Pentecostés 5 (C) – 13 de julio de 2025
July 13, 2025
LCR: Deuteronomio 30:9-14; Salmo 25:1-9 LOC; Colosenses 1:1-14; San Lucas 10:25–37.

«El mandamiento está muy cerca de ustedes; está en sus labios y en su pensamiento, para que puedan cumplirlo.», «Pues ve y haz tú lo mismo».
“¿Qué quiere Dios?” es una pregunta que se hace incontables veces, hora tras hora, día tras día, en la vida de los seres humanos conscientes de que Dios nos ha creado y de que él gobierna nuestro mundo. Es una pregunta que surge también a través de las generaciones, especialmente entre las sociedades, que afirman su fe y compromiso con el Creador. A veces esta pregunta varía en su forma, pero en esencia “¿qué quiere Dios de mí?”, “¿qué desea Dios de nosotros?” y “¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” son meras variaciones del mismo tema: ¿cuál es la voluntad de Dios para el ser humano? De cierto modo la Biblia, tanto en su totalidad como en sus expresiones particulares, nos ofrece una serie de respuestas a esta pregunta; entre esas repuestas, encontramos las lecturas de hoy.
La porción que leímos de Deuteronomio es parte de uno de los últimos discursos de Moisés antes de su muerte y de la entrada de Israel en la tierra prometida. Afirma que Dios bendecirá al pueblo hebreo si cumple con los mandamientos que el Señor entregó a Moisés cuando estableció la alianza en el Sinaí: «el Señor su Dios volverá a complacerse en hacerles bien, como antes se complacía en hacerlo a los antepasados de ustedes, si es que obedecen al Señor su Dios y cumplen sus mandamientos y leyes escritos en este libro de la ley, y se vuelven a él con todo su corazón y con toda su alma». Aquí la respuesta a la pregunta “¿qué quiere Dios?” es clara: Que volvamos a él de corazón y le obedezcamos. Sin embargo, “los mandamientos y las leyes escritos en este libro de la ley” parecen ser muchos y complicados y, en algunos casos, sólo aplican a ciertas personas o en ciertas circunstancias. ¿Cómo se puede entender la voluntad de Dios así?
Hubo muchos intentos por comprender lo que Dios quiere. El Señor envió a los profetas para proclamar la justicia divina y para denunciar la religiosidad falsa que permitía ofrecer sacrificios y al mismo tiempo abusar de los más vulnerables. Durante tiempos de exilio los sacerdotes y estudiosos atesoraban el libro de la ley y se esforzaban por cuidar la enseñanza y por aplicar los mandamientos a las nuevas circunstancias del pueblo judío, y lograron conservar el mensaje de la palabra de Dios, pero la pregunta siempre permanecía: ¿qué quiere Dios?
Los distintos grupos judíos de la época de Jesús también buscaban entender y aplicar los mandamientos a la vida diaria de la gente, tanto así que creaban colecciones de juicios y determinaciones de todo tipo sobre qué vestir, qué comer, qué hacer o no en el sábado y sobre cada aspecto de la vida humana (tales colecciones de juicios de los maestros, conocidos como halajá, todavía guían la vida religiosa de los judíos actuales). Pero, incluso entre los rabinos había desacuerdos y es así como llegamos al evangelio de hoy, con la pregunta del maestro de la ley: “¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”.
Es fascinante la manera en que responde el Señor Jesús a la pregunta. Primero, establece la prioridad de la palabra de Dios, poniéndole a su interlocutor dos preguntas: “¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué es lo que lees?” El experto en la ley responde con lo que conocemos como el resumen de ley: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y amarás a tu prójimo como a ti mismo».Son palabras que Jesús mismo cita en otras ocasiones, y para él son la esencia de la voluntad de Dios para el ser humano. De hecho, nuestro Señor enseñó que estos dos mandamientos son la base de toda la ley y del mensaje de los profetas.
Es un mensaje claro, pero requiere aplicación a la vida real. Sin esta aplicación de la ley del amor a la vida, se ofusca, se pierde su sentido tal como vemos en las palabras del maestro de la ley: “¿Y quién es mi prójimo?”. Para dejar las cosas claras, Jesús cuenta la parábola del Buen Samaritano; quiso mostrar que la ley del amor impera sobre cualquier otra consideración.
Los detalles de historia son conocidos: ladrones asaltan y dejar por muerto a un hombre por el camino entre Jerusalén y Jericó; primero viene un sacerdote por el camino y pasa de largo para evitar contacto con el herido, luego un levita hace lo mismo y, finalmente, se acerca un samaritano que cura las heridas del hombre, lo cuida y hasta paga su estadía en una posada para que se recupere. Al final Jesús pregunta al maestro de la ley, y a todos los oyentes de la parábola, cuál de los tres se portó como prójimo. La respuesta es obvia, incluso para el maestro de la ley: el samaritano -un hereje- cumplió con el mandamiento de amar al prójimo cuando el sacerdote y el levita, oficiales religiosos del judaísmo y conocedores del libro de la ley, no lo hicieron; el que amó al prójimo fue el samaritano, el que lo trató con misericordia, el que tuvo compasión de él. Jesús termina insistiendo: «Ve y haz tú lo mismo».
De toda la parábola, es ese “Ve y haz lo mismo” lo que nos debe servir de enseñanza. ¿Qué quiere Dios de nosotros? Jesús nos da la respuesta con claridad: quiere que amemos a Dios con sinceridad y que amemos al prójimo tratándole con misericordia y compasión. Por eso debemos hacer como el apóstol Pablo nos lo indica y «no dejar de pedir a Dios que nos haga conocer plenamente su voluntad y nos dé toda clase de sabiduría y entendimiento espiritual. Así podremos portarnos como debemos hacerlo los que somos del Señor, haciendo siempre lo que a él le agrada, dando frutos de toda clase de buenas obras y creciendo en el conocimiento de Dios». Amén.
El Rvdo. Dr. Jack Lynch es un presbítero de la Diócesis Episcopal de Long Island y Vicario de Saint Mary’s Episcopal Church, Brooklyn, Nueva York.
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