Sermones que Iluminan

Propio 7 (A) – 2014

June 22, 2014


 “y el que no toma su cruz y me sigue, no merece ser mío” (Mateo 10:38).

Bien podemos designar este domingo como el día de aprender a renunciar a todo lo que impide que cumplamos nuestra misión.

La reflexión para este domingo inicia con el relato de la experiencia dolorosa de la esclava Agar, concubina de Abrahán, que junto a su hijo Ismael, son expulsados al desierto. Antes de vivir tal experiencia, Agar y su hijo Ismael gozaban de la protección de Abrahán; la confianza de ambos era tal que se burlaban de Isaac, hijo de Abrahán y Sara. Los celos en el corazón de Sara, forzaron a Abrahán también padre de Ismael, a expulsar a madre e hijo al desierto abrasador. La misma Sara, que fue bendecida con la maternidad en su edad madura, pide a su esposo que abandone a la otra madre con un hijo en brazos.

Agar no renunció voluntariamente a su vida en el campamento de Abrahán, se vio obligada por circunstancias que ella no podía controlar. Agar vive el drama de la expulsión y se resigna a la muerte de su hijo y a la suya propia. La historia contada en el capítulo veinte y uno del libro del Génesis cambia de rumbo cuando un ángel del Señor se aparece a Agar y le muestra un pozo, donde podrá saciar su sed y la de su hijo. Ambos se salvan, e Ismael se convierte en el padre de una gran nación.

La dramática historia de Agar y su hijo Ismael, se repite en nuestro mundo día tras día. Hombres y mujeres, que bajo distintas circunstancias son forzados a tomar nuevos rumbos en sus vidas, en la mayoría de los casos, la nueva y triste realidad no se esperaba.

La muerte inesperada de un ser querido, una discapacidad después de un accidente, un divorcio o tener que cumplir un tiempo en prisión son algunas de las realidades que se pueden enfrentar inesperadamente. Tal como Agar, muchos caemos en la desesperanza y pensamos que el final ha llegado. La lectura de hoy nos dice claramente que Dios está en todas partes, incluyendo el desierto, como sitio desolado y árido y en el desierto de la soledad y angustia que vivimos cuando nuestra vida da un vuelco inesperado. Los planes de Dios son muy distintos a los planes de los seres humanos. Sara, la esposa de Abrahán, deseaba la extinción de Agar e Ismael, Dios les cubrió con su poder y los salvó. La historia de Agar e Ismael nos afirma que la providencia divina nos acompaña en los tiempos de prueba y desesperación.

El evangelio de hoy contiene planteamientos de mucha radicalidad. El Señor afirma: “el que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre que está en el cielo. No crean que he venido a traer paz al mundo; no he venido a traer paz, sino guerra”. Si las dos frases anteriores no nos impactaron, pues pongamos atención a los siguientes versos: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no merece ser mío; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no merece ser mío. El que trate de salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por causa mía, la salvará”.

A muchos nos puede parecer exagerado lo que el Señor está pidiendo a cada uno de sus seguidores. Ya en los mismos tiempos que el Señor estaba en la tierra, hubo algunos que dijeron que con semejantes exigencias era difícil seguirle. Sin embargo, la historia y los hechos cotidianos nos muestran que muchas personas son capaces de renunciar a su familia, a su religión o a su condición social por una pasión amorosa; que miles de personas han dado sus vidas por defender el suelo que les vio nacer frente a una agresión extranjera; que la traición a la patria tiene como castigo la muerte en muchos países. Cuando las exigencias son por las causas antes señaladas parece que las justificamos y las entendemos. ¿Por qué cuando el Señor nos pide una entrega absoluta, nos escandalizamos? El Señor nos pide fidelidad, nos pide ser consecuentes con nuestra fe aún en la adversidad, nos pide renunciar a nuestros seres queridos y a la vida misma.

En todas las generaciones se encuentran seguidores fieles y comprometidos con el Señor, de no ser así, no tendríamos santas y santos, hombres y mujeres que desafiaron obstáculos y adversidades que impedían vivir el seguimiento a Cristo con la entrega que nos pide. Bien decía san Pablo, que la cruz era motivo de escándalo para muchos, refiriéndose a la negativa de aquellos en aceptar la renuncia y el sacrificio.

Puesto que la obra del Señor es transformar este mundo asediado por el pecado en sus expresiones de opresión, racismo, violencia y degradación, las exigencias para los discípulos y discípulas de Cristo son extremas; tanto así como la preparación del soldado que va a luchar en diversidad de escenarios, bien sea desierto, montaña o mar. Los cristianos ejercemos una misión profética en el mundo que implica tomar riesgos.

El rescate del ser humano llevó al Señor a la muerte en la cruz. Sin embargo, su resurrección a la vida nos confirma que el sacrificio conduce a la vida plena. La paz y la libertad se han alcanzado gracias a la dedicación de hombres y mujeres que entregaron sus vidas por tan nobles causas. San Pablo en su carta a los romanos nos dice que “por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva…”

Quienes predican un evangelio que se basa únicamente en la prosperidad material, ocultan las exigencias del Señor en cuanto a la renuncia y el sacrificio. Cuesta entender la oferta de algunos telepredicadores que cautivan a muchos con la promesa de una vida llena de éxitos financieros, puesto que Dios nos puede dar todo lo que le pidamos, incluyendo un auto deportivo.

El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo no tiene como propósito enriquecer a unos cuantos; nuestro Dios manifestado en Jesucristo nos ha prometido un reino de justicia, paz y amor para todos en este mundo y en el venidero. El Señor nos dice: “No crean que he venido a traer paz al mundo; no he venido a traer paz, sino guerra”. La guerra del Señor no es con armas químicas o sofisticadas. La lucha que dirige el Señor es con la compasión y el respeto por cada ser humano. La guerra del Señor es contra sistemas que promueven la desigualdad entre las personas.

En palabras de la Rvdma. Katherine Jefferts Schori, obispa presidente de la Iglesia Episcopal en uno de sus sermones en Adviento del 2013 se nos recuerda: “Soñar con un mundo en el que la realidad de cada niño /niña y adultos sea encontrar abundante evidencia del amor de Dios en los bautizados, que como santos ingenieros, juntan y construyen un mundo de paz. Y bendito sea todo aquel que no se siente ofendido por ese sueño” (Fort Bragg, NC, Sunday, December 15, 2013).

No temamos a las exigencias de Cristo, temamos al futuro incierto que tendrán las siguientes generaciones si no insistimos en la proclamación de los valores del evangelio.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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