Sermones que Iluminan

Propio 4 (C) – 2013

June 02, 2013


El mensaje de este domingo lo podemos resumir en tres grandes experiencias basadas en el valor de la fe y su poder de intercesión; que integra a tres de sus más grandes exponentes en toda la historia de la salvación: el profeta Elías, el apóstol Pablo y Jesucristo.

Enseñar la justicia, la sinceridad y el reconocimiento de Dios como único Señor creador del universo, ha sido y es una de las tareas de todos los verdaderos profetas, desde la antigüedad hasta el presente.

Reconocemos que la obra de la salvación abarca a todos, porque este es el plan de Dios. Pero no han faltado a través de la historia, los que se han propuesto adorar falsas divinidades y enseñar falsos caminos, para sustituir al verdadero Dios, creador de todo.

El profeta Elías, en la primera lectura, nos refiere hoy el sacrificio del Monte Carmelo como una de las grandes manifestaciones de Dios en el Antiguo Testamento para crear conciencia y conmover la indiferencia de su pueblo Israel.

Así lo expresa Elías hablando contra los defensores de Baal: “¿Hasta cuándo van a danzar de un pie en el otro? Si Yahvé es Dios, síganlo; si lo es Baal, síganlo a él. El pueblo no respondió palabra”(1 Reyes 18:21).

La intención de Elías es obligar a los israelitas a que se definan en cuanto a la elección del verdadero Dios. La razón radica en que nosotros como creyentes no podemos tener dos patrones: “Dios o el dinero” (Mateo 6:24); “A favor o contra Cristo” (Mateo 12:30); “O el éxito inmediato a la vida eterna” (Marcos 8:35).

Dios no quiere que andemos divididos. Tenemos que elegir a qué reino queremos pertenecer, o le seguimos a él o seguimos el reino de las tinieblas. Pero está claro, que no podemos pertenecer a dos reinos al mismo tiempo.

El silencio es un factor importante en esta narración, incluso el verdadero Dios guardó silencio manifestando su existencia y su poder: “Envió fuego quemando el holocausto, la leña y hasta las piedras y el polvo. La gente creyó al ver este gesto, afirmando: el Señor es Dios, el Señor es Dios” (1 Reyes 18:38-39).

Los profetas de Baal llegaron a la desesperación esperando alguna señal de su dios que nunca respondió. Por esta razón todos fueron degollados, dando cumplimiento al precepto de la ley deuteronómica que obligaba a exterminar a todos aquellos que arrastraban al pueblo por el camino de la idolatría y la infidelidad al Señor.

Hoy también solicitamos a Dios que nos comunique el fuego transformador de su palabra, que queme y purifique todo lo que nos impide crecer espiritualmente. Así lo expresa san Lucas citando a Juan el Bautista: “Yo, en verdad, los bautizo con agua; pero viene uno que los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego” (Lucas 3:16).

La oración de intercesión unida a la fe, es un medio eficaz para que Dios nos conceda lo que le pedimos. En realidad, Dios no tiene obligación de satisfacer todos nuestros deseos, pero nosotros tenemos obligación de pedirle de tal forma y con tanta perseverancia, que dé pruebas manifiestas de su presencia entre nosotros.

La victoria del Monte Carmelo es la victoria de Yahvé. También es la victoria de Elías. Dios nos toma como instrumentos y nos llama para que colaboremos en la obra de la salvación de la humanidad.

En la segunda lectura, el apóstol Pablo se dirige a los gálatas movido por una intensa emoción y usando enérgicos argumentos. La razón es, que ciertos maestros venidos de Jerusalén, buscaban descalificar su trabajo predicando otro evangelio y cuestionando su autoridad como apóstol de los gentiles.

Es tan tensa la cuestión para Pablo que omite la sección de acción de gracias y felicitación que es habitual en sus cartas, y se lanza directamente a censurar a los gálatas por haberse alejado de Dios para aceptar otro evangelio.

Así lo expresa Pablo: “En realidad no es que haya otro evangelio. Lo que pasa es que hay algunos que los perturban a ustedes, y que quieren trastornar el evangelio de Cristo. Pero si alguien les anuncia un evangelio distinto del que ya les hemos anunciando, que caiga sobre él la maldición de Dios, no importa si se trata de mí mismo o de un ángel venido del cielo” (Gálatas 1: 7-8).

Estos maestros enseñaban que Cristo por sí solo no podía salvarnos, sino que para ser salvos era necesario también obedecer a la ley judía. Tal enseñanza hace que la gracia de Cristo no tenga importancia. Cuando al evangelio se le quita la gracia, ya no queda evangelio.

Hay algo que debemos tener en cuenta al leer esta carta. Pablo escribe acerca de algunos cristianos judíos que les daban a los gálatas la falsa enseñanza de que era necesario seguir la ley judía para ser salvo.

Esto nos sirve como ejemplo frente a las falsas enseñanzas que siguen amenazando a las iglesias cristianas hasta el día de hoy. No importa de qué país seamos, siempre hay quienes enseñan que es necesario seguir alguna ley, o alguna costumbre o ritual religioso para ser salvo. Esta es una enseñanza falsa y peligrosa. Solo es necesaria la gracia, porque es la esencia del evangelio de Cristo.

Pablo fue acusado por sus opositores en Galacia de tratar solo de complacer a los gentiles y a no a los creyentes judíos. Pero él lo expresó claramente: “Yo no busco la aprobación de los hombres, sino la aprobación de Dios. Si yo quisiera quedar bien con los hombres, ya no sería un siervo de Cristo” (Gálatas 1:10). Así Pablo dio testimonio del evangelio de Cristo y defendió su autoridad como apóstol de los gentiles.

En el evangelio, Jesús premia la fe de un capitán romano y sana a su criado. La figura de este personaje está trazada toda con rasgos significativos, ya que a pesar de ser extranjero amaba a los judíos y había aportado parte de su fortuna construyendo la sinagoga del pueblo.

Siguiendo la narración de san Lucas, el centurión se acercó a Jesús por intermedio de los ancianos, quienes resaltaron sus gestos de bondad y de amor para con su pueblo. Mostraba gran respeto por la persona de Jesús y no se sentía digno de recibirlo en su casa.

El oficial envió unos amigos con un mensaje para decirle a Jesús: “Señor, no te molestes, porque yo no merezco que entres en mi casa; por eso, ni siquiera me atreví a ir personalmente a buscarte. Solamente da la orden, para que sane mi criado” (Lucas 7:6-7).

Jesucristo se maravilló ante la fe del centurión, quien no solo creía que Jesús podía sanar, sino que también podía sanar en la distancia. Jesús no había encontrado hasta ese momento tal fe en Israel, es decir, entre los judíos.

Es que mientras el pueblo procuraba tocar a Jesús para recibir de él el fluido curativo, el centurión reconoce que basta una orden de Jesús para que suceda la curación. Oremos también nosotros para que creamos a la orden de la palabra de Jesús y seamos sanados.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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