Sermones que Iluminan

Pascua 5 (A) – 2017

May 14, 2017


A través del evangelio de Juan, se nos anima a confiar plenamente en Dios que permanece con nosotros en cada momento de nuestra vida.

Es como aquella madre que no descansa al ver a su hijo que llega embriagado en alcohol todas las noches. El padre desde la distancia observa como ella espera que su hijo caiga dormido en la cama para acariciarle la cabeza. Ella, arrodillada al lado de la cama de su hijo, lo contempla con amor. El padre le pregunta: ¿Qué haces? A lo que ella le responde: “Debo amarlo cuando está dormido, porque mi hijo no me deja amarlo cuando él está despierto”.

Como la madre ama a su hijo y permanece con él, Dios nos ama y se queda con nosotros aun cuando nosotros le negamos nuestro amor.

Jesús sanó a los enfermos, expulsó demonios y resucitó a los muertos. Él lavó los pies de sus discípulos como ejemplo y mandato a servir. Él anunció la traición de uno de sus amados y de otro que lo negaría tres veces. Jesús preparó el camino para sus discípulos.

Tal vez estaban confundidos por lo que Jesús les decía. Su tono era de despedida, pero lleno de amor. Pues era necesario preparar a sus discípulos para los sucesos que estaban por venir: su pasión, es decir, su sufrimiento, tortura y muerte en una cruz.

En la vida cotidiana nos enfrentemos a diferentes tipos de murallas emocionales. Son barreras que, en ocasiones, nos resultan muy difíciles de derrumbar. Son fracasos, complejos, críticas destructivas, disgustos, resentimientos, sentimientos de culpabilidad, soberbia, egoísmos, sueños que no se realizan, planes personales que no se ajustan a nuestra voluntad y hasta desengaños. Son pesos que cargamos y que nos acompañan en nuestro diario caminar, pesos que nos duelen y nos molestan. Son velos del corazón que nos limitan.

Son sentimientos negativos que pueden llegar a destruirnos. Muchas veces las heridas más dolorosas no son las que dejan cicatrices o las que se pueden ver. Por el contrario, son las heridas emocionales y sicológicas las más peligrosas. Son las heridas que nos dejan rencores y odios, y son las que nos ciegan.

Estos contratiempos en nuestras vidas, estas luchas en nuestro andar por la vida, estos obstáculos que encontramos pueden quitarnos la alegría de vivir. Sentimos que nuestra fe se debilita; y llegamos al punto, que acumulamos tantas heridas que nos impiden seguir adelante. Incluso, el éxito que experimentamos puede ser objeto de muchas críticas.

No permitamos que esto nos haga daño, porque Jesús lo sabe y está a tu lado. Jesús es paciente y te espera. Jesús está incondicionalmente presente para nosotros, de la misma manera que está la madre de la historia. Ella ama a su hijo cuando él está dormido. Con amorosa paciencia, ella se queda con él.

Aunque nos cueste trabajo entenderlo, así como pasó con Tomás y Felipe que cuestionaron a Jesús, nosotros también muchas veces lo cuestionamos porque Él no responde a nuestras peticiones, sobre todo bajo nuestras condiciones y en nuestro tiempo.

Pero Jesús, amorosamente nos responde que está preparando un lugar especial, y que algún día nos reuniremos con Él. Jesús insiste en que no dudemos, porque sabe que nos cuesta mucho trabajo entenderlo. Por eso, Él nos habla del gran amor que nos tiene y que su presencia está con nosotros siempre. Jesús permanece con nosotros.

Jesús dice: “No se angustien. Confíen en mi Padre y confíen también en mí…Voy a prepararles un lugar. Vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté. Ustedes ya conocen el camino para ir adonde yo voy”.

Jesús hoy día nos afirma como lo hizo con sus discípulos de ese entonces. Él no renuncia a nosotros y no nos cierra la puerta. Al contrario, nos prepara un lugar y nos invita a ir con Él. Jesús nos asegura que nosotros “ya conocemos ese camino a donde Él va”. Él nos conoce bien y sabe que vamos a ser tentados por el enemigo, y nos sentiremos débiles ante los grandes contratiempos que aparecerán en el camino. Aun así, Jesús pacientemente nos espera, y está dispuesto a levantarnos. Nos insiste en que confiemos en el Padre y en Él. Su Santo poder nos recogerá y nos levantará después de cada caída para la gloria del Padre.

Confiando en el amor incondicional de Dios, conocemos un amor que conquista la muerte física y espiritual. Jesús nos invita a dar la batalla contra los contratiempos, y luchar contra las acechanzas del enemigo. Dios es el único que siempre nos hace una invitación abierta. Él deposita su confianza en nosotros. Por eso Jesús, nos dice que no nos angustiemos y que aprendamos a confiar en el Padre y en Él.

En este texto, las palabras de Jesús “confíen en mí” se oyen como “crean en mí”. Jesús nos invita a una relación espiritual e íntima con Él. Como si llegara a nuestro lado y a cada uno de nosotros nos hablara y nos dijera: “confía en mí”.

El mensaje de Jesús, “No se angustien. Confíen en mi Padre y confíen también en Mí” hace que esos velos del corazón se rasguen como en la hora de la muerte en la cruz para dejar entrar la luz de la resurrección. Es un mensaje que nos llega como un bálsamo sanador y restaurador. Jesús en su mensaje nos rodea de su propio aroma y nos abraza con sus palabras de vida.

Este texto del Evangelio de Juan, nos revela que la confianza en Dios nos enseña a escuchar su propósito en nuestras vidas. Por eso es importante, que tengamos presente el estar en sintonía con Dios. Invocar su presencia en nuestro momento de oración y estudio de las escrituras. Esto nos ayuda a desarrollar una capacidad para escuchar detenidamente su voz. Es aquí cuando nos damos cuenta, que Dios nos tiene un plan en el que somos llamados a ser instrumentos de su amor para nosotros y en la vida de otros; y como dice el evangelio, así como el Padre habita en Jesús, Jesús habita también en nosotros.

Jesús nos promete su presencia, su apoyo y su poder por medio del Espíritu Santo. Si algún día nos encontramos embriagados y atormentados por la vida, sabemos que a nuestro lado, amándonos, y acariciándonos Jesús nos acompaña y nos espera para cuando por fin nos volvamos a Él, su amor nos abarque con su bálsamo sanador, la fuerza que necesitamos para derrumbar la murallas que nos impiden ver su luz y disfrutar de la vida que nos ha prometido.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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