Sermones que Iluminan

Propio 20 (A) – 2020

September 20, 2020


“¡Esto no es justo!, ¡esto no es justo!” ¿Estamos familiarizados con esta expresión? Seguramente sí. Imaginemos una familia con niños pequeños; si los padres compran algo para uno de ellos y no le dan exactamente lo mismo al otro, es posible que inmediatamente diga: “esto no es justo papá/mamá, me compraste una galleta de chocolate, pero la mía es más pequeña que la de mi hermano. Esto no es justo”. O también: “¿por qué sólo me compraste un refresco cuando a mi hermana le diste una malteada? Esto no es justo”. ¿Suena familiar?, Sí. Pero ¿qué tiene que ver esto con justicia? ¿Qué es lo justo?

Según el diccionario, la palabra “justo” tiene varios sinónimos: equidad, imparcialidad, ecuanimidad. Por ejemplo: la palabra “equidad” hace hincapié en dar a cada cual lo que corresponde o a lo éticamente correcto; “imparcialidad” enfatiza en la falta de favoritismo; “ecuanimidad” implica rectitud, ausencia de una preferencia. Estas definiciones de lo justo están incrustadas en la forma como pensamos y son construcciones de lo que la sociedad pide y necesita de sus miembros.

Pero cuando oímos en el Evangelio de hoy, que un grupo trabajadores fueron enviados a distintas horas para trabajar en la viña, unos temprano a las 6:00 a.m., otros a las 9:00 a.m., otros al mediodía, otros a las 3 p.m. y otros a las 5:00 p.m. -justo antes del cierre de la jornada a las 6:00 p.m.-, y escuchamos que todos recibieron la misma cantidad de dinero por su trabajo, necesitamos volver a escuchar la historia. Algo no está bien. Nuestras definiciones de lo que es equitativo, imparcial y ecuánime no coinciden con el relato. En definitiva, la parábola de hoy, no nos parece justa.

Vamos a poner la historia en un contexto contemporáneo. Un denario, la moneda en plata Romana de la época de Jesús en la Palestina del primer siglo, era el pago de salario por un día de trabajo. Como dato interesante es importante destacar que la palabra ‘dinero”, que se utiliza en nuestra lengua, deriva de este vocablo. Así pues, imaginemos que el salario mínimo en la época de Jesús es de 15 dólares por hora; 15 dólares, por 8 horas de trabajo, corresponderían a 120 dólares la jornada diaria. Pues, cuando los trabajadores que llegaron a las 5 de la tarde recibieron 120 dólares por sólo una hora de trabajo, los que laboraron la jornada completa, desde las 6 de la mañana y soportando el duro sol del día, podemos suponer, esperaban recibir más dinero.

¿Qué hubiéramos hecho nosotros si estuviéramos en los zapatos de los trabajadores que comenzaron temprano? ¿Nos quejaríamos y protestaríamos de la misma manera que ellos lo hicieron?  Pero la lógica del empleador, del dueño de la viña, es diferente a la nuestra y a la de sus trabajadores. Su lógica se basó en la verdadera generosidad, una generosidad que es imposible de medir o calcular: “Amigo [dijo el dueño de la finca], no te estoy haciendo ninguna injusticia. ¿Acaso no te arreglaste conmigo por el salario de un día? Pues toma tu paga y vete. Si yo quiero darle a éste que entró a trabajar al final lo mismo que te doy a ti, es porque tengo el derecho de hacer lo que quiera con mi dinero. ¿O es que te da envidia que yo sea bondadoso?”

Por supuesto, si oímos estas palabras hoy, en nuestro propio contexto, no quedaríamos más satisfechos que los oyentes del evangelio de Mateo o que los trabajadores del viñedo, pues ¡Esto no es justo!  En nuestro entorno, sin lugar a duda, chocaría con los esquemas de lo que es justo y lo que no lo es.  La igualdad de remuneración por el trabajo hoy está protegida, se ha luchado por ello, incluso muchos dieron la vida por dicha causa; ahora esta igualdad está consagrada en la ley. 

Pero no todo en la vida es justo: nuestro jefe puede decidir que en lugar de aumentos por mérito, todos los trabajadores compartirán igualmente de una bolsa de bonificación porque será mejor para todos; alguno de nuestros hijos, posiblemente, no ha sido seleccionado para el equipo de fútbol porque no es el favorito del entrenador; otros, tal vez, han cuidado de sus padres ancianos por años mientras sus hermanos viven lejos, quizá despreocupados, pero cuando sus bienes se dividen, el abogado explica que éstos se distribuyen entre todos sus hijos en partes iguales. ¡Esto no es justo!

Al actualizar la parábola al hoy, tal vez ya no nos guste por cómo la entendemos desde nuestros contextos y desde nuestro lugar dentro de ella. ¿Quiénes somos nosotros en esta historia? En lugar de quejarnos y protestar contra el dueño de la viña ¿podríamos estar contentos de saber que los otros jornaleros, aunque trabajaron sólo una hora, recibieron la misma cantidad de dinero que nosotros recibimos por trabajar todo el día? ¿Podríamos estar contentos de saber que, con este salario ganado, los trabajadores pudieron alimentar a sus familias y proveer a sus hijos de lo necesario por un día más? Siendo agradecidos, dando nuestro amor a todas las personas que nos rodean, podemos hacer una diferencia y crear un cambio alrededor de nosotros manifestando el Reino de Dios en la tierra.

Así pues, alegrémonos de las cosas buenas que acontecen a nuestras familias, amigos, compañeros de trabajo, vecinos y gente que nos rodea. Y cuando nos hagamos la pregunta ¿es esto justo? Sepamos que la perspectiva de Dios es completa, que él no lleva libros de contabilidad, no anda con su reloj contándonos las horas. Dios no pone vistos buenos o taches en su lista, al lado de nuestros nombres, para llevar un control. Dios “no es justo” a la medida de nuestro entendimiento de la justicia; Dios es generoso y de una manera que encontramos muy difícil de entender. 

Dios conoce nuestras necesidades, su generosidad va más allá de la comprensión humana, esto es lo que el profeta Isaías anticipó una vez: “Porque mis pensamientos no son sus pensamientos, ni sus caminos mis caminos, dice El Señor.” Ésta es la buena noticia que el evangelio de hoy proclama, la generosidad de Dios que es tan grande, tan sorprendente, inesperada y sin medida, que puede proporcionar lo suficiente para cada uno de nosotros, sin importar el día o la hora.

Confiemos en este Dios generoso que nunca nos dejará solos, que siempre caminará junto a nosotros. ¡Amén!

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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