Sermones que Iluminan

1 Navidad – 2020

December 27, 2020

[RCL]: Isaías 61:10–62:3; Salmo 147 o 147:13–21; Gálatas 3:23–25; 4:4–7. Juan 1:1-18


La Navidad dura hasta el día de Reyes; así que: ¡Feliz Navidad! otra vez.

Acabamos de oír que el amor y la verdad se han hecho realidad por medio de Jesucristo. ¿Cómo es esto? ¿Qué significa?

San Juan comienza su evangelio con las mismas palabras del libro del Génesis: “En el principio.” Es una señal de que lo que nos va a relatar es como una nueva creación o un nuevo mundo. Y esa nueva realidad es el resultado del nacimiento de Jesús y de quien es él: la Palabra de Dios hecha carne y hueso.

Por cientos de años los judíos han atesorado la Palabra de Dios y hoy continúan meditando sobre ella en la biblia hebrea o, como le llamamos nosotros, el “Antiguo Testamento”. En el Evangelio de hoy, Juan nos dice que esa misma Palabra de Dios es una persona humana, carne y hueso. Es como decir: si quieren saber qué dice la biblia, miren a Jesús.

Pero la Palabra no se encontraba solamente en la biblia. Juan dice claramente que Dios hizo el mundo entero por medio de su Palabra. Habló y se dio. Dicho y hecho. Por la Palabra de Dios se hicieron los cielos y la tierra y todo lo que contienen. Aún más, esa Palabra de Dios está en lo más íntimo de toda la creación que nos rodea: en los bosques, ríos y paisajes, fauna y flora que nos rodea en la naturaleza. Es como si Dios, al crear el universo, hubiera puesto semillas de su palabra en todo. Y esas semillas se encuentran también en nosotros mismos: en nuestra consciencia, nuestra manera de ser como individuos, como Latinos y Latinas, en nuestro idioma, tradiciones, costumbres e historia como pueblo.

¿Cómo funciona esa semilla? Una adolescente rebelde deja atrás escuela, familia, hermanos y padres, y se va a vivir con un droguero en un vecindario pobrísimo de la ciudad. Pasan unos años y un día, sentada sola en el suelo de su salón, se dice a sí misma: “¡yo merezco algo mucho mejor!”. Al día siguiente toma sus pocas cosas y regresa a la casa de su madre para comenzar una nueva vida. Probablemente hemos conocido de alguna situación similar, en otros o en nosotros mismos. La persona cae y lo hace cada vez más bajo, y un día se dice: “yo merezco algo mucho mejor”, “no tengo que aguantar esto.” Es la voz de Dios en el corazón, la Palabra presente como una semilla que brota para recordarnos quiénes somos y a quién pertenecemos. Claro, podemos ignorarla; a veces el cambio es tan difícil que no podemos abrazarla. Pero la Palabra insiste diciéndonos en lo más íntimo del corazón: “tú eres hija mía: te mereces algo mejor”.

Aún más. Esa Palabra que está presente en nuestros corazones es vida y luz para la humanidad como una luz que brilla en las tinieblas del pecado, la violencia, el abuso, la irresponsabilidad, la explotación del pobre, la sed de poder y dinero, es decir, en medio de toda opresión que se encuentre en nuestras vidas. Y alguien puede decir: “¡yo no estoy oprimido!”. Quizá no vivamos bajo una invasión imperial ni experimentemos personalmente gran opresión, pero con sólo poner las noticias en la tele nos enteramos de la violencia, hambre, adicción, corrupción, abuso de poder y muchas más cosas que nos rodean.

En tiempos de Jesús la mayoría del pueblo (como el 90%) vivía sumido en la pobreza, pues tenía que pagar al Imperio Romano el 30% de todo. Era como si al ir a comprar algo, en vez de tres pesos, tocara pagar cuatro. Por esto los judíos esperaban ansiosamente la llegada de un rey liberador, que sacara a los invasores Romanos de Israel, librándolos a la vista de todos los pueblos. Ese rey sería como una luz, una antorcha que además anunciaría esa liberación a todas las naciones, para que ellas también cantaran agradecidas a Dios.

La luz verdadera que alumbra a toda la humanidad vino a este mundo. El texto de San Juan, traducido literalmente del griego, dice: “la Palabra se convirtió en carne, y montó su tienda con nosotros y hemos visto su gloria, gloria como la del único hijo del Padre, lleno de gracia y de verdad.”

A través de la vida humana de la Palabra -de su mensaje, curaciones y sermones, de sus críticas a los hipócritas religiosos, y de su arresto, tortura, ejecución y nueva vida-, Dios nos ha otorgado esa liberación de nuestras opresiones, no sólo a cada uno de nosotros individualmente sino al mundo entero, pues Dios está en proceso de reconstruir nuestras vidas y toda su creación, albergando a emigrantes, sanando corazones quebrantados y vendando las heridas de cada uno, de familias, vecindarios, países y del planeta.

Porque como oímos en el Salmo: “Grande es nuestro Dios, y grande su poder; su inteligencia es infinita”. Él actúa para liberarnos, como una semilla plantada en el corazón; así brota la liberación de Dios: “Él cubre de nubes el cielo, prepara la lluvia para la tierra, hace crecer los pastos en los montes, da de comer a los animales… No es la fuerza del caballo ni los músculos del hombre”, “Él envía su palabra a la tierra, y su palabra corre a toda prisa. Él produce la nieve como si fuera lana, y esparce la escarcha como si fuera polvo. Él envía el hielo en forma de granizo; con el frío que envía, el agua se congela. Pero envía su palabra, y la derrite; hace soplar el viento, y el agua corre.”

Dios le brinda su Palabra a su pueblo. A los que hemos recibido esa Palabra hecha carne y la hemos oído y confiamos en ella, Dios ha dado la habilidad de darnos cuenta de quiénes somos: hijos e hijas queridos de Dios, hechos a su imagen y semejanza; y si hijos, también somos herederos de la promesa de liberación hecha al pueblo judío. Y así, todos hemos recibido gracia y más gracia; porque, aunque la ley fue dada por medio de Moisés, el amor y la verdad fueron dados por Jesús, el Cristo.

Por eso no nos quedamos callados ni descansamos hasta que la liberación de Dios -de cada uno, de nuestra familia, barrio, ciudad y nación- nos ilumine como el amanecer, y el rescate de su pueblo brille; tratamos de vivir día a día con integridad, del lado de los pobres y los más oprimidos, haciendo el bien, cooperando con Dios en la reconstrucción y sanación del mundo; nos unimos a Dios en su proyecto de liberación y cantamos agradecidos; tocamos música y alabamos a Dios, quien fortalece los cerrojos de nuestras puertas y nos mantiene seguros aun en medio de la opresión, quien bendice a nuestros hijos, establece la paz en nuestras fronteras y nos sacia con el mejor trigo. Por todo esto y mucho más, le damos gracias a Dios hoy, llenos de alegría.

Nadie ha visto jamás a Dios, pero la Palabra, Jesús que está en el regazo del Padre, ése nos lo ha dado a conocer. Montó su tienda de carne y hueso con nosotros y así hemos visto su gloria como el único hijo de un padre, lleno de gracia y de verdad. En él, el amor y la verdad de Dios se han hecho realidad entre nosotros. ¡Feliz Navidad!

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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