Propio 25 (C) – 2025
October 26, 2025
LCR: Eclesiástico 35:12-17; Salmo 84:1-6 LOC; 2 Timoteo 4:6-8,16-18; San Lucas 18:9-14.

«No favorece a nadie con perjuicio del pobre, y escucha las súplicas del afligido.»
Al acercarnos a las últimas semanas del año litúrgico, regresemos al tema con el que, hace varios meses, iniciamos la Cuaresma: el Dios de Israel, el Dios de la Ley y los Profetas, el mismo que es el Dios y Padre del Señor Jesucristo, es un Dios de compasión y un refugio para los que confían en él. Este tema surge una y otra vez mientras leemos las Sagradas Escrituras, y las lecturas de hoy revelan esta idea tan importante.
Nuestra lectura del Eclesiástico, o si lo prefiere Sirácides, nos incita a ser generosos con los demás de la misma manera que el Altísimo ha sido generoso con nosotros. Según el autor, “Dios sabe premiar” y “pagará el bien siete veces”. Esto significa que Dios siempre nos da más de lo que podemos merecer o incluso desear, y él quiere que compartamos su bondad con otras personas.
También queda claro que la generosidad que ofrecemos a Dios, o a los demás en su nombre, no debe convertirse en una especie de soborno o intento de comprar su favor. Nadie puede comprar la gracia y las bendiciones de Dios, y el Señor no es sobornable como un político corrupto. Al contrario, Dios es justo y está atento a las súplicas de los afligidos, las viudas y los huérfanos. Nunca olvidemos que el Dios del que la Biblia nos habla es misericordioso: libera esclavos, provee para los necesitados, devuelve a los exiliados a su tierra y perdona a los pecadores.
Son precisamente estos atributos los que celebran los salmos, como escuchamos hoy. El Salmo 84 alaba a Dios, ensalzando el Templo por ser el lugar donde mora la presencia divina. Según el salmista, este lugar sagrado provee refugio y protección a los más vulnerables, dando el ejemplo del gorrión y la golondrina con sus polluelos que encontraban un espacio para sus nidos entre los muros y techos del Templo. Al igual que las aves protegidas por Dios en el Templo, son las personas que se refugian en Dios y que hallan en él su fuerza. Si dudamos de poder entrar en la casa de Dios para encontrar nuestra fortaleza y nuestro refugio, el Señor Jesús nos enseña la parábola de los dos hombres que fueron a orar al Templo.
Muchos recordarán la historia: Dos hombres, ambos judíos, fueron al Templo para orar, uno era fariseo, el otro un cobrador de impuestos para el Imperio romano; el fariseo oró confiado en su propia rectitud: “Te doy gracias que no soy como los demás y menos como ese cobrador de impuestos… Yo, sí, ayuno y doy mis diezmos”. Si la oración del fariseo nos pudiera parecer una exageración, no está lejos de la realidad de los tradicionales rezos matutinos de los judíos ortodoxos: “Bendito seas, Señor, nuestro Dios, Rey del universo por no haberme hecho pagano. Bendito seas, Señor… por no haberme hecho esclavo. Bendito seas, Señor… por no haberme hecho mujer”. Es una piedad que busca verse y sentirse distinto de la masa de pecadores.
Es bastante común creernos buenas personas, sentirnos “buena gente”, y afirmar cosas como las que dice el fariseo: No somos “ladrones, malvados o adúlteros”. Asistimos a la iglesia con cierta frecuencia y decimos “No hago mal a nadie”. Ojalá eso sea cierto, pero Cristo nos enseña que esta actitud de creernos buenos y justos es una equivocación. No podemos fundamentar nuestra relación con Dios sobre nuestros méritos o nuestra rectitud.
En contraste, con la actitud de superioridad del fariseo, el cobrador de impuestos se conoce y reconoce que es un pecador; no se atreve a acercarse ni a levantar sus ojos, no declara que es buena gente y no recita un listado de todo el bien que ha hecho. Ni siquiera se compara con nadie más. En lugar de eso, se refugia en la misericordia de Dios: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador!».
Según Cristo Jesús, ese cobrador de impuestos —ese pecador— volvió a casa como un hombre justificado delante de Dios, y no el fariseo. ¿Por qué uno y no el otro? El cobrador de impuestos puso su confianza en Dios, no en sí mismo y, por consiguiente, como la golondrina con sus polluelos, encontró su refugio en los atrios del Señor. Invocó la misericordia de Dios, y Dios tuvo compasión de él.
No olvidemos que la iglesia, la casa y familia de Dios, debe ser un sitio donde los pecadores podamos refugiarnos, debería ser un lugar donde por la gracia de Dios encontramos alivio y protección en medio de las tempestades de la vida. Al abrir nuestras puertas para las celebraciones litúrgicas y demás actividades, debemos tener claro que estamos invitando a los pecadores, los necesitados y los vulnerables a acercarse a Dios y hallar su misericordia. Y si la casa de Dios se abre para ofrecer refugio y alivio a los que buscan la gracia de Dios, no hay lugar en ella para proclamar nuestros méritos, nuestra rectitud o bondad. Sólo hay espacio para todo el que quiera doblar las rodillas y rogar al Señor que nos conceda su paz y su perdón. Los que entran en por las puertas de la iglesia así, podrán cantar con el salmista: «¡Dichosos los que habitan en tu casa! Perpetuamente te alabarán.» Amén.
El Rvdo. Dr. Jack Lynch es un presbítero de la Diócesis Episcopal de Long Island y Vicario de la histórica Saint Mary’s Episcopal Church, Brooklyn, Nueva York.
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