Sermones que Iluminan

Propio 23 (C) – 2010

October 10, 2010

Leccionario Dominical, Año C
Preparado por el Rvdo. Juan A. Quevedo-Bosch

Jeremias 29:1, 4-7; Salmo 66:1-12 (Alternativas: 2 Reyes5:1-3, 7-15c y Salmo111); 2 Timoteo 2:8-15; Lucas 17:11-19

El tema central de este domingo lo tomamos de la lectura del evangelio de Lucas: el agradecimiento. La vida nos demuestra que debemos estar agradecidos por todo, especialmente a Dios.

La experiencia de los latinos, a veces, es desalentadora. Cuando se envía algo a los países de origen, sea dinero, ropa, comida etcétera, es casi imposible recibir noticia de si lo recibieron o simplemente una palabra de agradecimiento. Es algo que molesta muchísimo. No sucede lo mismo cuando se trata de de pedir algo, entonces parece no haber ni distancias ni dificultades. Para dar las gracias, o simplemente, para decir cómo llegó lo que mandamos, entonces sucede que la computadora se me rompió, se perdió la dirección de Internet, en una palabra excusas para no dar las gracias.

Es cierto que la ingratitud molesta, sobre todo si son otros los ingratos con nosotros. La propia ingratitud, cuando somos nosotros los que nos olvidamos de favores recibidos, esa pasa rápidamente desapercibida.
Casi ni nos damos cuenta que también a veces nosotros somos ingratos. Si no lo somos con amigos o familiares, lo somos con Dios a quien debemos la vida, la salud, la familia y, sobre todo, el amor.

Somos ingratos con nuestro cuerpo que usamos como algo sin importancia  hasta que la enfermedad, nos recuerda que debemos cuidarlo. Tratamos a la familia como a un derecho y no como una gracia. Y a veces la maltratamos tanto que la destruimos. Creemos que nacemos con el amor y no nos damos cuenta de que el amor es más una habilidad como el hablar o el pensar que se perfecciona y desarrolla mediante su uso.

Pero, veamos lo que nos dice sobre el agradecimiento la lectura del evangelio de Lucas que escuchamos hoy.
A los leprosos, incluso en el día hoy, cuando la gente conoce su condición los trata con temor y a veces con repulsión.

En cierta leprosería constituida durante la colonia española en Cuba y que está, en este momento, al cuidado de Las Hermanas de la Caridad, se podía observar que, excepto por las monjas que en todos los casos eran amables y comprensivas, las enfermeras trataban a los leprosos no muy diferente de como lo hacía en Palestina la sociedad de tiempos de Jesús.

La lepra era considerada en Israel como castigo de Dios y, por lo tanto, los leprosos no podían estar en contacto ni con sus familias ni con la comunidad, vivían vidas solitarias cargadas de abandono y la repulsión. Jesús devolviendo la salud a los diez leprosos, les abría la puerta para que reingresaran en el pueblo de Israel, del que habían sido segregados y marginados. Por eso, les manda ir a ver al sacerdote, para que éste certificara que ya estaban limpios. Pero la parábola  nos dice que de los nueve sanados solamente regresó uno para dar las gracias.

Cuando me siento deseoso de un poquito de agradecimiento, me acuerdo de la regla de Jesús, el diez por ciento nos es permitido. De los diez, solo uno regresó a dar las gracias y eso debe ser suficiente para nosotros.
Pareciera ser que de la misma manera que damos a Dios el diez por ciento de nuestros ingresos, Dios nos devuelva el diez por ciento de la gratitud que se nos debe.

El diez por ciento de gratitud es lo que Dios nos da para animarnos a seguir sirviendo, como consintiendo a nuestra debilidad humana. En realidad no debemos servir o dar esperando una palmada de Dios en la espalada, pero en nuestra limitación humana a veces lo necesitamos para seguir adelante.

Una vez se contó una historia, que no sé si es falsa, pero en realidad no importa. La historia tiene lugar en Cuba, en la leprosería de Rincón, mencionada anteriormente, dice la historia que un día Fidel Castro, presidente de Cuba, visitó el convento y pidió hablar con la madre superiora, fue informado que ella estaba en la sala de los leprosos curando las terribles lesiones de la enfermedad. Fidel fue hasta un salón de espera desde donde él podía ver a la madre superiora de estas monjas limpiando las heridas de unos leprosos. Se le informó a la madre de la visita del huésped y se apuró para atenderle, posiblemente intrigada por el motivo de la visita. Cuando pasó por los protocolos de la desinfección salió a saludar al presidente de Cuba.

Fidel es un hombre muy alto y la monja era una mujer bajita. Él le dijo, entre otras cosas, eso que usted hace yo no lo haría ni por un millón de pesos y ella le contestó, bajando la mirada y un poco sonrojada, ni yo tampoco.

Lo que hacemos hagámoslo por amor a Dios. Si nos dan las gracias pensemos que es el regalito que Dios nos hace para animarnos a continuar. El diezmo de la gratitud., recuerden, sólo el diez por ciento. Aprendamos a tener corazones agradecidos por la vida que Dios nos ha dado, por el cuerpo que disfrutamos, por la familia que somos capaces de cuidar y amar. Demos gracias a Dios sobre todo porque él nos dio a su Hijo Jesús, para que tengamos vida y la tengamos en abundancia.

Aspiremos a la gratitud pura y al desinterés en nuestros tratos con Dios, tal como tan aptamente este soneto anónimo recoge:

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.


— El Rvdo. Canónigo Juan A. Quevedo-Bosch es el rector de la Iglesia del Redentor, una comunidad multicultural en la ciudad de Nueva York.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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