Sermones que Iluminan

Pascua 2 (A) – 2017

April 23, 2017


¿Alguna vez has estado en la incertidumbre de si creer en algo o en alguien? Ciertamente la mayoría de nosotros nos hemos preguntado si creer o no creer en una cosa u otra.

En 1983 se descubrió que un virus estaba afectando de modo devastador a gran número de personas. Pronto se aprendió que el VIH o virus de inmunodeficiencia humana producía graves efectos. Muchas personas no creyeron que el VIH era contagioso. Tampoco creyeron cuando se les decía que era urgente un tratamiento adecuado. Este virus, cuando no se trata, resulta en el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida conocido también por SIDA una condición que resulta en múltiples complicaciones que llevan a la muerte. A pesar de la enorme cantidad de información y educación que se les suministraba acerca del VIH y el SIDA, muchos decían: “eso es mentira”.

El no creer en esta enfermedad, hizo que se convirtiera en una pandemia en muchos países, y llegó a tales niveles, que comunidades enteras se contagiaron y una gran parte de sus habitantes perdieron la vida. Por fin, muchos comenzaron a escuchar y a creer por haber visto las consecuencias. Hoy día, el esfuerzo de personas, comunidades y naciones para prevenir el contagio y proveer tratamiento ha logrado salvar millones de vidas.

En las comunidades migrantes, hoy día tenemos otra situación de creer o no creer. La encontramos en las redes sociales y en los distintos medios de comunicación. Se trata de las redadas que lleva a cabo el departamento de Inmigración de EE UU. Mucha información nos llega de lo que está pasando en las ciudades donde vivimos y en comunidades vecinas aún así es difícil saber qué creer.

Con la información, vienen las preguntas: ¿Qué se debe hacer o no hacer si llegan y tocan a la puerta de mi casa? Si nos paran en la calle cuando vamos manejando, ¿qué debemos decir o no decir? Al suministrar información para saber qué hacer si llegara a suceder, más preguntas surgen: ¿será verdad? ¿Qué fuente de información lo corrobora? ¿qué hacer si solamente es para asustarnos? Es difícil darle crédito a esta situación y creer lo que se escucha, no se diga el temor que se siente en las comunidades.

El Evangelio según San Juan, nos presenta otra situación de creer o no creer. Relata las dos apariciones de Jesús a sus discípulos, cada aparición con una semana de por medio. Los discípulos no creían que era Jesús a quien estaban viendo. Estaban atemorizados, pues creían que era un fantasma.

Algunos de los presentes dudaron o negaron a Jesús anteriormente. Tal es el caso de Natanael quien dudaba que algo bueno pudiera salir de Nazaret, aunque más adelante confesó: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel”.

Pedro también había declarado que Jesús era “el Hijo del Dios viviente” y más tarde, sabemos que lo niega tres veces. Y entonces oímos a Tomás, para quien era necesario ver, tocar, y hasta meter los dedos y las manos en las heridas de Jesús para poder creer.

En nuestro tiempo y para muchos, el refrán, ver para creer ha venido a ser fundamental a la hora de desarrollar la fe. Incluidos muchos que nos llamamos cristianos, no podemos creer si no encontramos una explicación lógica, evidencias de lo ocurrido o que se nos explique la manera como se produjo y sucedió un hecho.

Creer va más allá de toda la información intelectual que podamos tener a nuestra disposición. Creer va de la mano con la fe, y la fe va más allá de la lógica, de los procesos y de las evidencias. Es creer que Dios es poderoso para hacer todo aquello que pedimos y necesitamos conforme a su divina voluntad.

Sin embargo, la incredulidad ha existido desde antes de los tiempos de Cristo Jesús. Ejemplo de ello, lo encontramos en Números capítulo 14, versículo 11 “Y el Señor dijo a Moisés: ¿Hasta cuándo me desdeñará este pueblo? ¿Y hasta cuándo no creerán en mí a pesar de todas las señales que he hecho en medio de ellos?” El creer es una parte central de nuestro peregrinaje espiritual.

Analicemos por un momento al Tomás, desde cuando Jesús estaba ejerciendo su ministerio. Primeramente, Jesús escogió a Tomás como su discípulo. ¿Se imaginan qué gran privilegio fue para Tomás el ser llamado? Tomás creyó y no dudó sobre las buenas nuevas que Jesús predicaba. Lo siguió y aprendía de sus enseñanzas. Cuántos de nosotros quisiéramos haber estado ahí, para ser elegidos.

Tomás también se encontraba junto con los otros discípulos cuando Jesús les dijo que Lázaro ya estaba muerto. Al escuchar la noticia de que Jesús iba para Betania, Tomás les dijo a los demás: “Vamos también nosotros, para que muramos con él”. A Tomás le preocupaba lo que podría pasarle a Jesús. Los líderes religiosos de ese momento estaban en contra de Él y era muy probable que lo arrestaran y le dieran muerte. Tomás cree con una fe inmensa y sin dudas acerca del poder de su Maestro que no fallaría.

Tomás llegó a Jerusalén para morir con Jesús y estaba allí cuando resucitó a Lázaro de entre los muertos. “Los hombres quitaron la piedra que cubría la entrada de la tumba según el mandato de Jesús. Jesús oró al Padre, y cuando terminó, gritó con fuerte voz: ¡Lázaro, ven afuera! Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadlo y dejadlo ir”.

Desde el momento en que Jesús resucitó a Lázaro de entre los muertos, comenzó a preparar a sus discípulos para su muerte. Cuando celebraron la cena de la Pascua, en el aposento Alto, Tomás escucho las palabras de Jesús acerca del cielo. El reaccionó diciéndole: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿Cómo, pues, podemos saber el camino?” Jesús le respondió: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. Si me conocieran, también a mi Padre conocerían; y desde ahora lo conocen y lo han visto”.

Tomás creyó en las palabras de Jesús. Sin embargo, su personalidad no le permitía quedarse con dudas. Muchos, tal vez lo hemos mal interpretado. Aparentemente, Tomás estaba tan preparado como los otros discípulos para creer en la resurrección de Jesús, pero dejó que la duda, lo hiciera cuestionar.

El primer día de la resurrección de Jesús de entre los muertos, Él se aparece a sus discípulos. Tomás no estaba presente. Cuando le cuentan lo que experimentaron, Tomás se niega a aceptar el testimonio de sus amigos. Ellos le aseguraban que habían visto a Jesús resucitado. Tomás no les cree por más que ve a sus compañeros emocionados y convencidos de la verdad de lo ocurrido. Los otros discípulos querían que su amigo tuviera la misma paz que sintieron al ver que su amigo y Salvador estaba vivo. En su incredulidad, Tomás pide pruebas para creerles: “si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi mano en su costado, no creeré”.

Tomás quería evidencias y pruebas. ¡Ahora él está frente a ellas! “Ocho días después estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, se puso en medio y les dijo: ¡Paz a vosotros! Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo y mira mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron y creyeron”.

Jesús le revela la verdad a Tomás, así como lo hizo con los otros discípulos. La fe ha sido probada y ahora es más profunda con la aparición de su Señor resucitado, la revelación de Jesús el Mesías esperado, Dios con nosotros.

Jesús ha dado un golpe decisivo a todas las dudas y a la incredulidad acerca de su resurrección. Habrá muchos Tomases a través de la historia que lucharán con la misma pregunta de si creer o no creer en la resurrección. Jesús les responderá, de manera satisfactoria a todas las dudas que puedan surgir. Debemos estar agradecidos de que Tomás expresó sus dudas sobre la resurrección de Jesús, porque al responder a sus preguntas, Jesús respondió las nuestras, también.

Es por esto que al principio les dije que el creer va de la mano con la fe. Creer es levantar nuestra mirada hacia Jesús, y contemplarlo como “mi Señor y mi Dios”, sin dejar de mirarlo por el resto de nuestra vida. Jesús habla de nosotros cuando dice: “bienaventurados los que no vieron y creyeron.” El que, en cualquier momento, pasado, presente o futuro, cree sin ver es pronunciado, “bienaventurado.”

Cuando practicamos la fe, sin olvidar la esperanza y sobre todo el amor de Dios que libera, da vida y nos llama a hacer lo mismo para con el prójimo, comenzamos a desarrollar una manera de pensar y vivir que nos alumbra el conocimiento y nos permite actuar como agentes de vida. Cuando dudamos podemos contar con la comunidad de “bienaventurados” que también caminan a nuestro lado por la fe y no por la vista, que por nuestros temores o prejuicios nos puede paralizar.

Escuchemos la voz de nuestro Señor que comparte el misterio de su resurrección con nosotros y nos dice en cada momento, “¡No temas!”

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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