Sermones que Iluminan

Propio 17 (B) – 2018

September 03, 2018


Todos tenemos ciertas tradiciones, valores y creencias fundamentales que son importantes para nosotros y para nosotras. Definen nuestras identidades y definen nuestros propios comportamientos y las maneras en que creemos que otras personas deberían comportarse. De esto se trata el evangelio de hoy.

En algunos momentos de la vida, nos enfrentamos con la realidad de querer verdaderamente escuchar a Dios o escucharnos a nosotros mismos. Vivimos en uno de esos momentos. Se nos hace más fácil querer cumplir con nuestras leyes y se nos olvida que la razón final y total de la ley es la misericordia de Dios. No obstante, y como lo vemos y lo experimentamos en el texto bíblico de hoy, nosotros los seres humanos queremos religión, no queremos Dios. O, para decirlo de manera ligeramente diferente, fácilmente equiparamos o comparamos la religión con una idea de Dios muy particular, culturalmente determinada y que nos hace sentir que estamos en control de quién está adentro y quién está afuera. Nuestra religión con todos sus ritos, leyes e historias divinas y basadas en la Biblia, con orígenes místicos, influye en la creación de leyes creadas por el hombre que luego se convierten en verdades que no se cuestionan.

Sin embargo, lo que realmente sucede es una domesticación de Dios. Dios se convierte en lo que nosotros y nosotras queremos que sea Dios, usualmente una versión mejor y más perfecta de nosotros mismos. ¿El resultado? Dios ciertamente es honrado. Dios es parte del paisaje y el discurso. No obstante, Dios es honrado solo con los labios, pero lejos del corazón. ¡Dios es abandonado y reemplazado por versiones culturalmente construidas! Y las tradiciones humanas, precisamente los prejuicios de una cultura son divinizados.

Por supuesto, cada persona y cada grupo necesita una estructura para regular su vida. Es por eso por lo que tenemos leyes en primer lugar. Pero la ley puede tomar muchas formas. Los rituales, por ejemplo, ayudan a enmarcar la vida desde nuestra infancia. Una nación también necesita sus rituales, sus historias que la identifiquen y la distingan. Pero cuando las estructuras que creamos se identifican con Dios, cuando las instituciones y las tradiciones que forman una comunidad se distorsionan y se mitifican sin criticarlas, Dios se fosiliza. Es como si Dios se grabara en piedra y finalmente se utiliza como arma de juicio. Dios entonces está realmente lejos de esa estructura, de esas historias y de esas tradiciones. Dios no puede encajar en una sola estructura. Dios no puede ser reducido a ninguna comunidad, grupo o clase social.

La retórica político-religiosa actual toma a Dios y lo convierte en una religión limitada: Dios se convierte más en la explicación que en la pregunta. Dios es citado como la fuente de nuestros derechos; sin embargo, estos derechos están muy culturalmente definidos. Por ejemplo, pensemos en el derecho a portar armas. ¿Quién más en el mundo considera que este es un derecho inalienable y que no lo sea el recibir atención médica? Cualquiera que se oponga a esta invocación de Dios es etiquetado como un incrédulo o, quizás incluso peor, como opuesto al Dios de nuestra nación y de nuestra religión.

Valga aquí mencionar al teólogo ortodoxo ruso Paul Evdokimov quien afirma con valentía que el infierno no es parte de la creación de Dios, sino más bien la invención de las llamadas personas buenas quienes necesitan un lugar para poner a toda persona que es diferente. ¿Quiénes son esas personas? Los pobres, los supuestamente fracasados, los homosexuales, las madres solteras y todos aquellos que no siguen las leyes. La posibilidad de juzgar y condenar a los demás hace que los llamados buenos se sientan más seguros de sí mismos y confiados en su propia salvación. Dios queda olvidado y solo permanecen como verdad absoluta las tradiciones nacionales y de cada grupo en particular.

¡Cuán rápido las supuestas buenas personas pueden condenar a Dios! Es importante que recordemos que las tradiciones en sí mismas no son malas, lo que es malo de las tradiciones es lo que los seres humanos hacen de ellas. Como Jesús les enseña a sus discípulos: “Porque es desde dentro, desde el corazón humano, que las malas intenciones vienen”.

¿Está la religión desterrada? ¡Ciertamente no! La carta del apóstol Santiago que acabamos de escuchar nos dice: “la religión pura y sin mancha delante de Dios el Padre es esta: ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y no mancharse con la maldad del mundo”. En la Biblia, huérfanos y viudas es un lenguaje codificado para los marginados y marginadas, las personas que no pueden defenderse por sí mismas, las que no tienen los mismos derechos, precisamente los que la llamada gente religiosa a veces condena. La religión no está dirigida a la pureza individual, sino al bienestar comunitario, y especialmente al bienestar del prójimo. En otro pasaje, Jesús lo dice de esta manera: “El sábado fue hecho para la humanidad, y no la humanidad para el sábado”.

La religión está hecha para la humanidad. ¡La humanidad no debería ser forzada a encajar en una idea particular de la persona religiosa! El aspecto asombroso y atemorizante de la religión convertida en observancia legal o ritual o cultural es que Jesús, como persona marginada, como crucificado fuera de las murallas de la ciudad, una vez más queda fuera de la realidad. Dios es abandonado y solo hay un servicio de labios para afuera.

La Palabra de Dios en el Evangelio de San Marcos, nos muestra la gran necesidad que tenemos en nuestra sociedad y, como parte de nuestras comunidades de fe, de ser conscientes y de reiterar una y otra vez la bienvenida radical que Jesús ofrece a todas las personas. El movimiento que Jesús inició estaba y está centrado en el respeto de la dignidad de cada persona. Cuando la institución o la comunidad no lo hacía, Jesús retaba las leyes que oprimían y marginalizaban.

Hermanos y hermanas, miremos cuáles son las leyes que no nos permiten respetar y valorar la dignidad de todo ser humano y en esta semana atrevámonos a retarlas en nosotros mismos dando la bienvenida a la persona o a la situación que es diferente. El movimiento de Jesús continúa centrado en el amor de Dios y nosotros somos la rama Episcopal de este movimiento. Vivámoslo esta semana.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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