Sermones que Iluminan

Epifanía 4 (C) – 2010

February 01, 2010


El Señor se dirigió a mí, y me dijo: “Antes de darte la vida, ya te había escogido; antes de que nacieras, ya te había yo apartado; te había destinado a ser profeta de las naciones” (Jr 1:4).

Escoger, apartar, destinar. Estos tres verbos nos sintetizan el curso de acción en la dinámica que se desarrolla en el llamado que hace Dios a los profetas. Un llamado que parte de Dios mismo: “El Señor se dirigió a mí y me dijo…”; que aterriza en el corazón del que es llamado, y que provoca una respuesta de carácter resuelto y definido: “Habla que tu siervo escucha” (1Sm 3:10).

La palabra que hemos proclamado en este cuarto domingo de Epifanía nos ofrece la oportunidad de retomar el tema del profetismo bíblico y ponerlo en perspectiva del presente. No como un tema nuevo, sino como la continuación de una reflexión que comenzó hace mucho tiempo y que se hace necesario reavivar periódicamente para evitar olvidarla o dejarla inconclusa.

El llamado a los profetas no es fortuito ni es fruto del azar; es un llamado con propósitos e intenciones claras, en circunstancias muy específicas tales como la esclavitud y el destierro; la desobediencia de las leyes de Dios y el distanciamiento del proyecto de salvación de Dios; la opresión e injusticias por parte de los reyes y las autoridades y el desplazamiento de los líderes espirituales; el olvido de los pobres y el descuido de los huérfanos y las viudas.

En medio de las realidades que desafían y ponen a prueba el sueño de Dios para su pueblo, él escoge y prepara a los profetas; entrena sus ojos y sus oídos; pone sus palabras en sus labios, y los envía con instrucciones precisas: “Hoy te doy plena autoridad sobre reinos y naciones para arrancar y derribar; para destruir y demoler; y también para construir y plantar” (Jr 1:10). Y lo más importante es que Dios escoge del pueblo a sus profetas.

El profeta entiende la urgencia de Dios y presta atención a su pregunta: “¿A quién enviaremos y quién irá por nosotros? Entonces responde con el corazón resuelto: ´Aquí estoy yo. Envíame a mí ´” (Is 6:8). Lo grande es que cuando el profeta entra en la rítmica de la urgencia de Dios, comienza a ver las cosas como las ve Dios, y va a aquellos a quienes fue enviado.

Esto último nos conecta con el evangelio de hoy, ese pasaje tan conocido del evangelista Lucas donde Jesús recibe el embiste de sus compatriotas. El bochorno fue que Jesús no sólo afirma el cumplimiento en él de las palabras del profeta Isaías, sino que declara que la misericordia de Dios trasciende los muros del pueblo elegido y que alcanza a todos los necesitados y marginados de la tierra. Entonces aquí cabe preguntarnos: ¿Qué es lo que realmente provocó la ira de los vecinos de Jesús? ¿Fue lo que dijo acerca de sí mismo al cerrar el libro, o lo que siguió diciendo? Obviamente lo que siguió diciendo, puesto que, de acuerdo a lo que leemos en Lucas, todo parecía ir bien hasta que expresó cosas que parecían poner en cuestionamiento el concepto de raza elegida y clase predilecta de Dios.

En la experiencia de América Latina se sabe que a la base de la extensa lista de perseguidos y orillados al precipicio está la intolerancia de unos pocos que no aceptan la verdad simple de que Dios, y sus abundantes dones, no quiere quedarse acorralado en los límites de las ambiciones de los ricos y satisfechos. Jesús y los cientos de mártires y desaparecidos también fueron objeto de esa misma intolerancia por parte de sus coetáneos. Sabemos que cuando alguien expresa claramente la verdad de que para con Dios no hay raza elegida ni clase predilecta es muy posible que se esté iniciando un camino al martirio. Lo más probable es que esa afirmación y predicación profética por parte del arzobispo salvadoreño Oscar Arnulfo Romero fue lo que influyó en su asesinato.

Es lo mismo que ha ocurrido en Haití durante años. La mayor parte de los que elevaron voces proféticas de que las cosas necesitaban cambiar; que los bienes se habían quedado estancados en las manos de unos pocos; que los campos se estaban quedando despoblados por la deforestación y por la pobreza atroz; que Puerto Príncipe estaba demasiado poblado sin contar con las estructuras adecuadas, ellos también fueron asesinados, atemorizados o exiliados durante los años de las dictaduras. Y los que ya no pudieron más se cansaron o se dejaron comprar por el sistema. ¡Si sólo hubiésemos escuchado sus voces! Tal vez hubiese sido posible reducir los efectos del terremoto que ha venido a decirnos que ellos, los profetas haitianos, tenían la razón.

Quizás en este momento la pregunta obligada sea: ¿qué podemos hacer nosotros ahora? ¿Qué les parece si hacemos el siguiente ejercicio sólo por unos segundos? Tratemos de oír, de ver, de sentir como profetas. ¿Qué vemos? ¿Qué oímos? ¿Qué sentimos?

Pensemos en la situación de Haití. Tratemos de oír el gemido y el grito desesperado de las miles de víctimas del terremoto; de ver la angustia reflejada en los rostros de los sobrevivientes que todavía tratan de entender lo sucedido y que se aferran esperanzados en el rescate de los suyos. Este no es un ejercicio fácil. De acuerdo al teólogo español Jon Sobrino en su libro “Terremoto, Terrorismo, Barbarie y Utopía” nos dice: “Para comprender la realidad de un terremoto y para reaccionar adecuadamente hay que dejarse afectar por la tragedia”.

De todos modos, avancemos en el ejercicio. Pensemos por un momento en las razones históricas por las cuales un fenómeno natural como éste encuentra a un Puerto Príncipe demasiado poblado y con una infraestructura tan débil. ¿Qué sentimos?

Ahora regresemos al terremoto, sus efectos y toda la acción alrededor de Puerto Príncipe. Pensemos ahora más positivamente: en los gestos de solidaridad de las naciones del mundo; en el trabajo incansable de las brigadas de rescate; en los médicos salvando vidas, y en las expresiones de júbilo cada vez que alguien es rescatado con vida de los escombros.

Finalmente, conectémonos una vez más con los profetas bíblicos, y con lo que ustedes vieron, oyeron y sintieron. ¡Espero que concluyamos pidiéndole a Dios que nos dé sabiduría para entender su urgencia!

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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