Sermones que Iluminan

Propio 22 (C) – 2013

October 07, 2013


Queridos hermanos y hermanas en el Señor Jesucristo.

La vida humana, por ser social, es impensable sin acuerdos, pactos o alianzas. Todo ser humano nace necesitado, menesteroso, débil y requiere tutelas amorosas; quiere ser libre, pero está rodeado de cautiverios; busca amores definitivos y sublimes y encuentra ofrecimientos interesados. La vida humana es un pacto continuo, es decir, debe fundamentarse en la confianza, en la fe y en el amor.

El cristianismo es pacto y alianza, relación de amor entre Dios y los seres humanos, por tanto es una relación de fe. La iniciativa es de Dios, que en la nueva alianza ofrece a su propio Hijo, el cual derrama su sangre para el perdón de los pecados. Jesucristo es el mediador de la nueva alianza, gratuita, definitiva, radical y creadora de un mundo nuevo.

Dios se convierte en el aliado del pueblo. Al exigir la nueva alianza, frutos de santidad y de justicia, fácilmente los seres humanos, los cristianos rompemos el pacto, no queremos servir, nos da miedo el compromiso que simboliza el amor, es decir, se debilita la fe y hasta desaparece. Nos cuesta confiar en el Todopoderoso, por eso tenemos que clamar: “Auméntanos la fe” (Lucas 17:5).

La fe es un don divino completamente gratuito. Por eso el creyente, que actúa correctamente según su fe, no podrá jamás jactarse de ello. Ni tampoco exhibirá con orgullo su fe. Así se explica que un auténtico creyente es el que toma más en serio el ateísmo de su prójimo.

La fe es un poder divino, no en vano Jesucristo les dijo a sus discípulos: “Si tuvieran fe como un granito de mostaza, dirían a esa morera arráncate de raíz y plántate en el mar y les obedecerá” (Lucas 17:6-7). Esta expresión no es una exageración ni una figura literaria llamada hipérbole, ¡no! Es una gran verdad y una realidad que se cumple.

La fe tiene el poder de mover montañas y hacer maravillas. Sin fe es imposible comprender nuestra alianza con Dios, pacto que sella el amor que siempre acompaña a la fe. Necesitamos la ayuda del Espíritu Santo para servir cristianamente a los demás con agradecimiento y sencillez. La fe no es sólo creer, sino confiar en la omnipotencia de Dios que nos regala ese don tan precioso y tan poderoso.

La Iglesia, como comunidad de fe, debe propiciar el encuentro de todos los seres humanos con Dios, que siempre está presente en nuestras vidas y jamás nos falla. La fe tiene un poder de sanación tanto física como espiritual, pero tiene que manifestarse en el marco de la reconciliación, del perdón entre los seres humanos divididos por doctrinas, ideologías, razas y condiciones sociales. Ahí es donde se debe verificar el aumento de nuestra fe, en la vivencia diaria, en la acción a favor de los más pobres, vulnerables y humildes.

Santiago en su carta católica nos dice algo muy interesante sobre la fe y los hechos: “¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si sus hechos no lo demuestran? ¿Podrá acaso salvarle esa fe? Supongamos que un hermano o una hermana le falte la ropa y la comida necesaria para el día; si uno de ustedes les dice que les vaya bien, abríguense y coman todo lo que quieran, pero no les da lo que su cuerpo necesita, ¿de qué sirve? Así pasa con la fe: por sí sola, es decir, si no se demuestra con hechos, es una cosa muerta” (Santiago 2:14-17).

Aquí se ve claramente que la fe tiene que estar acompañada de una buena acción, no basta con el buen deseo, hay que demostrar que tiene fe en los hechos, en la conducta de hacer el bien. Muchas de nuestras iglesias están llenas de personas que solamente creen, pero están lejos de la fe cristiana. La fe es una vivencia, es una experiencia de vida, es una alianza con Dios en el diario vivir.

Todo milagro está acompañado de la fe, más bien, exige la fe. Cristo, antes de realizar un milagro examina la fe preguntando ¿Crees esto? O sencillamente le dice “tu fe te ha salvado, vete en paz”. ¡Qué maravillosa es la fe! ¡Y es gratuita! Muchas veces basta creer con fe y todo lo que deseemos será una realidad. La tensión de la fe consiste en vivir no entre el mundo y el cielo, la tierra y las nubes, sino entre el presente y el porvenir, es decir, en la esperanza.

Nuestra fe no nos mueve a buscar lo que está fuera o lo que está por encima de nosotros, sino lo que nos aguarda delante de nosotros, el mundo, la realidad social, la vida diaria. La fe es dinámica, no es estática. No es del mundo de donde nos quiere alejar la fe, sino del desánimo, de la desilusión, de la depresión para abarcar la situación actual del presente mundo y llenarlo de fe. No se olviden de esto: la fe no es una adquisición de una vez para siempre, sino que implica un proceso en constante evolución, una permanente atención a las imprevisibles sorpresas de ese Dios nuestro que siempre está presente en nuestras vidas.

Basta tener fe del tamaño de un granito de mostaza para mover montañas que nos impiden llegar a Dios. Caminemos en fe y haremos grandes maravillas. Pidamos al Todopoderoso que nos aumente la fe y tendremos la fórmula para cambiar nuestra manera de pensar y con ello nuestra manera de vivir. Que Dios les bendiga en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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