Sermones que Iluminan

Pentecostés 4 (C) – 6 de julio de 2025

July 06, 2025

LCR: Isaías 66:10-14; Salmo 66:1-8; Gálatas 6:(1-6),7-16; San Lucas 10:1-11,16-20.

ENVIADOS A ANUNCIAR UN MENSAJE DE ESPERANZA

Cada uno de los bautizados formamos parte del cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia y el Espíritu Santo nos capacita y nos envía para ser mensajeros de la paz en toda la tierra y en todas las circunstancias en que desarrollamos nuestras existencias; sin embargo, son muchos los lugares donde el mensaje de Jesús aún no ha sido escuchado y pareciera que cada vez hay más personas que, aun habiendo oído hablar del Señor, no han sido atraídos por su Evangelio de amor, alegría, misericordia, consuelo y esperanza.

En el trasegar de nuestra vida encontramos que muchas hermanas y hermanos se encuentran desencantados -e incluso decepcionados- de la iglesia debido a que los creyentes no comunicamos adecuadamente las Buenas Nuevas del Maestro, pues nuestras vidas no dan testimonio de lo que predicamos y nuestras palabras son, en muchas ocasiones, excluyentes y causan más dolor que alivio en los que nos escuchan. El mensaje de Jesús es esencialmente esperanzador porque lleva implícita la marca del amor y el que ama no lastima, no juzga, no excluye, no critica.

El mundo tiene sed de Dios. La mies es mucha, pero los obreros no son suficientes, y no precisamente porque los cristianos seamos pocos, sino porque no estamos lo suficientemente comprometidos en el anuncio profético del Evangelio. Son muchos los contravalores que intentan destruir la esperanza y empujan a la sociedad a buscar su realización en los placeres, la riqueza y el poder; abundan los lobos rapaces que, en el afán de conseguir sus intereses egoístas, devoran a los más pequeños del reino; esto sucede no sólo en las instituciones civiles, en muchas ocasiones se traslada a nuestras comunidades de fe, donde sin misericordia se juzga y se rechaza a los más sencillos, incluso por parte de aquellos que se consideran los más sabios y entendidos.

El amor de Dios nos invita a no doblegarnos ante el miedo, a lanzarnos a la aventura de ser profetas con todas nuestras posibilidades y limitaciones. La falta de dinero, recursos, o la búsqueda de nuestra propia supervivencia, no deben acallar la voz de Dios. Trabajar duro y con dedicación para ganar nuestro propio pan es propio de todo cristiano a fin de “no ser carga para nadie” como nos lo enseña el apóstol Pablo, pero no podemos permitir que la búsqueda por satisfacer nuestras necesidades básicas nos lleve a dejar de lado el testimonio profético. Dios sabe de nuestras luchas, conoce nuestras necesidades y no dejará desamparados a sus hijos que se entregan a una existencia marcada por la transparencia, el testimonio del amor y la misericordia con el desposeído, marginado o perseguido.

La invitación es a despojarnos de todas las ataduras que puedan limitar nuestro ministerio y avanzar completamente libres, sin poner nuestra confianza en el dinero, las posesiones personales o, incluso, en las personas. El cristiano sabe y confía que Dios provee a sus necesidades y que siempre pondrá en nuestro camino manos generosas y oportunidades para solventar nuestra vida y la de los que amamos. Es necesario que, confiados a su providencia, nos abandonemos con la plena certeza de que Él cuida de nosotros.

El evangelio de Lucas nos recuerda que somos portadores de un mensaje poderoso y liberador que nos legitima para anunciar la verdad. Dar a conocer el Reino es la tarea más importante que hemos recibido, por eso debemos empeñar nuestra vida, en todos los escenarios en que desarrollemos nuestras actividades, a dicha tarea. Muchos se interesarán por escuchar el mensaje, pues la promesa de paz y amor que brinda el Evangelio es inmensamente alentadora. Jesús nos da autoridad para hablar en su nombre: “El que a ustedes recibe, a mí me recibe”. Somos enviados a comunicar palabra de Dios, a transmitir un mensaje transformador que cambie vidas y genere entornos seguros, acogedores, pacíficos y llenos de esperanza.

Una vida en Cristo, orientada por la oración constante, la lectura y meditación frecuente de la Palabra y la participación ferviente del Sacramento Eucarístico, dan fuerza al cristiano para vencer cualquier adversidad; por eso no tenemos miedo, más bien predicamos con valentía, dando testimonio, de palabra y obra, de lo que Dios ha hecho en nosotros, cuidando siempre nuestra conciencia de la soberbia que pueda llevarnos a pensar que somos mejor que los otros, pues nuestro único mérito está en Cristo que entregó su vida por nosotros en el madero de la cruz y escribió nuestros nombres en el cielo para que tengamos la plena certeza de que nada podrá apartarnos de su amor, ni hacernos daño, ni detener nuestra tarea.

La Iglesia es el nuevo pueblo elegido por Dios y lo experimentamos viviendo jubilosos, aun en medio de las dificultades y los retos que nos impone la vida. Esa certeza hace que broten hacia nosotros, como un río, toda clase de bendiciones, y que nuestro corazón se fortalezca a través de la alabanza continua al Dios de la vida que nos salvó del pecado y de la muerte, de la misma forma como rescató a Israel, su pueblo, en tiempos del profeta Isaías, haciéndonos ver la gloria de su grandioso poder que todo lo restaura y sostiene.

Podemos cantar, con el salmo 66, las maravillosas obras que el Señor ha realizado en nosotros, en los nuestros, en la creación entera. Los ríos, montañas, animales y cada ser humano en los campos y cuidades, en la familia, las oficinas, los colegios, el transporte público, los escenarios deportivos, las calles y caminos, somos testigos del Señor. Ya no importa condición social, económica, raza, origen étnico, sexo, color de piel, edad o cualquier barrera que quiere imponernos el sistema actual de cosas que operan en el mundo.

En Cristo somos uno solo, y no por ritos externos o formas de vestir o de orar o de adorar, Él es todo en todos porque lo que nos identifica es una vida en la verdad que es Cristo mismo. En palabras del apóstol Pablo no nos cansamos de hacer el bien, aun si encontramos ingratitud o pruebas; continuamos perseverantes ofreciendo al que está al lado lo mejor de nosotros, acompañando, animando, fortaleciendo y amando por encima de cualquier diferencia, seguros de que los frutos se harán presentes en el tiempo de Dios.

El Rvdo. Ricardo Antonio Betancur Ortiz, es abogado de profesión y presbítero en la Diócesis de Colombia, ha practicado la docencia en temas de anglicanismo y estudio del Libro de Oración Común en el Centro de Estudios Teológicos de la Diócesis. Actualmente desempeña su ministerio como clérigo asociado a la Catedral de San Pablo.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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