Sermones que Iluminan

Pascua (B) – 31 de marzo de 2024

March 31, 2024

LCR: Hechos 10:34–43 o Isaías 25:6–9; Salmo 118:1–2, 14–24; 1 Corintios 15:1–11 o Hechos 10:34–43; San Juan 20:1–18 o San Marcos 16:1–8

“Creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús”.

En este día de Pascua el saludo litúrgico: “¡Aleluya! Cristo ha resucitado”, es más que una expresión momentánea de un hecho del pasado. Esta afirmación constituye la declaración espiritual más importante de toda la fe cristiana y es tal su profundidad que al recibir el saludo respondemos en manera afirmativa y confesional: “¡Es verdad! El Señor ha resucitado ¡Aleluya!”. Estas palabras representan para el creyente la convicción de que Jesús, el Resucitado, vive eternamente.

Las expresiones de los evangelios: “Pasado el sábado” (Marcos 16:1) o “El primer día de la semana” (Juan 20:1), narran cómo el tercer día es el momento de la resurrección y del encuentro con la tumba vacía. Allí los ángeles mensajeros del resucitado dan testimonio de que los eventos que María Magdalena, las otras las mujeres, Pedro y los otros discípulos experimentan son verdad.

La resurrección, desde el relato de los evangelios, narra particulares que describen la intervención de Dios que cumple sus promesas: “No he de morir, sino que viviré y contaré las hazañas del Señor.” (Salmo 118:17). Pero para recibir la vida del resucitado se requiere la fe y la aceptación de que Dios tiene una lógica diferente de la del mundo. Si los ángeles fueron necesarios en el lugar de la resurrección para dar instrucciones a las mujeres y a los discípulos, quiere decir que la resurrección es difícil de entender y explicar. Puede ser porque vivimos en un mundo acostumbrado al pecado y la muerte, o porque nuestra fe es aún muy tambaleante como la de Pedro que no obstante dijo que daría su vida por Jesús fue capaz de negarlo en el momento de la prueba, o porque buscamos a Jesús entre los muertos e ignoramos que Jesús resucitado está cerca de nosotros.

Aun con todas nuestras falencias y dudas, la piedra removida del sepulcro, las vendas, la ausencia de Jesús y la tumba vacía confirman que Dios actuó y que Jesús vive eternamente. El Emanuel, Dios con nosotros, quien prometió que estaría con nosotros siempre confirma sus predicciones, y en su vida nueva, abundante, encuentran cumplimiento todas las profecías. Jesús está vivo, ha resucitado, éste es el mensaje siempre actual al centro de la vida cristiana. Hoy nosotros y todos los que celebramos este misterio declaramos con María Magdalena, en primera persona: he visto al Señor.

La resurrección de Jesús es más que un hecho personal entre Jesús y el Padre. Jesús comparte su resurrección con nosotros, nos muestra que también nosotros tendremos la oportunidad de vivir con él eternamente y que comenzamos esa comunión aquí en vida antes de morir.

En Pascua pasamos con Jesús de la muerte, el pecado, la tumba y la desesperación al jardín del sepulcro donde Jesús ha experimentado la vida nueva, transformada y abundante que el Padre le da. Jesús deja el sepulcro abierto y la piedra removida, porque conoce que es importante y necesario también para nosotros salir del sepulcro y vivir en manera diferente. Aunque sí que nos hemos acostumbrado a las cadenas del pecado y vivimos en una cultura de muerte, la resurrección de Jesús es real y es también para nuestra vida

Por eso celebramos la Pascua como reconocimiento y declaración de que la vida de Jesús y con Jesús es eterna. Por eso nos reunimos el primer día de la semana alrededor del Altar para recordar y celebrar su presencia en torno a nosotros. Por eso regresamos al Altar cada Domingo para confirmar, recordar y celebrar que la tumba está vacía, Jesús ha resucitado y nos renueva en su amor y perdón.

La pregunta de Jesús a María Magdalena “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?” Confirma su preocupación y presencia en todos nuestros dolores y dificultades. Así como lo hizo con ella, también a cada uno de nosotros Jesús nos llama por nombre para darse a conocer. Por esto todo el sufrimiento humano por la resurrección de Jesús es aceptado y superado. En Jesús resucitado encontramos al Buen Pastor que nos llama por nombre porque quiere que obedezcamos su voz y lo sigamos.

Al experimentar la resurrección de Jesús tenemos que dar testimonio y compartir con nuestras acciones que él vive con nosotros porque lo hemos visto. Es responsabilidad nuestra como cristianos comunicar a quienes viven en sepulcros, tumbas, encadenados a sus pecados, adiciones o esclavos de la muerte, que Dios ha actuado y que Jesús vive con nosotros para siempre. La vida nueva que Jesús recibe la comparte con nosotros, por consiguiente, en la Pascua somos renovados, transformados y recibimos la oportunidad de una vida nueva con él.

La muerte ha sido derrotada y la victoria es para la vida. Nuestro antiguo enemigo, la muerte, que entró al mundo por la desobediencia de Adán y Eva, ha sido vencida por la obediencia de Jesús. La muerte no tiene ningún control Jesús sobre y por consiguiente sobre quienes creemos en él. La muerte y su sepulcro no fueron capaces de contener la vida abundante de Jesús.  

Hoy jubilosos y alegres decimos: “¡La diestra del Señor es excelsa!¡La diestra del Señor ha triunfado!” (Salmo 118:16). Pascua es el encuentro personal con Jesús, el resucitado; es el reconocimiento que nuestra naturaleza pecadora es perdonada y habilitada para recibir y compartir la vida nueva del resucitado. Por eso nos alegramos y proclamamos: “¡Es verdad! El Señor ha resucitado ¡Aleluya!”. Amén.

El Rvdo. Dr. Fabián Villalobos es Rector en la Iglesia Episcopal Cristo en la Diócesis de Dallas, Texas.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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