Sermones que Iluminan

Pascua 4 (A) – 2011

May 15, 2011


Celebramos hoy el cuarto domingo de Pascua. Con las imágenes bíblicas del pastor y de las ovejas, la liturgia de este día puede ayudarnos a pensar en ese elemento tan fundamental para nuestra fe y a veces tan olvidado: Dios quiere que vivamos en comunión, nuestra fe nos une estrechamente en comunidad de amor y de misión.

Esa unión de corazones y de misión, tomando como base la vivencia de la primera comunidad cristiana, relatada hoy en los Hechos de los Apóstoles, se realiza a tres niveles: en primer lugar, el cristiano ha de vivir unido al Señor Jesús, muerto y resucitado por nosotros. Unido a él como el sarmiento a la vid, de quien recibe la vida y la fuerza. Le pertenecemos, dirá san Pedro en la segunda lectura de hoy, porque nos ha rescatado de la muerte. Andábamos descarriados, llenos de heridas. Gracias a él hemos pasado de la muerte a la vida. Esta unión personal e íntima entre el Señor Jesucristo y nosotros, es condición para que nuestra vida sea más fecunda y dé fruto abundante. “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Juan 10:10). Es decir, una relación de conocimiento mutuo, de familiaridad como quien conoce su voz y le sigue con facilidad y a gusto.

En segundo lugar: la comunión, signo de la presencia del reino ya entre nosotros, ha de ser verdadera entre los que vivían cada uno por su cuenta, a parte y a distancia. Esto requiere una toma de conciencia ya que formamos un solo cuerpo. Dispersos como estábamos hemos sido reunidos para vivir en el amor fraterno, en la solidariedad material y espiritual. Nos corresponde cuidarnos los unos a los otros, dejando a un lado nuestro antiguo camino de pecado contra el hermano. Este paso se hace realidad en las promesas bautismales, morir al pecado y vivir para la justicia. Se trata, pues, de una nueva forma de vida en el plano de las relaciones humanas y de las relaciones con toda la creación. Los bienes de este mundo no han de ser ya motivo de separación, de envidias e injusticias. Todo ha de recuperar su sentido originario: favorecer la vida y la comunión.

En tercer lugar, como cristianos, no podemos olvidar que hemos sido reunidos gracias al esfuerzo de Jesucristo. Él nos salvó, nos llamó y nos reunió. Y como regalo especial nos dejó sacramentos para que al celebrarlos, lo recordemos, y hagamos perpetua su presencia y su acción. Si Jesús que era la cabeza, presidía los encuentros, bendecía el pan e indicaba lo que tenían que hacer, él mismo quiso que esas acciones continuasen en la comunidad. Y nombró a unos para que especialmente cuidasen de los otros y les representase en su trabajo de reunir. Así lo entendió desde los primeros tiempos la comunidad cristiana aunque de formas diversas. Pero la presencia y la acción de Jesús no podían ser sólo presentidas sino también visibles y concretas.

Con este mensaje de fondo entramos en sintonía con el evangelio de hoy llamado por tradición “domingo del Buen Pastor”. Jesús es el Buen Pastor que vela por los suyos y exige a todo bautizado continuar su tarea en el mundo. Pero esta figura del pastor se hace más educadora cuando profundizamos en el conocimiento de la historia de Israel.

El pueblo de Israel había sido desde siempre un pueblo de pastores. Así los testifica el Génesis: “Nosotros tus siervos somos pastores desde nuestra infancia hasta hoy y lo mismo fueron nuestros padres” (Génesis 47:3). Pastores fueron muchos de los héroes de Israel: Moisés, David, Amós… Un pueblo de pastores nómadas que iban siempre por los caminos conduciendo sus rebaños en búsqueda de buenos pastos, de un país a otro. La más bella confesión de fe de Israel comienza así: “Mi padre era un arameo errante”. Es una confesión de fe muy singular, no es la recitación de un puñado de verdades abstractas sobre el ser de Dios, sino el recuento agradecido de una serie de intervenciones históricas de Dios a favor de su pueblo, de la acción salvadora de Dios. La ley fundamental de Israel es la ley del recuerdo. Debe recordar siempre las maravillas para con él. Por eso, espontáneamente, al recordar todo el amor, todos los desvelos y favores recibidos, ve al pastor bajo la imagen del pastor de Israel, imagen profundamente arraigada en su memoria histórica. Por eso canta lleno de gratitud y alegría: somos su pueblo y ovejas de su rebaño.

Por tanto, no nos sorprende que el mismo Jesús, heredero de la larga tradición bíblica, en su predicación al pueblo describiera el amor misericordioso de Dios con los rasgos del pastor que va en busca de la oveja perdida.

Jesús estuvo siempre bien definido en su misión, por eso afirma con toda autoridad: “Yo soy el Buen Pastor. Todos los que han venido antes de mi son ladrones y bandidos pero las ovejas no los escucharon” (Juan 10:8). Bajo esta conmovedora imagen, que tantas resonancias despertaron en sus oyentes, revelará su desvelo y misericordia y todo el espíritu que le inspiró su vida entera. Él es el Pastor que da la vida por sus ovejas. “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Juan 15:13). Toda su vida estuvo sostenida y habitada por el amor, de tal forma que, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo.

Jesús es el pastor incomparable que se define a sí mismo como la puerta de las ovejas, la única puerta segura. Sólo él, personalmente, es “el camino, la verdad y la vida”. Ha cargado con el pecado del mundo. En su pasión no profería amenaza y sus heridas nos han curado. En una palabra, se entregó totalmente en rescate de todos.

Volviendo a las imágenes del rebaño y las ovejas, no quiere decir en absoluto que los discípulos deban tener un comportamiento gregario, todo lo contrario. Los cristianos estamos llamados a seguir libremente a nuestro Pastor y si tenemos que superar pruebas semejantes a las suyas, si tenemos que morir al pecado, es para que vivamos para la justicia y recibamos el don del Espíritu.

La fe consiste en seguir a Jesús el Buen Pastor por amor, viviendo como el vivió (1Juan 2:6). Nosotros no tuvimos la suerte de entrar en contacto físico con Jesús, como los judíos que vivían entonces en Palestina. Pero lo que importa es la comunicación en la fe y en el amor, y esto es posible ahora y siempre. Para nuestra esperanza, han sido conservadas estas palabras de Jesús: “Dichosos los que, sin haberme visto, han creído en mi” (Juan 20:29). Con estas palabras tan hermosas se cierra el evangelio de Juan. Y para nuestro estímulo, alegría y esperanza el apóstol Pedro también nos dice: “Nuestro caminar tras las huellas del Buen Pastor es paz, sosiego, seguridad, gozo inefable y glorioso” (1Pedro 1:8),

Queridos hermanos y hermanas, esta es la fe que la Iglesia, a lo largo del tiempo pascual nos exhorta a renovar. “A quien ustedes crucificaron Dios lo ha constituido Señor y Mesías” (Hechos 2:36). Ahora está junto al Padre y desde allí guía el itinerario pascual de nuestra existencia.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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