Sermones que Iluminan

Epifanía 2 (C) – 16 de enero de 2022

January 16, 2022

LCR: Isaías 62:1–5; Salmo 36:5–10; 1 Corintios 12:1–11; San Juan 2:1–11

En este segundo domingo de Epifanía Dios se manifiesta en la persona de Jesús en una boda que tuvo lugar en un pueblecito llamado Caná de Galilea. Fue en esa boda donde Jesús hizo su primer milagro: convirtió el agua en un vino delicioso. Ha de ser el matrimonio tan importante como para que Jesús decidiera iniciar allí la manifestación pública de su poder como Hijo de Dios por medio de la operación de milagros. En efecto, la unión de la pareja en matrimonio se utiliza como una de las imágenes favoritas de las Sagradas Escrituras, quizá la más importante, para darnos a entender la unión entre Dios y su pueblo -y en el Nuevo Testamento entre Cristo y la Iglesia-. El profeta Isaías, por ejemplo, nos dice en esta mañana que como un joven se desposa con su amada, así el Creador se desposará con su pueblo, que como el novio goza con su novia así Dios lo hará con Jerusalén.

En el libro del Cantar de los Cantares se lee detalladamente toda una descripción muy sensual del amor entre el esposo y su esposa; la descripción es tan sugestiva que por un tiempo la Iglesia casi no permitía que ese libro se leyera en público. Con todo, la mejor manera que encontraron los escritores bíblicos para comparar el amor de Dios hacia su pueblo fue con el de una pareja; en un matrimonio la música, comida y vino son excelentes, se procura lo mejor. Pues hay que decir que el amor de Dios es mucho más maravilloso que el amor entre marido y mujer.

Para experimentar ese amor de Dios tenemos que entregarnos a él como lo hacen los esposos: sin reservas, con confianza y con fidelidad. En eso el símbolo del matrimonio es tan importante porque es como un anticipo y semblanza del amor de Dios a su gente. Dios es el centro de nuestras vidas. La búsqueda del amor de Dios debe de ser lo más importante. Ni el dinero, ni el placer, ni siquiera otras personas pueden ocupar el lugar de Dios. En el momento que ponemos otras cosas antes que Dios le estamos siendo infieles tal como sucede con el adulterio.

Pero este texto no trata sólo del amor entre Dios y el pueblo, o entre Cristo y la Iglesia; se trata también de la importancia del matrimonio para Dios, de la presencia de Cristo en una boda que pasa por una crisis, de cómo una pareja de la mano de Jesús puede solucionar sus graves problemas. Jesús honra este matrimonio brindando el mejor vino que la pareja haya podido desear y le salva de la vergüenza ante los invitados. Una familia que invita a Jesús a permanecer con ellos y que hace lo que él les dice (contenido en los evangelios) es una familia que tendrá la luz, la sabiduría y la gracia para superar los retos y dificultades que puedan llegar a sus puertas.

En algunas iglesias se reza por las vocaciones al diaconado, al sacerdocio o a la vida matrimonial.  El matrimonio es una vocación sagrada como lo es el sacerdocio. En nuestra Iglesia Episcopal algunos son llamados a las dos vocaciones: a ser pastores de una comunidad y al mismo tiempo a ser padres o madres de familia en santo matrimonio. En un sentido podemos hablar de Dios como nuestro novio y esposo y, al mismo tiempo, como nuestro Pastor.

En este segundo Domingo de Epifanía comprendamos que una de las manifestaciones más grandes del amor de Dios la podemos vivir todos los días en la comunión con los demás y también en el amor matrimonial. Lo que para muchos es simplemente un contrato civil entre dos personas que se aman, en el matrimonio cristiano lo que vivimos y testificamos es un amor de pareja que es elevado por Dios a ser símbolo de su amor maravilloso por la humanidad.

El evangelio de hoy también es una invitación a estar atentos como María en aquella boda en Caná; que cuando en la boda de la Iglesia o en la vida matrimonial de nuestras parejas vaya escaseando el vino podamos decir a tiempo a nuestros hermanas y hermanos: “Hagan todo lo que él les diga”, es decir, que miren a Jesús, que le escuchen, que sigan las enseñanzas del Evangelio, que no se aparten nunca de él, pues Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida; él es el agua de vida, el vino que no se agota.

Cristo es el vino nuevo, el mejor, el que no puede faltar en nuestra Iglesia y en nuestros hogares. En el milagro del agua convertida en vino se anticipó la nueva alianza entre Dios y su pueblo, por ende, lo que antes era simplemente agua ahora convertida en vino, simboliza una bebida de vida nueva y eterna. En cada celebración de la Eucaristía Dios, por medio de Jesucristo, se nos brinda de nuevo la oportunidad de comulgar con él en la celebración de la fiesta del pan y del vino que son el pan de vida y bebida de Salvación.

¡Celebremos la fiesta!

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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