Sermones que Iluminan

Pascua 2 (B) – 2012

April 16, 2012


Celebramos el segundo domingo de Pascua y la persona de Cristo Resucitado es la figura central de las lecturas de este domingo. El Señor se manifiesta a sus discípulos y derrama el poder del Espíritu Santo sobre ellos y les concede la paz.

La primera lectura relata la vida de la primera comunidad cristiana. Nos cuenta cómo practicaban su fe los seguidores del Señor, varios años después de su resurrección.

La primera comunidad cristiana siempre será el modelo de vida para los cristianos de este mundo. En el libro de los Hechos de los Apóstoles encontramos una detallada descripción de cómo vivían esos primeros cristianos. Vivían unidos, lo compartían todo, oraban constantemente y proclamaban a Cristo Resucitado.

“Todos los creyentes, que eran muchos, pensaban y sentían de la misma manera. Ninguno decía que sus cosas fueran solamente suyas, sino que eran de todos. Los apóstoles seguían dando un poderoso testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y Dios los bendecía mucho a todos”, así nos presenta el libro de los Hechos el género de vida de los creyentes del primer siglo de la era cristiana.

Han pasado más de veinte siglos y los primeros cristianos siguen ofreciendo un puro y transparente testimonio de la vida en Cristo. Junto a los apóstoles que todavía vivían, proclamaban de palabra y obra su fe en Cristo Resucitado.

¿Cuánto tiempo duró esa primavera cristiana? ¿Hay creyentes que viven hoy ese modelo de vida cristiana? ¿Cuáles fueron los factores que incidieron para que los cristianos de hoy actuemos de manera diferente?

La respuesta a cada una de esas preguntas está estrechamente vinculada al hecho de la resurrección del Señor. Cuando nuestra fe tiene como base al Señor Resucitado, nuestra vida muestra frutos de renovación y cambio.

La primera generación de cristianos mantuvieron muy fresco en sus mentes y en sus corazones el maravilloso acontecimiento de la resurrección del Señor. Vivieron el mandato de amarse los unos a los otros y terminaron sus días con la esperanza cierta de la venida gloriosa del Señor.

Las generaciones siguientes de cristianos cambiaron sus expectativas sobre la venida de Cristo y paulatinamente fueron abandonando los ideales de vida común y simple, para dar paso a comunidades cristianas con intenciones y propósitos distintos. El apóstol Juan en la segunda lectura exhorta claramente a la unidad de los creyentes. Nos dice: “Les anunciamos, pues, lo que hemos visto y oído, para que ustedes estén unidos con nosotros, como nosotros estamos unidos con Dios el Padre y con su Hijo Jesucristo”.

El evangelio de hoy ilustra muy bien el riesgo de separarse de la comunidad de Cristo resucitado. Se nos relata la aparición del Señor a los discípulos. Les saluda ofreciéndoles la paz y sopla sobre ellos el influjo del Espíritu Santo.

Además les otorga la facultad de perdonar los pecados.

Durante esa aparición del Señor resucitado no está presente Tomás, a quien llaman el gemelo. No se explican las causas de su ausencia. Es posible imaginar que estaba sumergido en la derrota, pues para Tomás todo había terminado. El Señor Jesús había muerto y no había más que hacer. Todas las enseñanzas y milagros de Jesús parecían no significar nada para este discípulo que decide separarse del grupo de los once.

Seguramente alguno de sus compañeros discípulos salió a buscar a Tomás y le contó lo sucedido; no habrá sido fácil convencerle de regresar al seno de la comunidad de discípulos. No creyó el “hemos visto al Señor” de sus hermanos. Con la amargura del derrotado les responde así: “Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo podré creer”.

El Señor se presenta de nuevo a los discípulos y esta vez Tomás es testigo de la presencia del Resucitado. El Señor le llama y le invita a meter sus dedos en las heridas de sus manos y del costado. Tomás exclama: “¡Mi Señor y mi Dios!” El Señor le responde: “¿Crees porque me has visto? ¡Dichosos los que creen sin haber visto!”

A partir de ese momento la vida de Tomás tuvo que haber cambiado radicalmente. De ser un discípulo marcado por la duda, se volvió un creyente firme y decidido. La razón de su cambio fue el encuentro personal con Jesús.

Sin embargo, el apóstol Tomás es considerado hasta hoy día como el incrédulo y desconfiado que no creyó hasta no ver con sus propios ojos.

En los diferentes períodos históricos del Cristianismo han existido hombres y mujeres que han cambiado sus vidas radicalmente a partir de un encuentro con Cristo. Entre ellos está san Pablo, el apóstol de los gentiles, que después de haber sido un perseguidor de los cristianos, se convierte en un incansable apóstol después de haber tenido un encuentro con el Señor.

Centenares de hombres y mujeres que han creído que es posible vivir la vida cristiana de una manera simple y en comunión con otros. Se han entregado a la vida consagrada observando disciplina de oración, viviendo la castidad y la pobreza evangélica. De manera que la primera comunidad cristiana todavía se manifiesta en las comunidades de fe que reconocen el valor de la convivencia y el apoyo mutuo.

Durante la estación de Pascua renovamos nuestros votos bautismales. Se nos pregunta si continuaremos en la enseñanza y comunión de los apóstoles, en la fracción del pan y en las oraciones.

Esta promesa bautismal está relacionada con el modelo de vida de la primera comunidad cristiana. Se nos pide mantenernos fieles a la tradición apostólica, a la celebración de la eucaristía y a la oración. Los bautizados de hoy continuamos con el proyecto de comunidad centrada en el mensaje de la resurrección del Señor.

En nuestra comunidad hispana debemos pregonar que Cristo vive y se manifiesta en cada acto de renovación personal y comunitario. Cuando nuestras oraciones son dichas con la confianza de que somos escuchados, entonces afirmamos la resurrección del Señor. Cuando incorporamos al seno de la comunidad a los rechazados de la sociedad, también afirmamos la resurrección del Señor. Cuando los miembros de la congregación participan activamente en la evangelización y el servicio, Cristo está presente, de la misma manera que se manifestó a los discípulos.

La resurrección es el centro del mensaje cristiano. Recordemos lo que dijo el apóstol Pablo: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra predicación”.

Tomás, el apóstol, tuvo que ver las señales de los clavos en las manos del Señor para creer en su resurrección. Nosotros somos los que hemos creído sin haber visto. Tal acto de fe y certeza en la resurrección nos impulsa a ser signos de nueva vida en el mundo en que vivimos. Los primeros cristianos marcaron la diferencia, se hicieron notar en la relación fraternal y de apoyo que cultivaron entre si. Nuestras congregaciones están llamadas a ser un reflejo de esa primera comunidad cristiana que estableció que la fe en Cristo es lo que permite a la Iglesia avanzar en la construcción del reino de Dios aquí en la tierra.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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