Sermones que Iluminan

Presentación del Señor – 2014

February 02, 2014


[AVISO: Debido a que la fiesta de la Presentación cae un domingo este año, sus lecturas del leccionario tienen prioridad sobre las lecturas habituales para el cuarto domingo después de la Epifanía en el Año A.]

Hoy el calendario litúrgico observa la fiesta de la Presentación del Señor. Esta es una de las tres fiestas que cuando cae en día de semana, se celebra el domingo; por ejemplo, el caso de la fiesta del Santo Nombre y la de la Transfiguración.

En la Presentación recordamos el día en que María y José acuden con el niño Jesús al templo a cumplir con los preceptos de la purificación de la madre y la presentación del niño. Estas prácticas, como lo menciona el evangelista Lucas, cumplen con la ley de Moisés. Jesús, Dios encarnado, a la edad de apenas un mes y diez días, es llevado al templo como todo niño judío a ser consagrado para Dios.

El libro del Levítico, nos muestra el contexto histórico de la ley en el cual describe que la madre después de 40 días de dar a luz debía ir al templo a presentar una ofrenda y ser declarada legalmente pura. Días previos a su purificación, la madre no podía tocar nada o entrar en contacto con nadie, ya que se consideraba impura.

La presentación de Jesús, o la consagración a Dios del primogénito, tiene su contexto histórico en la liberación de la esclavitud de Egipto del pueblo de Israel, durante la cual Dios salva a los primogénitos de las familias judías de la plaga y le pide a Moisés que una vez que le haya dado en posesión la tierra cananea, el pueblo deberá consagrar a Yahvé todos los primogénitos, tanto de sus animales como de sus hijos. El libro del Éxodo dice que este rito será “como un recuerdo pendiente ante tus ojos que te recuerde cómo Yahvé nos sacó de Egipto con mano fuerte” (Éxodo 13:16).

En cierta forma nosotros también somos presentados a Dios en el templo cuando, de niños, nos llevan al templo y somos bautizados en el nombre del Padre y del Hijo del Espíritu Santo. Es una consagración mediante la cual empezamos a parte de la comunidad cristiana y renunciamos a los poderes del mal y nos comprometemos a vivir la enseñanza de los apóstoles y respetar la dignidad de toda persona.

Si fuimos bautizados en la infancia, tenemos en el rito sacramental de la confirmación la oportunidad de renovar nuestra consagración a Dios. En nuestro caso, la liberación no es de la esclavitud de Egipto, sino de la esclavitud del pecado, de la cual quedamos libres por la gracia y la expresión de nuestro arrepentimiento y se nos marca como propiedad de Cristo, redimidos por él.

El evangelio de hoy nos muestra a unos padres comprometidos y obedientes a sus creencias. Pero la historia de hoy trasciende el tradicional ritual de la purificación e incluye dos elementos o interacciones que marcaran profundamente el ministerio de Jesús: la presencia y palabras de Simeón y de la profetiza Ana.

La primera interacción de la Sagrada Familia es con Simeón, un hombre señalado por el evangelista como piadoso y justo ante los ojos de Dios. Las palabras de Simeón, las cuales decimos con frecuencia cuando hacemos los oficios diarios del Libro de Oración Común, describen a Jesús como el Salvador, el Mesías que ha de ser ofrecido a todos los pueblos, sin discriminación. A la edad de cuarenta días de nacido, ya se había proclamado la gran verdad que abrió el camino y la vida a todos los gentiles: Dios es un Dios de todos. Dios es un Dios de amor y misericordia infinita para todos los que creen. No solo para un selecto grupo de personas o razas, sino para todo aquel que pone sus ojos y corazón en la persona de Jesucristo, quien es luz y vida.

San Lucas al describir la segunda interacción de la familia con el encuentro de la anciana profetisa Ana, toma tiempo para hablar un poco de quién era esta mujer dedicada y devota. Habla de su procedencia, de su experiencia de vida como viuda de muchos años y de su dedicación a la oración en el templo. Lo extraordinario de este encuentro, no es solo que Ana comienza inmediatamente a alabar a Dios por la presencia de Jesús, sino que se convierte en una de las primeras evangelizadoras del Nuevo Testamento: “Hablando del Niño a todos los que esperaban la liberación de Israel” .

Simeón y Ana vieron y creyeron, ellos vieron y adoraron, vieron y vivieron en la gracia que ellos experimentaron del niño Dios y continuaron sirviendo a Dios a través de otros.

Simeón declara la misión y el ministerio de Jesús y de sus seguidores. Desde su declaración hasta el ministerio público de Jesús, pasaron treinta y tres años para que esa misión se volviera una realidad para los gentiles.

Así que en el día de hoy, en el contexto de la presentación del niño Dios al templo, se nos recuerda que la salvación se ofrece a todos, que el Dios en el cual creemos es un Dios imparcial, el cual nos llama a ser imparciales y a mostrar su gran amor y liberación a todos sin distinción.

Esta invitación a la imparcialidad es una batalla que tenemos que lidiar a diario. Dios es justo y equitativo, nosotros sus hijos e hijas no siempre lo somos. Muchas veces determinamos nuestras relaciones e interacciones basadas en los prejuicios que hemos adoptado de la sociedad. Nos olvidamos que cada ser humano, al igual que nosotros, es un hijo o hija de Dios. Estamos llamados a ver a Cristo en cada ser humano y mirar más allá de los estereotipos que nos marca la sociedad. La imparcialidad de Dios también nos invita a buscar la justicia. Nos llama a denunciar los abusos y las desigualdades que afectan la vida y la dignidad de todo ser humano.

También viendo el testimonio de la vida de Ana, tenemos una invitación a la evangelización. Al encontrarnos con Jesús, nuestras vidas quedan transformadas de una manera tal que el gozo que sentimos brota desde lo más profundo de nuestro ser, y el mensaje del Camino, la Verdad y al Vida es compartido con aquellos que amamos y hasta con las personas que no conocemos.

Imagínese que va al centro comercial con su familia, y en uno de los establecimientos están ofreciendo mercancía gratis por un valor de mil dólares a todas las personas que lleguen dentro de las próximas seis horas. ¿Cuál sería su primera reacción? ¿Llamar a su amigo, o a su hermana o a la prima o a todos sus conocidos que viven en el área para que no se pierdan esta gran oferta? ¿Compartir esa gran oferta con los que se encuentran en el establecimiento de la segunda planta del centro comercial que no se han enterado de lo que está pasando en el primer nivel?

Si esta es su reacción por una oferta material, limitada y temporal, ¿cuánto más sería el gozo de compartir un mensaje espiritual, ilimitado y que trae vida eterna?

Alabemos a Dios como Ana y Simeón. Contemos la historia del niño Dios que vino, habitó entre nosotros y nos trajo salvación. Vivamos buscando la justicia, la igualdad y la paz entre todos, sin hacer diferencia, ya que Dios es un Dios de todos y para todos.

Que el Señor nos bendiga hoy, mañana y siempre.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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