Sermones que Iluminan

Propio 21 (C) – 2025

September 28, 2025

LCR: Amós 6:1a,4–7; Salmo 146;1 Timoteo 6:6–19; San Lucas 16:19–31.

Las lecturas de este domingo, incluido el Salmo, tienen una idea en común: la confianza en las cosas humanas nos puede llevar a la perdición; la confianza en Dios nos conduce directamente a Él. La Sagrada Escritura es fuertemente crítica con aquellos que depositan su confianza en lo humano, especialmente en los bienes materiales, porque allí comienza a degenerarse todo el sistema de vida tanto de la persona como de la comunidad. Esto lo vio y lo vivió en carne propia el profeta Amós en el reino del norte, por allá por el siglo VIII a.C. El modo de vida de la élite de la corte es motivo de un fuerte “ay” del profeta, lo cual se entiende como una especie de amenaza o de llamado de atención porque esas personas, en lugar de ocuparse de hacer funcionar el reino como debía ser, esto es, sirviendo a los más débiles y necesitados, se entregaban al placer y al derroche como si ese estilo de vida fuera la finalidad de sus vidas. Ese exceso de confianza en lo material los desconectó del proyecto de Dios que es la justicia, la igualdad y la fraternidad. Cuando sobrevenga la amenaza contra el reino estas personas no serán capaces de responder porque a lo largo de su vida no mantuvieron una actitud de preparación para los tiempos difíciles; por eso, en palabras del profeta, “serán los primeros en ir al destierro donde todo terminará”.

Por su parte, la segunda lectura, tomada de la Primera carta a Timoteo, insiste también en el adecuado uso de los bienes materiales. El autor de la carta no demoniza y ni condena la riqueza, pero sí es consciente y afirma que “el amor al dinero es raíz de toda clase de males; y hay quienes, por codicia, se han desviado de la fe y se han causado terribles sufrimientos”. En sí misma la riqueza material, dinero y bienes, no es algo malo; bien administrada es un auténtico don ya que a partir de ella se puede contribuir al remedio de muchos males en la sociedad; lo malo está en dejarse llevar por el amor exclusivo a ella que es lo que comúnmente denominamos codicia. Cuando se cae en este extremo nunca se tiene lo suficiente, siempre se quiere tener más y más a costa de lo que sea: injusticias, trampas, explotación al necesitado, se hace auténtico comercio con la necesidad del pobre sin el menor asomo de remordimiento; ése es el extremo que finalmente causa sufrimiento al codicioso porque de nada vale tener mucho y por dentro estar vacío de sentido: con inseguridad, con miedo de ser robado, con el permanente sobresalto de que no se tiene lo suficiente; en fin, una vida esclavizada al tener. El autor de esta carta subraya las bondades de la correcta utilización de la riqueza para que eso permita una auténtica vivencia de la fe en el único dueño de todo, en el que es “Rey de reyes y Señor de señores”.

De otro lado, el Evangelio de hoy nos lleva a la misma reflexión: dedicar la vida entera al servicio de la riqueza no lleva a otro destino que la perdición total. Para lograr una mejor comprensión de la parábola del pobre Lázaro y el rico acaparador conviene que nos devolvamos un poco en la narración de Lucas -por lo menos a 16,13-18-, donde se establece la frontera entre la Ley y la Buena Noticia.La diferencia que hace Jesús entre el servicio a Dios y al dinero da pie a algunos fariseos para burlarse de él, pues ellos se sienten muy bien con su apego (servicio) a la riqueza y con su pretendido servicio a Dios. Jesús desenmascara esta doble actitud de los fariseos haciendo ver que, en el fondo, lo que menos interesa a estas personas es caminar de acuerdo con el querer divino; Dios conoce el interior de cada uno de ellos y sabe que el servicio a Él, cuando hay un tal apego a los bienes materiales, no pasa de ser una simple fachada con consecuencias muy negativas para la conciencia y la mentalidad del pueblo, pues queda la impresión de que Dios favorece (bendice) a unos, mientras permanece indiferente ante las carencias (expoliación) de los demás. En todo caso, Jesús llama a una mayor radicalidad en este punto. No es posible combinar de un modo tan descarado el servicio a Dios y a Mamon (dios riqueza, dinero) así como tampoco se disuelven en una misma cosa la ley antigua, la manera hipócrita y amañada de interpretarla, que llega hasta Juan, con la era nueva que inaugura el reino. La señal de esa falsa interpretación de la Ley es el comportamiento ambiguo y escandaloso de los fariseos, saduceos…; la manera nueva de entender el reino e integrarse en él es a través de la lucha y el esfuerzo a base de obras de justicia. Por lo demás, en el reino continúa vigente el genuino espíritu de la Ley, caso concreto, la ley sobre el matrimonio y, en definitiva, todo aquello donde se haga manifiesto el espíritu de la justicia.

Y conectamos así con el pasaje de hoy. Para redondear el tema de la incompatibilidad entre seguimiento de Jesús y servicio a la riqueza y los bienes materiales, Lucas presenta esta parábola que, como todas las demás, muestra también algún aspecto particular de lo que Jesús concibe como realidad reino de Dios. Aquí se hace más clara la advertencia sobre la imposibilidad de servir a Dios, a su reino, y al dinero. La consecuencia más inmediata es el olvido de las más mínimas relaciones de justicia y de la finalidad de la misma vida.

El servicio a la riqueza se convierte en esclavitud a la misma a tal punto que se pierde la sensibilidad por el que sufre, además se pierde el sentido y la finalidad de la misma existencia humana. El rico de la parábola no fue a parar al lugar donde Jesús lo ubica por una decisión divina, es el lugar que él mismo escogió desde el momento en que perdió, por su propia decisión, el horizonte de su destino; los bienes materiales tienen que ser los medios por los cuales el ser humano se va realizando, va alcanzando cada vez más su plenitud y humanización, pero desde el momento en que dejan de ser medios para convertirse en fines en sí mismos, se comienza la curva de la deshumanización, y éste es el caso del hombre rico de la parábola. Esta inversión de valores ciega por completo al siervo de la riqueza al punto de convertirlo en ignorante del designio divino sobre el ser humano y sobre el mundo.

Mientras no haya una actitud de cambio en esta relación, no habrá ninguna posibilidad de darle crédito a la Palabra. Ni siquiera los signos más extraordinarios podrán cambiar las cosas. El rico, en medio de su patente estado de deshumanización, aboga por los suyos para que no les suceda lo mismo e ingenuamente cree que si se les presenta un muerto hablándoles de su fatal fin llegarán a cambiar. No, si no le han dado importancia ni crédito a la voluntad de Dios expresada en la Escritura y si, menos aún, se sienten interpelados por la realidad en que viven, ni les mueve al menos el sentido de justicia natural, ni siquiera la resurrección de un muerto les hará cambiar.

El creyente y seguidor de Jesús debe examinar su vida y establecer en qué estado se encuentra su relación con los demás y con los bienes materiales. Eso es lo que estamos invitados a hacer en esta nueva semana que el Señor nos regala.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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