Sermones que Iluminan

Propio 11 (B) – 2018

July 23, 2018


Hermanos y hermanas, la palabra de Dios que escuchamos este domingo tiene muchas enseñanzas las cuales, llevándolas a la práctica, seguramente pueden llegar a renovarnos si en verdad nos esforzamos por dejar de lado nuestros egoísmos y la indiferencia con respecto a los demás. Abramos nuestros corazones y mentes y digámosle al Señor, “cuenta conmigo”, “quiero comprometerme con tu plan”, “no quiero ser más una figura decorativa en el desarrollo de tu proyecto salvador en el cual todos y todas estamos invitados e invitadas a participar.” Pidamos al Espíritu Santo que nos dé luz, fortaleza, sabiduría, bondad y mucho amor para hacer de cada actitud nuestra un testimonio de fe y compromiso con los demás.

Un mensaje que Dios nos envía a través del profeta Jeremías es que examinemos nuestras propias actitudes y nuestro compromiso para con Dios, para con nosotros mismos y mismas, el prójimo y la creación. Este mensaje del profeta es relevante a través de todos los tiempos. El compromiso al que nos llama Jeremías es lo que nuestro Obispo Primado llama el Movimiento de Jesús. Llegamos a la convicción de que somos responsables de todo; por eso, al preguntar qué compromiso tengo conmigo mismo y con mi desarrollo espiritual, con la madurez de mi fe y con las personas que me rodean, debo también preguntar cuál es mi compromiso con el cuidado, respeto y protección del medio ambiente. Como dice Jeremías, no hemos de olvidar que al mismo tiempo somos ovejas y somos pastores del rebaño, ya que formamos parte del reino de Dios en este mundo, del cual somos mayordomos.

En la lectura del Evangelio que acabamos de escuchar, de nuevo encontramos una imagen que concuerda exactamente con la que describe el profeta Jeremías: “Al bajar Jesús de la barca, vio la multitud y sintió compasión de ellos, porque estaban como ovejas que no tienen pastor.” ¿Qué hace Jesús en ese momento? “Comenzó a enseñarles muchas cosas.” La reacción de Jesús ante la muchedumbre fue de enseñar. Observamos que el evangelista no nos dice que empezó a darles cosas materiales, sino que les enseñó a sanar a la humanidad, a proteger al desvalido, a compartir dones y talentos dados por Dios. Además de ser muestras de infinita compasión, justicia y amor, sus enseñanzas son modelos de vida que hemos de practicar. Hay un proverbio chino que dice: “regala un pescado a una persona y le darás alimento para un día; enséñale a pescar y la alimentarás para el resto de su vida.” El evangelista no nos cuenta exactamente qué fue lo que Jesús enseñó ese día; pero con toda seguridad el tema de sus enseñanzas no pudo ser otro que el amor constante de Dios. Esa era su pasión y la base de su ministerio público, enseñanzas para el mundo.

Veamos cuáles son las características específicas de las enseñanzas de Jesús. Primeramente, son enseñanzas abiertamente liberadoras; para nada “ortodoxas”, si entendemos por “ortodoxia” la fidelidad a la tradición doctrinal, en este caso, de la religión israelita. Con el argumento de una pretendida ortodoxia, las autoridades religiosas de aquel entonces habían descuidado la parte fundamental de la Palabra, la cual es llevar a la práctica lo que se aprende. Por siglos las enseñanzas se centraron en memorizar preceptos y normas, pero la teoría no se puso en práctica. Si queremos ver el efecto verdadero de las enseñanzas liberadoras de Jesús, sólo tenemos que leer el episodio que sigue a estos primeros versículos que escuchamos hoy: la multiplicación de los panes. Miremos bien que, en el fondo, la secuencia narrativa une la enseñanza con la práctica.

La segunda característica de las enseñanzas de Jesús es la unión necesaria entre teoría y práctica. Esta es, en muchos aspectos, la problemática más notoria de casi todas las religiones del mundo: mucha doctrina, muchos preceptos, muchos ritos, mucha introspección y poca constancia en el servicio ofrecido al mundo marginado – como lo hizo Jesús.

En Jesús, las enseñanzas van directo al corazón para guiar e inspirar la conciencia de cada persona. De nuevo, esta idea podemos confirmarla con el pasaje de la multiplicación de los panes y los peces. Pensemos cuál pudo haber sido la calidad de la enseñanza del Maestro para lograr que cinco panes y dos peces sirvieran para alimentar a una multitud. Hagamos a un lado la idea del “milagro” tal como nos acostumbraron a entender este pasaje. Sigamos pensando más bien en la calidad de aquella enseñanza que pudo romper las conciencias egoístas y las indujo a la generosidad y al compartir. Con base a esto, pensemos cuál es la calidad de nuestra enseñanza: ¿induce al oyente a cambiar su conciencia? ¿Incita a la acción constante? ¿Es liberadora o sencillamente es conservadora en el sentido de mantenernos igual que siempre? Podríamos seguir agregando más y más características a las enseñanzas de Jesús. Señalemos una más: la enseñanza de Jesús es sanadora. Tanto la sanación como la unión entre la doctrina y la práctica son parte esencial del Movimiento de Jesús, un movimiento liberador que sana y transforma al seguidor y a la seguidora de Jesús.

Con la mano en el corazón, comprometámonos de verdad a trabajar más para lograr que nuestras enseñanzas y nuestras acciones se asemejen cada día más a las enseñanzas de Jesús. No pensemos que esta es vocación exclusiva de clérigos, catequistas o líderes religiosos. Ya vimos cómo el mensaje de Jesús va dirigido a toda persona en todos los tiempos. Nadie está excluido ni excluida del evangelismo que da vida al reino de Dios aquí y ahora. ¡El reino de Dios es posible sólo si nosotros y nosotras sin excepción nos empeñemos en plantar las semillas y demostrar los valores de Cristo, buscando que en ese compartir, sí enseñamos, sí sanamos, sí liberamos y sí adoramos a Dios! Jesús se regocija en estas acciones.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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