Sermones que Iluminan

Propio 8 (A) – 2017

July 02, 2017


La primera lectura tomada del libro del Génesis, nos muestra la notable fe del patriarca Abrahán. Dios pide a Abrahán que sacrifique a su único hijo Isaac, y obedece sin reclamar. El pasaje concluye con la presencia del ángel del Señor que impide que Abrahán sacrifique a su hijo: “No le hagas ningún daño al muchacho, porque ya sé que tienes temor de Dios, pues no te negaste a darme tu único hijo” (Génesis 22:12).

La persona de Abrahán, como modelo de fe para judíos, musulmanes y cristianos, ha cautivado a los creyentes de todos los tiempos. Mucho antes que Dios le pidiera el sacrificio de su hijo, Abrahán había escuchado con atención el mandato de Dios de abandonar su tierra para ir con todos los de su clan, a la tierra que Dios le indicaba. Abrahán que no tenía hijos, también creyó en la promesa de Dios al decirle que Sara su esposa daría a luz a un hijo en la vejez. Abrahán es el padre de la fe. Una fe que se entiende como obediencia y confianza absoluta en el poder de Dios.

¿Por qué Dios pidió a Abrahán semejante prueba de fe? Cuando leemos este pasaje, nos parece muy cruel de parte de Dios, pedir a un padre que sacrifique a su hijo. Sin embargo, la historia de la salvación nos ha mostrado que Dios sacrificó a su Hijo Jesucristo por nuestra redención.

La fidelidad a Dios es muy importante. Abrahán es escogido por Dios para ser el padre de una gran nación, un pueblo que conozca y honre a Yahvé como único y verdadero Dios. Abrahán que no duda en sacrificar a su propio hijo Isaac, muestra una fe firme en Dios que le ha llamado.

La creencia en un único Dios no era la norma en tiempos de Abrahán. Los pueblos antiguos rendían tributo y adoración a muchos dioses. Los hombres y mujeres de esa época podían buscar un dios a su medida y de acuerdo a sus propios intereses. El Dios de Abrahán es diferente, camina cerca de su pueblo y le muestra el camino a seguir.

Hoy en día Dios también nos pide muestras de una fe firme, que se base en el conocimiento de Jesucristo como nuestro Salvador y Redentor. Jesucristo debe ser el centro de nuestra fe, que su palabra transforme nuestras vidas y seamos también sus colaboradores en la misión de transformar al mundo.

En nuestra comunidad hispana se aprecia mucha religiosidad y respeto a un buen número de devociones a la santísima Virgen, a san Judas Tadeo y a otros santos y santas. En cada una de esas prácticas se nota el fervor de los devotos en los días que celebramos las festividades religiosas. Una vez que muchos han cumplido con la promesa a la santísima Virgen María o al santo de su devoción, no se comprometen en desarrollar más su fe y pertenencia a la comunidad cristiana por medio de la adoración semanal en la santa Eucaristía o en los encuentros de formación cristiana que se ofrecen en las parroquias. Los cristianos de tradición católica y episcopal somos muy cuestionados porque no tenemos un contacto cercano con la Biblia.

Si la Biblia, en el libro del Génesis, nos muestra que Abrahán tuvo que dar testimonio de una fe firme, también nosotros estamos llamados a dar testimonio de fidelidad a Dios en medio de una sociedad que adora los falsos dioses del dinero, la fama y el poder.

La práctica religiosa que se asume como una expresión cultural no da muchos frutos. San Pablo en la carta a los Romanos, se refiere a la práctica religiosa motivada únicamente por el cumplimiento de la ley, la cual para Pablo es como un amo. “Ustedes saben muy bien que si se entregan como esclavos a un amo para obedecerlo, entonces son esclavos de ese amo a quien obedecen”. La fe no se impone, la fe se practica en el seno de una comunidad que proclama a Dios como un ser misericordioso y compasivo.

La fe se cultiva y desarrolla en cada persona que abre su mente y corazón a la acción del Espíritu Santo. No es algo que ocurre en forma automática; tiene lugar a lo largo de un proceso que se inicia en nuestro bautismo y se reafirma en cada uno de los sacramentos de la Iglesia. La fe se fortalece en la oración, el estudio y el servicio, los cuales son ejes importantes en nuestra vida cristiana.

La oración diaria, tanto personal como comunitaria, es la forma más efectiva de comunicarnos con Dios, y así discernir su voluntad. El estudio constante de la palabra de Dios y las enseñanzas de la Iglesia nos preparan para evangelizar a otros con más confianza y seguridad. El servicio lo practicamos sin verlo como una expresión de nuestra fe, pero cada vez que ofrecemos nuestra ayuda al necesitado, es al mismo Señor a quien servimos.

En el evangelio de este domingo, se nos recuerda que no nos predicamos a nosotros mismos y que somos embajadores de Cristo donde quiera que vayamos. Cuando todo nuestro ser es instrumento en las manos del Señor para realizar la misión de anunciar su palabra o servir en su nombre, no pasamos desapercibidos. Los que nos reciben, reconocen que la presencia del Señor nos acompaña y responden con agradecimiento. Atentos escuchan el mensaje que les llevamos. “El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió” (Mateo 10:40).

Algunos asumen que la labor pastoral y evangelizadora corresponde a los clérigos solamente, que han sido entrenados para realizar semejante labor. Lo cierto es que los clérigos son tan solo una pequeña porción en medio del pueblo de Dios, que difícilmente podría llegar a todos los que el Señor quiere salvar. Todos somos embajadores de Cristo en la tierra; por nuestra acción pastoral o de servicio, muchos pueden conocer al Señor y comenzar una nueva vida. No se necesitan grandes discursos o demostrar que somos doctos en teología, basta con pedir de corazón al Señor que ponga las palabras en nuestros labios y que nuestra presencia sea también su presencia frente a los que no le conocen.

En el momento que todos los miembros de una congregación asumen la responsabilidad de ser misioneros, esa congregación se apresta a experimentar un notable crecimiento numérico y también espiritual. La fórmula es muy sencilla: mostremos que nuestra fe es firme, sólida y puesta en el Señor, de manera que la paz que Cristo resucitado derrama sobre nosotros, sea nuestra carta de presentación en el momento de dar testimonio de Cristo a los demás. Una congregación de misioneros es también una congregación de servidores en los diferentes ministerios de la Iglesia. Los frutos que se reciben, son el resultado de la fe de cada miembro que al igual que Abrahán, ha puesto toda su confianza en el Señor.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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