Sermones que Iluminan

Pascua 5 (C) – 2013

April 28, 2013


Queridos hermanos y hermanas en el Señor resucitado.

Ha llegado a ser tan normal en nuestra sociedad actual que nadie sirva a nadie, que el servicio es un trabajo remunerado y en cierto modo despreciable. Solo hay que mirar a nuestro alrededor y preguntarnos: ¿Quién es capaz de ponerse a servir espontáneamente a los demás sin esperar ninguna recompensa? Los que poseen grandes fortunas y tienen cuentas bancarias cuantiosas invirtiendo en proyectos multimillonarios conquistan con su poder económico a otros seres humanos vulnerables, pobres a quienes convierten en sus esclavos como servidores incondicionales. Cuanto más poderosa es una persona tiene más servidores y él, a su vez, tiene que servir menos.

Quien tenga esta mentalidad no podrá entender los criterios del evangelio sobre el servicio a los demás. El servicio es la manifestación más pura de que nos amamos los unos a los otros. Un amor que no puede reducirse a meras palabras, sino que se ha de manifestar en acciones a favor de los demás sin mirar a quien y sin esperar recompensa. Amar es estar pendiente del otro, preocupados, atentos a sus necesidades con una actitud de ayuda… a esto es a lo que llamamos servicio, servir a los demás sin esperar recompensa. El amor es una preocupación mutua, en la que los que se aman están dispuestos a conllevar la trabajosa vida de cada uno.

La comunidad cristiana en el mundo no tiene más sentido que ser servidora de los seres humanos: la misión de la Iglesia es el anuncio de la buena nueva de la salvación, impulsada por el amor a los demás y al mundo. La Iglesia, por otro lado, como sacramento de la salvación tiene que realizar en su seno la realidad de la vida humana: el amor y el servicio. La institución de los diáconos, como servidores, no es sino una muestra de esta tendencia fundamental que la comunidad cristiana debe realizar.

Indudablemente el amor al prójimo es un mandamiento nuevo, no porque no existiera en el Antiguo Testamento, sino porque es un amor que permanece siempre y está presente en todas las circunstancias y sobre todo porque está dispuesto a aceptar lo nuevo, por muy contrario que sea a nuestro gusto, a nuestras costumbres y a nuestra rutina.

El amor no es fácil de vivirlo, pero no es imposible porque la medida del amor somos nosotros mismos y en la forma que Cristo lo patentizó con su vida. San Juan lo dice muy claro en el capítulo 13 de su evangelio: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo les he amado. La señal por la que conocerán que son discípulos míos, será que se amen unos a otros” (Juan 13:34-35). Recuerden bien que la señal de la fe en Cristo es el amor. La comunidad cristiana debe ser la manifestación de la realidad de la comunión fraternal como fruto de la fe en Jesucristo. Amor mutuo, que es anuncio de lo que se nos ha prometido: un universo nuevo, en el que las relaciones humanas también serán plenificadas.

El amor es la terapia perfecta para sanar y salvar a una comunidad enferma por el pecado de la desunión, de la no aceptación del otro porque piensa distinto o sienta de diferente manera. El amor todo lo supera, todo lo soporta. San Pablo en su carta a la comunidad de Corinto les propone el mejor camino para superar todas las fricciones y las dificultades que viven y ese camino es el amor. Cuando Pablo quiere definir el amor tiene que usar siete expresiones negativas para decir lo que no es amor (envidioso, orgulloso…) y usa un solo una expresión positiva que la han traducido como el “amor es paciente” (I Corintios 13:4-7), pero es algo más que “paciente”, pues la palabra que utiliza san Pablo significa que el que ama supone dominio y control de sus sentimientos y emociones para poder hacer el bien a los demás empezando por la aceptación de cada uno tal y como es.

La humanidad entera clama por amor, pero un amor incondicional, no un amor egoísta, paternalista o absorbente, sino un amor que transforma el ser en algo productivo. No tenemos derecho a decidir cuál es o qué es el bien de los demás, en cambio debemos aceptar al otro con toda su consecuencia y es ahí donde comienza el auténtico amor cristiano, el nuevo mandamiento. El amor no es un mero sentimiento, sino una actitud permanente de vida y compromiso hacia los demás. Solamente en eso se conocerá el verdadero discípulo de Cristo, en que ama sin condición alguna.

Muchas veces nos engañamos con un supuesto amor a distancia, pues el verdadero prójimo son las personas que están más próximas a nosotros, más cerca y es precisamente ahí donde debemos iniciar el verdadero amor cristiano.

Pidamos al Dios del amor que hagamos de nuestras vidas una eterna Pascua en el ejercicio constante del amor como Cristo nos amó, que nos amó hasta el extremo de dar la vida por nosotros y luego vencer la muerte. ¡Que el Señor les bendiga en el nombre del Padre, del Hijo y del espíritu santo!

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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