Sermones que Iluminan

Propio 18 (B) – 2012

September 10, 2012


Hoy tenemos en el evangelio uno de esos momentos en el que parece que Jesús hace un desprecio a una persona que le pide ayuda y no pertenece al pueblo judío. Es sirio fenicia y además es una gran mujer, pues nos da una buena lección. Para entenderla déjenme platicarles de otra gran mujer que realizó una acción capaz de crear un importante cambio social.

En Alabama, a mediados de los años cincuenta, el problema racial entre blancos y negros estaba en su pleno apogeo. La gente de color era tratada como ciudadanos de segunda clase y en muchos establecimientos comerciales se ponían letreros diciendo que solo los de raza blanca eran aceptados. En los autobuses en la parte de atrás se dejaba un lugar pequeño para la gente de color. Aunque en Estados Unidos se había abolido la esclavitud, el trato a la gente de color hasta estos años seguía siendo injusto y sin igualdad.

Un buen día una mujer de color, decidió que esto no podía continuar de la misma manera y al subirse al autobús se sentó en un asiento destinado solo para los blancos. Su nombre es Rosa Parks. Nos podemos imaginar la conmoción que sucedió, los gritos y desprecios que vinieron contra ella y, sin embargo, con toda valentía Rosa demandó un trato igualitario. Su acción demandaba que no hubiera ninguna distinción entre seres humanos por razón del color de la piel. Se quedó en su asiento a pesar de los atropellos que se realizaron contra ella. Esto fue una de las tantas acciones que la gente de color tuvo que realizar para cambiar las actitudes racistas. Esta mujer ha pasado a la historia por haber dicho que no a la forma como era tratada. Sabemos que el movimiento que se desató en favor de los derechos civiles para lograr la igualdad fue enorme y duró mucho tiempo.

En el evangelio de hoy nos encontramos con otra gran mujer que decide ir más allá del desprecio que le hace Jesús por no ser judía. Jesús trata de explicarle que ha sido enviado a trabajar con el pueblo de Israel según tradición religiosa que ellos tenían. Se sentían el pueblo elegido de Dios. Jesús ha nacido dentro del pueblo judío y toda su misión la está realizando a favor de la gente de este pueblo. La respuesta de Jesús como la presenta el evangelista Marcos tiene el aspecto de hacer ver que Jesús está trabajando por el pueblo de Israel: “Espera que se sacien los hijos primero, pues no está bien tomar el pan de los hijos y dárselo a los perritos” (Marcos 7:27). En toda cultura, en toda sociedad y en todo grupo religioso nos encontramos este problema, todo parece ser solo para el grupo reconocido, el grupo allegado, el grupo cercano y los que no pertenecen al grupo se quedan en la periferia y no son atendidos. Este problema es viejo y se extiende a todos los niveles. El mismo Jesús se ve atrapado por su cultura y su tradición. Pero esta mujer no aceptó el no por respuesta y su acción realiza el cambio de mentalidad que es necesario para lograr lo que necesitaba. Le respondió a Jesús: “Señor, los perritos bajo la mesa comen las migajas que dejan caer los hijos” (Marcos 7:28). Lo que los escogidos no saben recibir es capaz de dar vida a otros que están hambrientos y que luchan por la igualdad.

Jesús ahora se siente conmovido y concede lo que la mujer está pidiendo. Esta mujer es grande porque, a pesar del desprecio, logró lo que necesitaba. Ahora es Jesús quien, al ver el coraje y decisión de la mujer, no puede negarle lo que necesitaba. Entonces se realiza el cambio. Una mujer que no es del pueblo elegido recibe los beneficios que vienen de Dios.

Veamos lo que estas dos mujeres tienen en común: tanto Rosa Parks como la mujer sirio fenicia rompen la idea del grupo elegido y cambian la mentalidad para que se dé un trato igualitario más allá de la raza y del color de la piel. Las dos mujeres no aceptaron el no por respuesta y se mantuvieron firmes en su decisión hasta lograr lo que realmente querían. Las dos, como consecuencia de su acción, logran un cambio en la sociedad en la que se encuentran.

Nosotros hoy, en nuestra vida diaria, enfrentamos aún muchos problemas similares que tenemos que resolver. No podemos aceptar que un solo grupo religioso o cultural pueda tener el monopolio del obrar de Dios. Dios no es Dios de un solo grupo o de una sola cultura, sino que es el Dios de todos. Así como Jesús terminó abriendo la puerta a la mujer sirio fenicia, así es el amor del Dios de Jesús, un Dios que ama a todos y que su puerta permanece abierta para todo el que lo busca.

Así como Rosa Parks y la mujer sirio fenicia actuaron para lograr igualdad de trato, así hoy nosotros tenemos que seguir obrando bien en las comunidades en las que vivimos para que se logre igualdad y respeto en el trato a toda persona simplemente por ser un ser humano e hijos e hijas de Dios. Nuestro mundo sigue creando divisiones muy pesadas entre los seres humanos por razones de raza, costumbres y color de la piel; divisiones debido al desnivel social entre ricos y pobres; divisiones que han conducido a guerras desastrosas por la religión que se profesa; divisiones en los derechos humanos por razón del sexo o la orientación sexual que uno tiene. Dar a cada quien el respeto que se merece y reconocer la dignidad de la persona aunque ante nuestros ojos aparezca muy diferente, es una de las acciones más necesitadas en nuestro mundo actual y esto es lo que nos toca a cada uno de nosotros realizar.

No aceptemos un no como respuesta y perseveremos en obras muy concretas que puedan cambiar una mentalidad para que todos los seres humanos en este planeta encontremos lo que necesitamos. Esto es nuestro derecho inalienable. Los cambios sociales no llegan pronto, tardan largos tiempos de lucha, pues se trata de cambiar una mentalidad. El cambio que significó descubrir que podía pertenecer al pueblo de Dios todo el que aceptaba la fe en el Dios de Jesús, y no solo el que pertenecía al pueblo de Israel, con sus costumbres y tradiciones, llevó mucho tiempo. Pablo al ser misionero fuera de las fronteras del pueblo de Israel llevando la fe a pueblos paganos volvió a enfrentar el mismo problema años después de lo que había pasado con la mujer sirio fenicia. Hoy seguimos enfrentando el problema al pensar que solo los que tienen la fe cristiana, como la vivimos nosotros, es digno del amor de Dios y nos sigue costando mucho trabajo aceptar que Dios pueda amar con igualdad a toda persona que actúa con sinceridad de corazón aunque pertenezca a otra religión. No aceptemos un no como respuesta y dejemos que Dios sea el Dios misericordioso que ama a su pueblo en la gran diversidad de expresiones culturales y religiosas, de razas y costumbres.

Ojalá todos pudiéramos escuchar en nuestro corazón las palabras de Jesús a la mujer: “Puedes irte, por lo que has dicho el demonio ya ha salido de tu hija” (Marcos 7:29).

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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