Sermones que Iluminan

Pentecostés 16 (C) – 25 de septiembre de 2022

September 25, 2022

LCR: Amos 6:1a,4-7; Salmo 146; 1 Timoteo 6: 6-19; Lucas 16:19-31

La Iglesia reunida como Cuerpo de Cristo, recibe la plenitud de la gracia de Dios sobre sus fieles, para obtener la fortaleza a través de su misericordia, poder mantenernos firmes y alcanzar las promesas divinas que son los tesoros celestiales que el Señor tiene preparado para los creyentes. Necesitamos de una fe práctica y verdadera para mantener una relación de amor con el Cristo resucitado.

La enseñanza que nos trae la Palabra de Dios es una verdad actual y palpable; se compara con el acontecer diario de todos los pueblos. Las palabras del profeta Amós, por ejemplo, expresan un sentimiento profundo de advertencia al mundo contemporáneo preocupado en extremo por la comodidad individual e indiferente al sentimiento de una comunidad en necesidad. Qué bien se contrasta con el sentir de nuestros tiempos, ajetreados por la búsqueda de una forma de vida en la que sólo cuenta el beneficio personal y el consumismo, olvidando que las riquezas materiales no son seguras.

El salmista, por su parte, refuerza el sentir profundo de la Palabra de Dios: no confíen en nadie, el poder del ser humano se detiene ante la muerte, pero Dios siempre cumple sus promesas; hace justicia a los que son maltratados por los poderosos, da de comer a los hambrientos, concede libertad a los presos, levanta a los caídos, ama a los justos y confunde los planes de los malvados para que fracasen.

El Apóstol Pablo exhorta a su discípulo Timoteo, señalando que, ciertamente, la religión hace que nuestra vida sea mucho mejor, pero sólo cuando uno está contento con lo que tiene, porque cuando nacimos no trajimos nada al mundo y cuando muramos tampoco podremos llevarnos nada. Recomienda a todos los creyentes alejarnos de lo que puede ser prejudicial al espíritu, porque todos los males comienzan cuando sólo se piensa en el dinero y esto puede desviarnos de la fe y traer grandes sufrimientos.

Finalmente, el evangelista Lucas concentra toda esta enseñanza por medio de una parábola que Jesús cuenta a sus discípulos. Les pone a reflexionar sobre una realidad visible y nos invita a nosotros, el pueblo de Dios, a descubrir las verdades invisibles pero presentes en la vida cotidiana.

La parábola de Lázaro y el hombre rico está diseñada para pensar y reflexionar en lo que ofrece Dios a los que confían en él. Es un relato lleno de contrastes: la vida de un rico compuesta de lujos, comidas y fiestas, frente a la vida de un pobre mendigo, enfermo y hambriento. ¡Qué fácil es ver esta misma realidad en pleno siglo XXI! De ahí que entendemos que esta Palabra de Dios está en nuestra realidad cada vez que nos recuerda que siempre habrá pobres a quienes debemos ayudar.

El pasaje del Evangelio presenta dos lugares donde fueron Lázaro y el rico después de muertos, sólo que ahora las cosas eran diferentes: el rico sufría, mientras el pobre recibía el bienestar a través del consuelo y la tranquilidad. Es en este sentido que podemos entender el significado real de lo que es una vida sin Cristo y una vida con él; se establece una diferencia con enormes resultados. A ese mundo de desigualdades e injusticias económicas y sociales, esta porción del Evangelio de Lucas propone algo diferente: una invitación a los que poseen muchos bienes materiales a salvarse obedeciendo el mandato del amor y aprendiendo a reconocer en la figura de Lázaro la imagen misma de un Dios que nos dice que hay más honor en dar que en recibir.

La vida no se trata únicamente de riqueza material. Jesús invita a su audiencia a examinar las relaciones entre unos y otros, a que desaparezca ese sentimiento mezquino de la indiferencia que fácilmente se puede convertir en injusticia; invita a la sensibilidad y preocupación por los hermanos en necesidad, a compartir un poco de lo que poseen. Pero en ningún sentido es una resignación para vivir en la pobreza, a sentarse y esperar que Dios arregle todo. Esta historia mira a la vida presente y va dirigida a quienes poseen grandes riquezas y viven en abundancia y despilfarro, a quienes no son sensibles ante los más necesitados, para que puedan empezar a compartir y ser solidarios en generosidad y desprendimiento.

El error del hombre rico está en lo que no hizo. Tenía todas las oportunidades de ayudar a un menesteroso. No sentía empatía ante la necesidad de un pobre, se quedó insensible y despreocupado por alguien a quien podía ver todos los días inmerso en el sufrimiento. Dice Jesús en el evangelio de Mateo que cuando el Hijo del Hombre regrese dirá a sus ovejas: vengan benditos de mi Padre y reciban el reino, porque tuve hambre y sed, y ustedes me ayudaron, porque todo lo que hicieron por un humilde, por mí mismo lo hicieron.

La indiferencia es uno de los grandes males de este siglo. Los que poseen muchos bienes se sienten tranquilos porque tienen mucho, olvidando que en esta vida no hay nada seguro. ¡Qué triste realidad y gran pecado poder hacer algo por otro y no hacerlo! Cruda realidad de quien conoce la dinámica del dinero; cierra el corazón humano a la evidencia de la palabra profética, al dolor y al sufrimiento del pobre, a la exigencia de justicia, al amor e, incluso, a la voz de Dios.

Una fe que no transforma es como una levadura que no puede fermentar una masa. La Palabra de Dios está escrita para transformar nuestros corazones y nos ofrece la oportunidad de tomar una decisión hoy y cambiar el rumbo de nuestras vidas con un mensaje tan poderoso que puede cambiarlo todo en un momento.

La exhortación del mensaje es clara, la encontramos en la epístola del Aposto Pablo: un creyente debe permanecer firme en su fe, en la búsqueda de la justicia, la piedad, la caridad y en la vivencia de los valores del Reino. Nuestra esperanza sólo debe permanecer en Dios, quien nos da todas las cosas con abundancia y para nuestro provecho. La riqueza verdadera está en hacer buenas obras y compartir con los demás. Éste es el camino que conduce a la seguridad de la vida eterna.

Imitemos al que se esfuerza por ganar la competencia: haciendo todo lo posible por ser un buen discípulo de Jesucristo, y él se encargará de darnos el premio de la vida eterna. Que ninguno busque únicamente su propio bien, sino también el de los demás. Amén.

La Rvda. Marivel, ejerce su ministerio en la Iglesia Santísima Trinidad en Miami, Diócesis del Souteast, Florida.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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