Sermones que Iluminan

Vigilia Pascual (A) – 2014

April 19, 2014


Celebramos hoy la Vigilia Pascual, considerada la madre de todas las vigilias, porque en ella conmemoramos el acontecimiento cumbre de la historia de la salvación; que es la resurrección del Señor.

La semana santa sin la celebración pascual carece de sentido; es quedarse con el dolor y la muerte de la cruz, cuando Jesús lo que desea es llevarnos a la alegría de la resurrección, porque “nuestro Dios no es un Dios de muertos sino de vivos”, (Lucas 20:38).

En esta Vigilia experimentamos la alegría de la Pascua cristiana. La pascua es literalmente, por su significado, “el paso del Señor”. Cuando el pueblo de Israel fue mantenido cautivo en Egipto, en medio de una nación que adoraba a los ídolos, y no conocía el verdadero Dios, el pueblo escogido permanecía fiel. Vivía una gran esperanza, la de ser librado de la esclavitud.

Por su esperanza y fidelidad, Dios iba a librar a Israel de sus opresores. Les dio un caudillo liberador en la persona de Moisés. Y ordenó por medio de él al pueblo oprimido celebrar la primera fiesta de la pascua.

Todo esto llevaba un rito. El cordero que había que sacrificar debía de ser selectamente escogido. Su sangre rociada en las puertas de las casas era la señal que el ángel del Señor tendría para preservar del castigo de la muerte a sus primogénitos al pasar por todos los hogares de Egipto.

Como recuerdo de aquella primera pascua, en que los hebreos sacrificaron y comieron el cordero pascual, los israelitas celebraron cada año la pascua como fiesta principal. Esa pascua era una figura de la que nosotros celebramos esta noche. La esperanza de liberación que animó a Israel tuvo su cumplimiento para toda la humanidad con la muerte y resurrección gloriosa de Cristo, el Cordero de Dios que quitó los pecados del mundo.

Cristo es nuestra Pascua y eso lo celebramos esta noche.  El evangelio nos habla de la alegría de la pascua narrada por los primeros testigos, especialmente, las mujeres que seguían a Jesús y a los sorprendidos discípulos que recibieron la noticia con el gozo de ver cumplidas las promesas del Maestro. Así lo expresa san Mateo: “Resucitó como lo había dicho, les aseguró el ángel” (Mateo 28:6-7). Y ellos se encargaron de proclamarlo entre los que amaban al Señor.

Es la Pascua de resurrección. Y el mismo Cristo resucitado nos invita a todos a alegrarnos, al decir a las mujeres: “No tengan miedo. Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea, y que allá me verán” (Mateo 28:110).

La alegría es la señal distintiva de la Pascua. La resurrección es el sello definitivo de nuestra fe, porque como dijo san Pablo: “Si Cristo no hubiera resucitado, el mensaje que predicamos no vale para nada, ni tampoco vale para nada la fe que ustedes tienen” (1Corintios 15:14).

Hemos vivido el misterio pascual. Este misterio del amor de Dios es cruz y es gloria. La muerte y la resurrección de Cristo están unidas de manera inseparable. Una misma fuerza fue el motor que impulsó a Cristo a morir y a resucitar: esa fuerza es el amor.

Cristo murió y resucitó por nosotros, pero la cruz y la gloria de la resurrección no están en un mismo plano. La cruz no es lo definitivo, es solo un medio, el medio o instrumento para alcanzar la victoria o el triunfo sobre la muerte.

La fase final de todo el misterio pascual es la gloria de la resurrección de Cristo, que es también la esperanza y el fundamento de nuestra propia resurrección. Ya es posible la esperanza. El Padre ha rescatado de la muerte a Jesús y a todos los que vivan con él y en él.

Hay una salida de esperanza para nuestro mundo. Esto lo atestigua Jesús resucitado. El resucitado es el cumplimiento de todas las antiguas promesas; y a la vez es la definitiva promesa que anuncia una realidad que todavía no existe; nuestra resurrección en él y con él.

Por eso, creer en Cristo resucitado es creer en él como el futuro del mundo, es hacer que Cristo termine de resucitar en la tierra de nuestra historia. La vida nueva de Cristo es una explosión y revolución del viejo mundo que nos conduce a la construcción de una tierra y unos cielos nuevos donde more la justicia.

Cristo resucitó primero. Él va delante. Según su promesa, del mismo modo nosotros hemos de resucitar. Si estamos muertos por el pecado, por la fe y la caridad renaceremos a la vida de la gracia. Esto nos confirma, que la Pascua de resurrección es la fiesta de la alegría, y de la liberación que a todos nos alcanza. Y también un día nos uniremos a todos los hombres y mujeres en la resurrección de los muertos.

Nuestra vida, con sus sufrimientos y cruces, encuentra en la resurrección razones para vivir en la plenitud de la esperanza. San Pablo nos lo recuerda de esta manera: “Y puesto que somos sus hijos, también tendremos parte en la herencia que Dios nos ha prometido, la cual compartiremos con Cristo, ya que sufrimos con él, para estar también con él en su gloria” (Romanos 8:17).

Atestiguar la resurrección en nuestro mundo es mostrar que esta tierra nueva es ya posible, que podemos y debemos construirla aquí cooperando con un  incesante esfuerzo en una esperanza creadora. La esperanza, el futuro del mundo, la tierra nueva que se anuncia gozosa hoy son Jesús resucitado.

Hoy es un día propicio para felicitarnos, para renovar nuestro amor de hermanos y nuestra decisión de llevar a todas partes el mensaje del Señor resucitado: alégrense todos. En un mundo que necesita la alegría y la paz espiritual, como cristianos debemos convertirnos en los comunicadores de la alegría que Cristo vino a traernos con su resurrección gloriosa.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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