Sermones que Iluminan

Pentecostés 6 (C) – 17 de julio de 2022

July 17, 2022

LCR: Génesis 18:1–10a; Salmo 15; Colosenses 1:15–28; San Lucas 10:38–42.

En su libro “Residentes extranjeros”, Stanley Hauerwas y William Willimon cuentan que una vez un sacerdote ya retirado, recibió una invitación para celebrar en una de las iglesias donde había trabajado hacía unos veinte años. Para él fue algo extraño recibir esta invitación ya que fue por petición de esta congregación que su obispo lo trasladó de allí; ellos argumentaron que no les gustaba lo que les predicaba. En sus sermones el sacerdote recurría frecuentemente a dos temas fundamentales de los años sesenta: el rechazo a la Guerra de Vietnam y la segregación racial. Él los retaba a invitar a la gente de color a ser parte de la iglesia; les pedía que miraran el cambio demográfico en el vecindario de la parroquia y les urgía a abrir sus puertas a los nuevos vecinos si en realidad amaban su iglesia y querían un futuro para ella. Debido a las quejas y crítica constantes, el presbítero permaneció en esta comunidad por sólo cinco años y fue trasladado pensando que sus palabras habían caído al vacío. El sacerdote divagó por algún tiempo si aceptaba la invitación. Habían pasado veinte años y tal vez sería bueno volver a esta iglesia. Llegó el fin de semana de su invitación y, para su sorpresa, tan pronto entró a la iglesia notó que alrededor del veinte por ciento de la comunidad era de gente de color, y no sólo eso, las nuevas familias tenían jóvenes y niños pequeños.

El tema que nos presenta las lecciones de la Palabra en este día es el de la hospitalidad. En el libro del Génesis se nos narra cómo Dios premia la hospitalidad de Abraham y Sara. La hospitalidad de esta pareja anciana es radical y ejemplar: recibe a los huéspedes, les hace lavar sus pies para que descansen y recobren sus fuerzas, les ofrece sombra bajo un árbol y comida abundante: torta, ternero guisado, leche, cuajada. Asimismo, es radical y ejemplar la promesa de Dios: “El año próximo volveré a visitarte, y para entonces tu esposa Sara tendrá un hijo”. En esta historia maravillosa aprendemos que abrirle las puertas de nuestras casas a Dios es lo mejor que nos puede pasar: la escasez se convierte en abundancia, la aridez en fertilidad, la esterilidad en vida. Dios sigue pasando, pasando por ahí, golpeando puertas para transformar comunidades y hogares estériles, escasos de vida y de amor. Estemos vigilantes a su paso y abramos la puerta para que nuestras historias se unan a la gran historia de la transformación que nos ofrece Dios.

En la línea de la hospitalidad, el evangelista Lucas nos narra la visita que Jesús hace a sus amigas Marta y María. Marta cumple con las normas debidas de la hospitalidad de su propia cultura; de seguro habría brindado agua para el lavado de los pies de Jesús y de quienes con él viajaban, habría preparado y ofrecido comida rica y abundante, y un lugar para descansar. María, por su parte, nos presenta una nueva manera de hospitalidad. Ella decide escuchar las enseñanzas del huésped, Jesús; se sienta a poner atención a sus palabras y mensaje. Ésta es también una hospitalidad radical: dejar toda acción para escuchar, entender y permitirse ser transformada.

Tal vez, lo que hizo la comunidad de la historia del sacerdote que regresó tras veinte años a su antigua iglesia, es lo que hizo María con Jesús en el pasaje del evangelio. Seguramente, después de criticar y cuestionar las predicaciones del sacerdote, quien los sacudía y les pedía abrir la iglesia a otro tipo de personas, de otra raza, con diferentes historias y tradiciones, decidieron escuchar profundamente y actuar sin miedo para recobrar la vida de la comunidad.

¿Qué mensaje nos dejan estas ricas y profundas historias a quienes decidimos seguir a Jesús? La hospitalidad no es sólo una hermosa característica de nuestra cultura Latina, también es una exigencia evangélica. Estamos invitados a abrir nuestras puertas a Dios y a los demás; una iglesia a puertas cerradas no tiene futuro, muere. Y no podemos abrir las puertas sólo a quien nos parece que debe entrar, sino al vecino, al que vive a nuestro rededor, al que llega a nuestros templos pidiendo que le dejen orar en y con la comunidad. Dios es el que envía a la gente. Dios la escoge y la envía, y las comunidades deben estar listas para acogerla.

Nuestra hospitalidad no puede limitarse a decir: “¡Todos son bienvenidos!”, como lo dice nuestro eslogan Episcopal. Sino que debe ofrecer a quienes nos vistan lo que ellos están buscando. Si están buscando una experiencia de Dios, debemos ofrecerles la mejor experiencia de Dios; si están buscando el amor de Dios, qué mejor que permitirles conocer a profundidad el amor de Dios en comunidad.

Practiquemos esta hospitalidad del evangelio y veremos cómo las promesas de Dios se cumplen en la historia de nuestras comunidades, familias e individuos que hoy se arriesgan a abrir las puertas para ser transformados y transformadas por el poder del amor de Dios, quien también y de manera radical abrió su casa para todos sus hijos e hijas y nos ha prometido hospedarnos en ella por siempre.

El Reverendo Fabio Sotelo es Sacerdote Encargado de la Iglesia Episcopal de San Eduardo, en Lawrenceville, Georgia. Tiene un Maestría en Filosofía y Letras de la Universidad de Santo Tomas, Bogotá, Colombia; Una Maestría en Teología del Seminario Santa María, Emmitsburg, Maryland, y actualmente adelanta un doctorado en Liturgia en la Universidad del Sur, Sewanee, Tennessee.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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