Sermones que Iluminan

Viernes Santo – 2017

April 14, 2017


El día se muestra solemne y sombrío. Sentada en su mecedora de mimbre, las manos de dedos largos huesudos y fuertes sostienen en su regazo maternal, la taza de café negro humeante. Su única adorada nieta acaba de perfumarla y alisarle con suavidad, uno tras otro los cabellos largos y ralos, un regalo de amor de una nieta quien, a cambio de su gesto de amor matutino, recibe verdaderos tesoros salidos del corazón de su abuela preferida. Están en el jardín del patio trasero de la casa paterna. El olor del jazmín en flor, se mezcla con el de agua de rosas, olor que adornará las historias de la abuela que la nieta nunca olvidará.

Hoy ambas saben que la rutina del día será diferente. Es viernes santo. Ambas nieta y abuela junto con el resto de la familia irán a postrarse al pie de la cruz. Se acompañarán y acompañarán a Jesús en su hora de agonía. Sentirán el dolor de ver sufrir a Jesús Redentor del mundo, orarán por ellas, orarán por sus propias pérdidas, orarán y pedirán el perdón y la reconciliación divina. Se unirán al fervor de toda una comunidad que casi al unísono lamenta, expresa su dolor, llora la pérdida de su Redentor y sus propias pérdidas y también albergan la esperanza de lo prometido, como dice el profeta Isaías: “Mi siervo tendrá éxito, será levantado y puesto muy alto. Así como muchos se asombraron de él, al ver su semblante tan desfigurado que había perdido toda apariencia humana, así muchas naciones quedarán admiradas; los reyes, al verlo, no podrán decir palabra, porque verán y entenderán algo que nunca habían oído.”

Sí. Abuela y nieta saben que “al tercer día resucitará de entre los muertos y su reino no tendrá fin” Es ésa la esperanza que alimenta su fe en que llegará la solución a los pesares de sus almas y que les asegura que en ellas reinará el amor, la paz y la tranquilidad.

En esta hora sagrada, sombría y dolorosa, nosotros también, cerremos los ojos y en silencio, pongámonos a los pies del madero en el que vilmente torturado, agoniza nuestro amado Maestro y compañero.

Acompañémoslo en esta hora que Él mismo mencionó tantas veces. Esa dolorosa hora para Jesús, el Hijo del Hombre; Jesús, la Palabra; Jesús, Dios hecho carne; Jesús, el Verbo de la verdad y la luz; Jesús, el Hijo de Dios, el agente y siervo de Dios; Jesús, que se encarnó para revelarle al mundo la verdad sobre Dios nuestro Padre; Jesús, el amor de Dios Padre encarnado, el poder infinito del amor divino para con cada uno de nosotros y nosotras.

Jesús inocente de culpa e inequidad, es el Cordero sacrificado. Su vida, pasión y muerte en la cruz nos redime, nos libera del pecado, nos ofrece reconciliación, salvación y nueva vida. Será para cada uno de nosotros, una nueva vida en la luz, una nueva vida en la verdad como hijos de Dios, la luz que nos saca y nos protege de perdernos en los lugares de tinieblas de éste nuestro mundo, éste nuestro mundo lleno de quebrantos.

En esta hora final, acompañemos a las mujeres que caminaron junto a Jesús a Gólgota llevando sus propias cruces al hombro. Abracemos a las mujeres que sintieron como ahora nosotros mismos sentimos, los muchos vituperios, los latigazos de los soldados romanos, los gritos de la multitud enardecida “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”, los ataques físicos y verbales a su amado hijo, hermano y amigo.

Ataques físicos y verbales de los que muchos de nosotros también hemos sido víctimas inocentes.

En esta hora final, los ojos de Jesús encuentran los ojos de su madre. Son los ojos de una madre aullando en silenciosa desesperación. Su alma atravesada ​​por los peores dolores que una madre pueda sostener.

Los ojos de María, mirando el horror, llevando los ojos de su hijo a la profundidad de su corazón roto, llevándolo a ese dolor crudo, amargo, a ese dolor inconmensurable e inconsolable de una madre que está a punto de perder al hijo que llevó en sus entrañas.

Junto a ella, abracemos también al discípulo amado. Al joven Juan, seguidor del llamado de su maestro y amigo, a amarse y amar al prójimo como a sí mismo. Reconozcamos que ese llamado lo es para nosotros también y que, como él, llevamos en nuestras almas el dolor insoportable de perder al amigo leal, al mentor dedicado, al más dulce de los compañeros.

En esta hora solemne y sagrada Jesús mira a María, su madre y le dice: “Mujer, aquí está tu hijo” Y mirando al discípulo, le dice “Aquí está tu madre.”

 Con estas palabras, Jesús nos comunica a nosotros y al mundo que no estaremos solos. María su madre y el discípulo amado son la base, el fundamento y establecimiento de la nueva comunidad. Es el futuro de la misión que él vino a este mundo para cumplir en el nombre del Padre.

A esa nueva comunidad todos somos invitados a nutrirnos de su amor. En esa comunidad estamos todos incluidos. Seremos la comunidad que seguirá sus enseñanzas de amor a Dios Padre y el amor a cada uno de nuestros vecinos. Seremos la comunidad llamada a difundir la Buena Nueva: invitar a otros a unirse, a aprender unos de otros y servir a otros como siervos humildes y amorosos. Seremos una comunidad que vivirá una vida de fe centrada en el amor redentor de Dios que nos amó tanto que vino a este mundo a liberarnos y a darnos vida, más la vida eterna que no tiene fin.

“Tengo sed” le oímos decir a Jesús. Su sed no es del agua viva que Él mismo encarna. Su sed es una sed que cada uno de nosotros conocemos muy bien, y la sed que el mundo más necesita: es la sed de justicia, de paz, de amor y de comprensión entre nosotros, la sed de comprensión de lo infinito del amor de Dios, ese amor divino desinteresado, puro y transparente. El amor de Dios Padre que Jesús, su hijo amado vino a revelarnos a través de su ministerio de amor. Jesús tiene sed de que vivamos nuestras vidas en Él, y de sentirlo y compartirlo con el mundo.

Con las palabras “Todo ha terminado” Jesús ofrece su espíritu al Padre. Para Jesús, las palabras “todo está terminado” significa “Todo está cumplido”. Jesús ha cumplido la voluntad del Padre. Ha sido obediente a su voluntad hasta el final. Ahora Él puede ser levantado y puede ser glorificado. La muerte de Jesús es el regalo de amor más desinteresado que un amigo puede ofrecerles a sus amigos.

El amor que Jesús nos ofrece en la cruz nos permite vivir en la nueva luz; vivir en la luz de Cristo que alumbramos y proclamamos a toda voz en la Gran Vigilia pascual. Luz que siempre está presente para nosotros; la luz y la verdad que nos rescatan de nuestros momentos de tinieblas, de nuestros momentos de desesperación, de la ceguera y de todo lo que nos separa del amor de Dios, para guiarnos al abrazo del perdón y de la gracia de Dios en Cristo resucitado.

Hermanos y hermanas, en este momento culminante, sigamos postrados y abrazados al cruel madero. Sigamos fieles, presentes y con la vista fija en la promesa. Oremos fervientes y con humildad, escuchemos sus palabras, mientras sus ojos tiernos y amorosos nos miran desde la cruz.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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