Sermones que Iluminan

Pentecostés 15 (C) – 18 de septiembre de 2022

September 18, 2022

LCR: Amós 8:4–7; Salmo 113; 1 Timoteo 2:1–7; San Lucas 16:1–13

¿Qué nos hace verdaderamente ricos?

Hemos visto como personas cercanas a nosotros han muerto durante la pandemia de COVID 19; los sacerdotes han celebrado más funerales en los últimos meses que los que quizás habían celebrado en toda su vida ministerial. En este tiempo hemos acompañado a muchas familias en el momento doloroso de despedir a un ser querido, hemos apoyado su duelo y hemos sido testigos de las dificultades tan grandes que se generan en ellas, también a causa de la herencia.

Las herencias pueden generar en las familias divisiones y problemas. Muchos hermanos pelean entre sí por aquellas propiedades -pocas o muchas- que sus padres han dejado; los padres discuten con yernos o nueras por los bienes que dejó atrás quien partió. Hay casos dolorosos de hijos adoptivos que pelean con sus padres adoptivos por las herencias de éstos, y hay que decir que muchas de esas peleas llevan años y décadas sin resolverse. Pero ¿cuál es el factor común del problema? La ambición por el dinero.

¿Por qué estamos hablando hoy de las herencias si ése no fue el tema principal del Evangelio? La respuesta es muy sencilla: el tema principal, en efecto, no son las herencias, pero sí lo es la ambición, las injusticias y demás acciones que motivan esa ambición.

En la Primera Lectura, del profeta Amós, veíamos cómo en el pueblo de Israel había personas a quienes no les importaba el sufrimiento, la necesidad o los momentos difíciles por los que otros estuvieran pasando; simplemente encarecían los precios de sus mercancías pensando en su propio bienestar. Es más, pedían que sus fiestas religiosas se acabaran pronto para que se les permitiera vender de nuevos sus productos y sacar más ganancia de ellos.

Y ¿qué decir del relato del Evangelio en el cual un mayordomo deshonesto, no contento con malgastar los bienes de su patrón y viendo que éste pensaba despedirlo, buscó reducir las deudas de aquellos que le debían a su amo para que le aseguraran trabajo luego de ser despedido? Ambición y seguridad. Todos queremos tener mejores cosas porque lo deseamos, pero también porque eso nos hace sentir seguros al creer que con base en ello tendremos un futuro mejor. Si tenemos un carro modelo 2020 queremos uno 2022 porque el otro ya está “viejito” y no tiene los equipos nuevos que éste sí tiene; si tenemos una casa de 4 habitaciones, ahora queremos una de 5 porque necesitamos más espacio para sentirnos más cómodos y tener más cosas. Y así sucesivamente vamos por la vida queriendo más y más.

No debemos pensar que el Evangelio, y en general las Sagradas Escrituras, están en contra de que progresemos y tengamos más y mejores bienes. No. Ellas están a favor de que haya bienes en abundancia, y también paz y riqueza, porque todo ello es símbolo de la bendición y el amor de Dios. Sin embargo, y aquí está el “pero” del asunto, las Sagradas Escrituras sí se expresan en contra de que deseemos tener bienes como si ellos fueran el fin último de la vida, olvidándonos de hacer el bien al prójimo, negando la ayuda a aquellos que están en necesidad. Las Sagradas Escrituras están en contra de la ambición desmedida que nos ciega y nos pone a unos contra otros.
Después de esta historia, Jesús ofrece tres enseñanzas. Centrémonos en ellas por unos momentos:

  1. “Usen las falsas riquezas de este mundo para ganarse amigos, para que cuando las riquezas se acaben, haya quien los reciba a ustedes en las viviendas eternas”. (Lc 16: 9). Si tenemos bienes, hagamos con ellos cosas buenas, ayudemos a los necesitados, pongamos nuestros bienes al servicio del anuncio del Reino de Dios. Destinemos algo de nuestras ganancias para el anuncio del Reino de Dios por medio de la mayordomía, es decir, el dinero que damos a la Iglesia. Tal vez, también podamos vincularnos más en ayudar a otros más necesitados.
  2. “El que se porta honradamente en lo poco, también se porta honradamente en lo mucho; y el que no tiene honradez en lo poco, tampoco la tiene en lo mucho”. (Lc 16: 10). Seamos honrados. Que las riquezas que atesoremos no sean el producto de conflictos extenuantes o de pasar por encima de los derechos de los demás. Por el contrario, que nuestra riqueza, poca o mucha, sean producto del trabajo honrado, de la paga justa, del respeto a los demás.
  3. “Ningún sirviente puede servir a dos amos; porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y a las riquezas.” (Lc 16:13). Dios debe tener el lugar principal en nuestra vida. Que el dinero, los bienes o el trabajo, no ocupen el lugar de Dios. Tenemos siete días en una semana, 30 en un mes, 365 al año, y ¿Cuánto de ese tiempo dedicamos para orar? ¿Cuánto en nuestra agenda para escuchar y meditar la Palabra de Dios? ¿Cuánto dedicamos para hacer el bien que Dios nos llama a hacer?

El día de hoy, pensemos en nuestra relación con Dios y en nuestra relación con el dinero. ¿Usamos nuestro trabajo y recursos para hacer el bien y servir a Dios? O, por el contrario, ¿somos esclavos de nuestra propia ambición y dedicamos nuestra vida a trabajar? ¿Por nuestra ambición llegamos a descuidar nuestra familia o pasamos por encima de la dignidad de muchas personas, incluso de nuestra propia dignidad?

Que Dios nos dé la fuerza para darle a él el primer lugar en nuestras vidas.

El Rvdo. Nelson Serrano Poveda, es Presbítero en la Diócesis Episcopal de San Joaquín y Misionero Hispano de la misma Diócesis. Psicólogo de la Universidad Nacional de Colombia, y Master of Arts in Religion de Trinity School for Ministries.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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