dios que nos quiere librar de las tinieblas del pecado. En las horas que van avanzando hacia el día de Navidad, nos acercamos al Dios de misericordia para que nos ayude a proclamar con fervor y regocijo el cumplimiento de su promesa en el nacimiento del Salvador.

Oremos a Dios a que nos ayude a celebrar el verdadero significado de la Navidad, y que en esta celebración estemos confiados para cantar llenos del Espíritu con Zacarías y con toda la Iglesia cristiana:

¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha venido a salvar a su pueblo! Nos ha enviado un poderoso Salvador, un descendiente de David, su siervo. Esto es lo que había prometido en el pasado por medio de sus santos profetas: que nos salvará de nuestros enemigos y de todos los que nos odian, que tendría compasión de nuestros antepasados y que no se olvidaría de su santo pacto.

“Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2:14).


— El Obispo Theodore A. Daniels, D.D., está jubilado de ser el obispo diocesano de la Diócesis de las Islas Vírgenes. La diócesis está bajo dos banderas, la de las Islas Americanas y la de las Británicas.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

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